La Rambla - Cordoba

Las lentejas fueron la machacona comparación de IU para referirse al acuerdo de gobierno del PSOE con el PA
Don Diego Valderas Sosa ya es vicepresidente del gobierno andaluz. Ha terminado de cocinar el plato de lentejas que hoy saborea la gente de Izquierda Unida con él a la cabeza. Asume la vicepresidencia con derecho a ejercer la presidencia, como manda el protocolo, cuando el titular del cargo esté ausente y así lo prevea el reglamento por el que se rigen las interinidades en el gobierno.
Lo de las lentejas no es, como pudiera pensarse, una cuestión baladí. No lo es, al menos en el caso de don Diego Valderas Sosa porque las lentejas fueron la machacona comparación que utilizaron de forma continuada y permanente, en términos denigratorios como si de una venta se tratase, para referirse al acuerdo de gobierno que dieciséis años atrás cerraron el PSOE y el PA. En aquel entonces los socialistas no eran perdedores, sino la fuerza más votada en Andalucía con notable diferencia en número de votos sobre la siguiente fuerza política. Rozaban la mayoría absoluta, pero el entonces presidente, Manuel Chaves no quería vivir la experiencia de la IV legislatura de la cámara andaluza (1994-1996), la de la llamada pinza que instrumentaron populares y comunistas, bajo la presidencia parlamentaria del señor Valderas Sosa. Por entonces, así convenía al discurso político de Izquierda Unida, los comunistas y los populares no eran como el agua y el aceite, según la expresión del propio Valderas.
Aquel fue un pacto tácito —contra natura en términos políticos— que sirvió, más allá de aupar al susodicho a la presidencia de la cámara autonómica, para hacer ingobernable Andalucía, que anduvo mucho tiempo sin presupuestos, al no superar el proyecto de ley correspondiente el preceptivo trámite parlamentario.
El plato de lentejas —lo empleo exclusivamente porque es símil muy grato al señor Valderas— que ahora degustan él y los suyos tiene sustanciosos «avíos», además de la vicepresidencia, va acompañado de las Consejerías de Turismo —en Málaga y otros sitios están que no les llega la camisa al cuerpo— y Comercio, Fomento y Vivienda y Relaciones Institucionales que desempeñará el propio Valderas, sin que sepamos, de momento, si hay exigencias, como las de sus correligionarios del País Vasco, para colocar compañeros de filas en diferentes puestos de la administración.
En cualquier caso, ya se vislumbra una cierta transformación en don Diego que comienza por donde siempre empiezan los cambios en aquellos que en su trayectoria han hecho gala de formas un tanto arriscadas. En el debate de investidura —en cuya votación Sánchez Gordillo no dio la campanada porque lo suyo sigue siendo tirar al monte— apuntó maneras diferentes. Don Diego estuvo institucional y su discurso fue hasta comedido, salvo para referirse a las maldades propias que caracterizan al gobierno que preside Rajoy. Algunas sólo las acatará, según dijo, por imperativo legal, que es una forma como cualquier otra, aunque revestida de cierta aura, de escurrir el bulto y no asumir las responsabilidades que toca afrontar. Aunque en honor a la verdad, asumió, por ejemplo, que no quedará más remedio que despedir gente en la administración; eso sí, sin aplicar los recortes que ha impuesto la reforma laboral de la pérfida señora Báñez. Pero, al final, irán a la calle y él estará de vicepresidente.