Prólogo y pequeña selección de poemas Queridos amigos: Estamos a dos días de la Presentación de Amores colaterales, en el Hogar del Pensionista de Villajoyosa. A todos aquellos que, por una causa o por otra, no puedan estar con nosotros, les ofrezco la lectura del magnífico prólogo del libro, escrito por el Doctor en Filología Ángel Luís Prieto de Paula, así como una pequeña selección de poemas. Un abrazo PÓRTICO Una palabra como “amor”, encorvada bajo el peso casi insoportable de su tradición literaria y no literaria, se compadece poco con el adjetivo “colateral”. ¿Pues no es el amor un sentimiento que arrasa, abrasa, abruma, emborracha, anega, destroza, redime, nos eleva al séptimo cielo o nos arrastra a las zonas abisales donde el sufrimiento ya no puede ser dicho? Si el amor es verdaderamente amor, ¿cómo puede, entonces, ser colateral? Colateral; o sea: tangente o secundario, adventicio, circunstancial, accesorio. Cierto que el amor usa de las paradojas para expresarse, y también de su pizca —o su montaña— de exageración. Basta leer a cualquiera de los poetas amorosos (en el caso de que exista algún poeta que no sea poeta del amor). Así, a Lope el amor le provoca efectos contrarios: “Desmayarse, atreverse, estar furioso, / áspero, tierno, liberal, esquivo”..., y aún más, y más paradójicamente: “leal, traidor”, “difunto, vivo”. Quien lo probó lo sabe. Cuando éramos adolescentes prometimos muchas veces, y a receptores distintos, un amor eterno que, al cabo de los días, descubrimos que sólo nos había durado hasta el jueves, o hasta febrero, o hasta el siguiente amor eterno, sólo que entonces no lo sabíamos. “A las palabras de amor / les sienta bien su poquito / de exageración”, escribió Antonio Machado con su punta de sorna. Pero cuando Mariano Estrada titula un libro de poemas Amores colaterales parece estar llevando la contraria a la habitual hipérbole amorosa. Estas palabras de amor, las de los poemas de Mariano Estrada, parecen aceptar la condición fungible de la experiencia amorosa, su sometimiento al desgaste de las emociones, y, consiguientemente, su retórica menor, como hecha para disolverse en el tiempo. Claro que la paradoja lo es menos cuando nos percatamos de que aquí no se habla tanto de “amor” como de “amores”: un plural que, lejos de aumentar la intensidad semántica, la disminuye o empequeñece. El amor, nos decían (¿o lo decíamos nosotros en momentos de inflamación patética?), es un sentimiento que se multiplica cuando se divide; o, más claramente, que se agranda cuando se reparte. Y, al contrario (ni yo mismo sé, a estas alturas, si me sigo), se divide cuando se multiplica; o se hace más pequeño cuando se dice en plural. He aquí un libro de amores pequeños: de esos que nacieron un día, y se deshicieron sin que ninguna hecatombe viniera a ponerles término; o de los que crecieron a las orillas de ese otro amor “verdadero”, el amor en que se juntan, por decirlo con palabras de Platón que mucho después usaría Gil de Biedma, la Afrodita Pandémica y la Afrodita Celeste, la diosa de los amores sensuales y la del amor uno, idea pura y sublime del amor en que se miran, como en un dechado inalcanzable, los amores de a diario. En este libro se reúnen todos esos amores, los que se acabaron cuando estaban en agraz, los que prometieron mucho más de lo que dieron, los que se imaginan a sabiendas de que nunca cobrarán cuerpo, los que no pudieron ser, o los que ya no podrán ser, porque los amores, como las horas, están contados (y el poeta, a estas alturas de su vida, lo sabe muy bien). Cada poema remite a una historia que apenas deja en él algunos detalles que permiten una leve reconstrucción biográfica. Hablaba Unamuno de sus “yos ex futuros”: las diferentes proyecciones biográficas en un momento temporal dado, que fueron cercenadas, antes de cuajar, por otras decisiones, por otras instancias