Muelas de los Caballeros - Zamora

Queridos amigos:

El escritor y amigo José Luis Ferris, que el pasado día 20 participó en la presentación de mi libro "Amores colaterales", ha adaptado la disertación que en ella hizo y hoy, lunes, la ha publicado en el periódico Información de Alicante.

Os la mando porque creo que es realmente magnífica.

Un abrazo
Mariano Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios

DISCULPE LAS MOLESTIAS

La mujer compartida

JOSÉ LUIS FERRIS

Confesaba hace un tiempo el novelista Juan Marsé que su vida, de algún modo, estaba marcada por la imagen de una mujer joven, bella y misteriosa a la que vio hace muchos años en una parada de autobús de una avenida del centro de Barcelona. La observó tan de cerca, con tal deleite, que no pudo frenar su encabritado pensamiento ni tampoco la convicción de que en aquel ser seráfico y perfecto había una firme promesa de felicidad. Estuvo a punto de hablarle, de reclamar su atención con alguna palabra, de compartir con ella una porción de tiempo que le hubiera sabido a extenuada eternidad y que, con suerte, con cierta destreza por su parte, podría convertirse en toda una vida a su lado, en una aventura de infinitas proporciones.

Era la muchacha que más se parecía a la que había soñado desde niño. Estaba allí, a su alcance, a tan sólo un metro de su cuerpo. Sentía su respiración, la calentura perfumada de su piel. Sin embargo, su decisión, como casi todas, llegó demasiado tarde. En cuestión de segundos, el autobús que ella esperaba se detuvo frente a los dos y, mientras la veía avanzar con la esplendidez y la belleza de una diosa, ajena a su mirada, a su deseo, a su propósito de vida eterna, ella comenzó a subir al vehículo con estudiada lentitud y después, casi al mismo tiempo que el autobús arrancaba, la vio girarse hacia él y dedicarle la mirada más hermosa y efímera que vio y verá probablemente en todos los años que le quedan.

Aquella mujer, a la que no volvió a encontrase nunca, lo marcó para siempre. Se llevó con ella la promesa de una vida y el sueño de una vida. Nunca, ni un solo día de su existencia, ha dejado de pensar en ella según su propia confesión.

Años después, al final de una fiesta poblada de rostros anónimos, de entrañables desconocidos, Mariano Estrada se encontró con ella. Era, sin duda, la misma mujer que Marsé vio subir al autobús, aunque esta vez apareció ceñida de un elegante vestido color miel. Mariano, que seguía con la mirada a los asistentes que se iban despidiendo del convite, enmudeció como un adolescente al reparar en su figura, en el movimiento ágil de sus piernas, en la armonía de sus pasos sobre unos tacones de aguja que se alejaban en dirección al aparcamiento. Al llegar a su coche y abrir la portezuela, la mujer empleó la misma estrategia, la misma maldad que muchos años atrás dejaría marcado para siempre a Juan Marsé y a cuantos hombres cayeron en la órbita y en la potestad de sus ojos: giró de golpe su cuello y le clavó la mirada. Según relata Mariano Estrada, lo hizo con tal honestidad que no le cupo duda de las cosas que quiso trasmitirle. Pero la fe de un hombre como él, de un poeta como él, ignoraba que aquella experiencia gloriosa la habían sufrido, con igual intensidad, todos los poetas líricos de nuestra literatura y de todas las literaturas del mundo.
Marino Estrada, el poeta amigo que bajó de las altas tierras de Castilla, de su Zamora natal, al feudo de sol ciego, de almendros en flor y mar pródiga de Villajoyosa hace más de treinta años, no ha dejado tampoco de pensar en ella y lo ha querido contar en voz alta en su último libro de versos que con el título de “Amores colaterales” acaba de aparecer bajo el sello de la editorial catalana Maikalili. Él mismo cree y confiesa que muchos de sus sueños y este libro tienen su origen en aquella intensa mirada. Y es bueno que lo crea y lo confiese. También lo es que nunca conozca la verdad. Porque esa mujer, a esta misma hora, está subiendo a un autobús con la firmeza de sus piernas infinitas en una avenida de Berlín, de Florencia o de Los Ángeles. Se está marchando de una fiesta cualquiera en un chalet de Ciempozuelos o de las afueras de Copacabana en su descapotable rojo. Todos, Marsé, Gracilaso, Dante, Nabocov, el Marqués de Santillana, Becquer y ahora Mariano Estrada han caído sin remedio en las redes de sus ojos tendidos. Y lo mejor o peor del asunto es que no hay fingimiento posible. Hablar de lo que no es ni será y de lo que bien pudo haber sido es tan válido, tan legítimo como cantar a un amor real que comparte nuestras miserias diarias.

Mariano, como Marsé, sabe que los efectos directos y laterales que provocó la mirada de aquella mujer misteriosa, no fueron exclusivos, pero a veces es bueno asumir el engaño de saberse único, al menos mientras tal creencia alimente la voluntad de crear, de escribir poemas tan verdaderos y hondos como los que se recogen en este “Amores colaterales” que sin duda recomiendo.

“Todos los poetas líricos han caído en las redes de esos ojos tendidos con maldad y con dulzura por una mujer tan misteriosa como efímera”

¡¡Hola, Mariano!!! me ha encantado leer "La mujer compartida" de Ferris!!!!
Aunque le escuché y lo disfruté mucho en la presentación de tu libro, me ha encantado leerlo, porque así no se me escapa los detalles!!!
Qué precioso escrito!!!!!, qué misteriosa mujer, que ha tocado desde siempre, según sus palabras, el alma de todos los poetas líricos!!!!
Pero...esa misteriosa mujer, algo de muy bueno tiene!!!! da lugar a libros exquisitos y hermosos, que nos hacen disfrutar a todos!!!, a pesar de que a los poetas, pues bueno, les deja una huella para siempre imborrable en su alma!!! pero eso es lo bueno!!!!
A lo mejor, en este preciso instante, su mirada hechicera, está atrapando en sus redes, el alma de otro poeta!!!!
ME HA ENCANTADO!!!!
Un abrazo
Natalia

Hola, Natalia:

No lo dudes: cada instante está cayendo un poeta en la red de una mujer misteriosa.

Voy a colgar aquí el texto que figura en la contracubierta del libro, porque quizás ayude al lector no avisado a comprender lo que ha tratado de decir José Luis Ferris en "La mujer compartida".

Un abrazo

Amores colaterales parte de una experiencia singular que, como cuenta el propio autor, sucedió de este modo:

“Tras la celebración de una fiesta a la que inexcusablemente estábamos invitados, había llegado la hora de la despedida. Como muchos de los asistentes, yo seguía sus movimientos mientras ella caminaba hacia el coche que iba a distanciarla de mí. Eran movimientos elegantes, como corresponde a una mujer tremendamente hermosa que, además de ir de largo, vestía con esmero y con gusto. El vestido era de miel, como sus ojos. Al abrir la portezuela del vehículo, giró de golpe su cuello y me miró. Lo hizo con tanta honestidad, que yo no tuve duda ninguna de las cosas que quiso transmitirme: unas cosas que, desligadas de toda vanidad, he tratado de resumir en estas breves palabras: Agradezco y comparto tus sentimientos, me reconozco en tu admiración, lo que no es ni será, bien pudo haber sido. ¿Tendré que decir que muchos de mis sueños y este libro tienen su origen en aquella intensa mirada?”.