Cariñena - Zaragoza

No era nada fácil deshacerme de la mecánica rutina. Seis años en la Academia y tres como Segundo Piloto Explorador, hacían de la revisión periódica de los instrumentos de mi traje y equipo de prospección un hábito tan inconsciente como el respirar la enrrarecida mezcla de oxígeno que me proporcionaban los tanques regeneradores.

Sólo la gélida temperatura parecía haber descendido aún más, mientras que el terroso rojo que cubría completamente el visor de mi escafandra, parecía inmutable. Fuera, arriba, el furioso viento arrastraba insensible e implacable el polvo de siglos ajenos al hombre.

Mi misión parecía haber llegado a su término. De pronto me encontré murmurando febrilmente mi nombre: Rasec, Rasec, Rasec... Me sacudí de encima tan molesta reiteración, asustado por la incómoda proximidad con la locura y me permití una vez más el recuerdo de los últimos acontecimientos:

Cuando en mi unidad me comunicaron que había sido asignado para la exploración del subsuelo del cráter Hellas Planitia en el hemisferio sur de Marte, sentí una inmensa satisfacción; por fin acción de verdad. Como era ya habitual en este tipo de exploraciones geológicas rutinarias, una computadora de la serie Caesar 0038, sería mi única compañía durante los seis meses que duraría mi expedición.

Introducirme en la nave exploradora, acostarme en el equipo criogénico y despertar en la superficie marciana, me pareció una misma acción; así de tediosos eran ya los viajes en la zona galáctica del Emporio. Muy atrás en el tiempo quedaba el viaje del Mariner IV, primer ingenio humano en acercarse al planeta rojo.

Una vez que la computadora de mi equipo comprobó los parámetros generales del ambiente exterior, sólo anoté en la bitácora-grabadora de muñeca como dato inusual la baja presión que presentaba la fina atmósfera de dióxido de carbono de la zona del amartizaje. Con cierto nerviosismo revisé el equipo de manera minuciosa antes de comenzar el primer día de trabajo en la ocre superficie.

Después de poco más de una semana de árduo trabajo, al final de la octava jornada en el exterior, algo ocurrió. Estaba realizando un delicado experimento, encaminado a confirmar la existencia de un núcleo sólido en el planeta, que pudiese explicar la ausencia de un campo magnético general, cuando un extraño movimiento valle abajo llamó mi atención. Cargué de nuevo mi mochila-laboratorio y con paso firme y curiosidad latente, me encaminé hacia el centro de la depresión.

Al aproximarme observé que ese inexplicable movimiento era tan sólo un remolino superficial provocado por el viento marciano. Aun así me acerqué al bórtice del mismo para hacer algunas mediciones. Pendiente como estaba de la evolución de las partículas de polvo en su vorágine, no me percaté de que estaba sumiéndome lentamente en el terreno. Para cuando me di cuenta de lo que estaba ocurriendo, las gruesas botas habían desaparecido ya enterradas en el inestable suelo. Antes de percibir con precisión el peligro que suponía el progresivo hundimiento, mi mente registró el nuevo fenómeno desconocido por los expertos geólogos espaciales: en Marte existían arenas movedizas.

A los pocos segundos, y acelerado el proceso de hundimiento por el intento desesperado que hice por librarme de la trampa, ya me encontraba enterrado hasta las caderas. Pensé que la amplia superficie de la mochila podría detener mi inexorable inmersión, pero cuando ya la fina arena roja rozaba la base del casco, comprendí lo inevitable del hecho. Entonces con una extraña calma transmití a la computadora de la nave mis coordenadas y conecté el dispositivo localizador de posición.

Ahora, de vuelta a la realidad, tras dieciséis horas bajo el suelo marciano, sabía con certeza que por profundo que estuviese me encontrarían. La computadora habría transmitido reiteradamente mi mensaje de emergencia. Todo estaba previsto, lo importante era que toda la información científica recogida se encontraba bien protegida en su equipo. Es una lástima que yo no pueda esperar el mes completo que les tomará llegar a rescatarme... realmente me hubiese gustado ver con mis propios ojos incluido en el mapa de Marte mi recién descubierto Mar de Arena de Rasec.