Muelas de los Caballeros - Zamora

Cuando la mili era una carga de obligado cumplimiento y las milicias universitarias una adaptación de la misma al calendario de los estudiantes, el hecho de ser “excedente de cupo” no te libraba de hacerla, sino que te la rebajaba llanamente de categoría. Es decir, no terminabas de sargento o de alférez, sino que a lo máximo que podías aspirar era a cabo primero, si es que eso puede ser una aspiración, que lo dudo. Yo tuve la suerte de pillar un cambio de ley que limitó los campamentos a sólo dos meses: julio y agosto. Y pasé el primer verano en Talarn, Lérida, que resultó ser un lugar que podía calificarse de bueno, aunque no todos opinaban lo mismo.

Algunos, además, también tuvimos la suerte de que el capitán de la compañía a la que fuimos asignados tenía de militar lo que nuestra actual ministra de cultura tiene de “fraila”. Así que en uno de los primeros días, durante la celebración de determinada clase teórica que, por cierto, recibíamos a las tres de la tarde debajo de una chopera y con un calor de justicia, al capitán se le ocurrió preguntarnos si nos sentíamos a gusto con nuestro destino, entendiendo por tal lo que la suerte nos había deparado en el campamento. Fue entonces cuando uno se quejó de la comida, otro del jabón que faltaba en las duchas, otro de las letrinas, que en realidad –dijo- eran una mierda sucesiva y amontonada, otro...

A mí todo eso me estaba molestando bastante, la verdad, porque lo que yo deseaba realmente era descabezar una siesta aprovechando la lejanía de los últimos pupitres de la clase, que eran de materia terrenal un poco en pendiente, y en mis adentros rezaba para que el capitán se extendiera a discreción con aquella voz pausada y suya de adormecedor terciopelo. Digamos que el capitán, canario practicante, no tenía voz de mando sino de sugerencia, lo cual era infrecuente en la profesión, ya que no exclusivo y peligroso. Pero no hubo manera de conseguirlo, porque todos los soldados se habían apuntado a aquella crítica larga que, al parecer, hacía muy amena la clase: que si el agua era poca o de mala calidad, que si en el barracón hacía un calor terrorífico, que si la ropa era grande o era pequeña...De modo que, para terminar con aquella insufrible letanía, a mí se me ocurrió levantarme, ponerme bien a la vista del susodicho, cuadrarme para dirigirle mi queja y finalmente quejarme, cosa que hice así:

- Mi capitán, cuando yo llegué aquí medía uno ochenta.

Se hizo un silencio sepulcral, como es lógico. Sólo se oían las cigarras que, ignorantes de nuestras vicisitudes militares, tenían un concierto abrumador sobre nuestras respiraciones contenidas.

Pero fue el capitán, precisamente, el que mirando de arriba a abajo mi metro sesenta y cinco de estatura, no del todo cumplido, rompió aquel silencio expectante con una estruendosa y sincera carcajada. Tras él reímos todos a muerte.

Allí acabaron las quejas, por supuesto, pero yo ya no pude dormir aquella tarde porque, desgraciadamente, en el abuso de la palabra había perdido las enormes ventajas del anonimato.

Mariano Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios
https://ww.quediario.com/blogs/2445/

De todos es sabido que, tratándose de la mili, todo el mundo tiene historias que contar. Hasta mi suegro, que no hizo la mili, te cuenta un montón de anécdotas de la suya. Por supuesto se las inventa o hace suyas las historias de otros, pero nunca te dirá, ni en serio ni en broma, que no hizo la mili y que no tiene historias que contar.
En el capítulo de las siestas furtivas, un amigo mío cuenta que utilizaban un recurso para no ser descubiertos que consistía en apoyar el mentón en la bocacha del CETME en posición vertical, como en el presenten armas, e inclinar la bisera de la gorra sobre los ojos cerrados. Según él, con este truco se quedaban fritos en la clase de teórica aunque bien tiesos.
Yo donde dormí a pierna suelta fue en las maniobras que hicimos. Recuerdo especialmente una con la brigada paracaidista. Circulaba una leyenda por los campamentos que decía que los mandos, por las noches, se iban de p... Lo cierto es que muchas noches cada sargento llevaba su pelotón al campo y lo abandonaba allí a su suerte, no sin antes meternos el miedo en el cuerpo con historias acerca de la bravura de los paracas, para que no bajáramos la guardia, nunca mejor dicho. Así que nos quedábamos solos, sin mandos, para que ellos hiciera lo que tuvieran que hacer. Mi compañero y yo, que pasábamos de uno ochenta los dos, dormíamos como benditos desde la puesta del sol hasta bien ascendido el astro por la mañana. Esta mala, aunque sana costumbre, pronto nos sacó del anonimato a mi compañero y a mi, que por cierto era de Mombuey (Zamora). Una noche nos dejaron al cargo de los termos de café y leche para el desayuno, que eran parecidos, en tamaño, a los barriles de cerveza. Al amanecer, debíamos esperar el paso del camión que recogía los termos y entregárselos antes de reunirnos con nuestro sargento y el resto del pelotón o sección. El punto de encuentro era un cementerio al lado de la carretera. El caso es que, en las noches de Menorca, no siendo verano, hacía un frío que pelaba y para resguardarnos nos metimos en el cementerio, al abrigo de sus muros, con los termos. Nos quedamos dormidos, el camión pasó, no vio los termos, no vio a los soldados... y dio parte. Tuvimos que explicar lo que pasó. Ese fue el primero de una serie de hechos que nos lanzó a la fama antes de que fuéramos conocidos en persona por los mandos de la compañía. Cuando nos destinaron a morteros, lo primero que hizo al presentarse a nosotros el nuevo sargento fue preguntar: “¿quiénes son Sardón y Madrigal?”

Ayyyyyyyyyy, ustedes tendrían que ser terribles, el terror de la compañía enterita, jajaja
Natalie

jajaja, Muy simpático el e-mail!!!!, así que el capitán, canario practicante, tenía una voz aterciopelada!!!, ¿así hablamos los canarios?.
Me he divertido mucho leyendo las anécdotas de la mili!!, por supesto, yo no la hice.
Natalie

Por cierto, Natalia, que en Talarn tuve un amigo canario, llamado Juan Luís Oliva Marrero (Cánary, para los íntimos), que se quedó con las únicas fotos que yo tenía de la mujer que, durante un tiempo, me arrebató los higadillos, además del corazón y la cabeza, hasta el punto de que ella me decía, por ejemplo: “espérame en tal sitio a partir de las doce, que yo llegaré en cuanto pueda”. Y yo esperaba allí, como un clavo, y ella aparecía a la una, a las dos, a las tres... Pero aparecía, finalmente, y yo me convertía entonces en el admirador apasionado de su cara, de su risa, de su cuerpo... y de aquel vestido rojo, tan impresionante como aterciopelado, ante el que se quedaban extasiados los taxistas, los conserjes y los camareros. Querido Juan Luís, querido Cánary: ¿por qué no me devolviste las fotos?

jajaja, Mariano, estás como Mª dolores Pradera!!!," Devuélveme el rosario de mi madreee", jajaja.
No, ahora en serio, tu amigo cánary, si es canarión, como yo, pues debe ser del norte de la isla, porque Oliva, hay muchos en mi pueblo( Gáldar), y Marrero, no sé por qué el 99%, son de Arucas, así que....busca al bandolero que se quedó con las fotos de la del vestido rojo en el norte de Gran canaria!!!!
Natalia