vitales. Mariano Estrada ha reunido en Amores colaterales una buena sarta de estas historias truncas o sólo esbozadas. El resultado para el lector es, antes que otra cosa, la melancolía. La vida aparece así como una saga de pérdidas: sueños de los que despertamos, proyectos que no prosperaron, todo lo que quedó en las vertientes de la existencia que nos tocó efectivamente vivir. La poesía de Mariano Estrada, ya dilatada en versos y en libros, ha tocado numerosas cuerdas: la popular y costumbrista (¡qué sólido poeta costumbrista Mariano Estrada!), que nos trae los recuerdos de un pasado de privaciones y de una infancia rural; la amorosa (y no hablo ahora de amores colaterales, sino de un amor nuclear, situado soberanamente en el centro de la existencia); la paisajística, que se fija tanto en las frías tierras del norte castellano, donde viera el poeta su ser, como en las de la calcinación solar mediterránea... En este nuevo libro nos deja Mariano constancia de una vida versátil y de una poética que se pone al servicio de historias menudas, sentimientos verdaderos aunque sin el empaque de las pasiones turbulentas, escorzos de la emoción, jirones de la cotidianidad. Todo ello nos permite, al socaire de los amores colaterales, ver el bulto humano del poeta: un hombre de carne y hueso dedicado a convertir la vida en verso. Quizá lo de sus amores colaterales sea un modo personal de despojar al sentimiento amoroso de toda la faramalla palabrera y la quincalla retórica con que suele venir adobado. Como si el amor de verdad sólo pudiera salvarse de esa anegación poniéndose en el rincón en que se hacinan los enseres inservibles y las vivencias marginales. Mariano Estrada controla la música del verso, el fraseo sucesivo en que el poema se desarrolla, la imaginería en que se traducen las emociones. Dicho lo dicho, parece innecesario que este prologuista empuje al lector al paladeo de los versos de Amores colaterales, de estos fragmentos de una vida en la que le resultará fácil reconocerse. Ángel L. Prieto de Paula AMORES COLATERALES Pequeña selección de poemas 1 ¿QUIÉN ERES? Me ha llegado tu cuerpo como liberación, y no sentí ninguna necesidad de preguntar quién eras. ¿Quién eres? Te pregunto ahora, desde esta plenitud no sospechada? ¿Quién eres, que me llenas de calma, como antes me llenaste de fantasía? ¿Quién eres que al amarte me he visto humanizado, generoso, capaz, enaltecido? ¿Por qué me das tus flores de primavera, si mi mal es de otoño decadente? 2 LO ESENCIAL Hoy te quiero decir que ni el rocío fugaz de la mañana, ni la sombra del tilo al mediodía, ni el reflejo del mar bajo la luna blanca de la noche, se han interpuesto en el camino que me lleva hacia ti. Nada me ha distraído de tus ojos luminiscentes, de tus labios mojados y entreabiertos, de tu pecho agitado por las altas turbulencias del corazón. Esta es la hora, esto lo esencial. Hoy discurre mi sangre por arterias que van hacia tus besos. 3 NO QUIERO OLVIDARTE ¿Olvidarte? Se nota que no has tenido dentro el corazón de otro. ¿Despertar con el día y no pensar en ti? No puedo. ¿Abstraerme del hambre cuando el hambre es arteria de la necesidad? Tampoco. ¿Abstraerme del mar, teniendo el mar de frente? ¿Qué quieres, redimirme de un sentimiento tan profundo que me estremece y me estimula, tan vivo que tu indiferencia no ha logrado matar? Es verdad que tus besos se me han puesto muy altos, pero... ¿Cómo podría yo vivir renunciando del todo a la esperanza? 4 SABUDURÍA Para Mar, porque ella sabe qué hacer con un poema Comparto tu opinión sobre ciertas materias generales: la libertad, la ciencia, la política... Pero aún no he podido compartir tu excitante materia personal, esa fuente donde está la mayor sabiduría que uno puede tener, la de los largos abrazos que conducen a las lentas caricias que conducen a los hondos conocimientos. Las demás, incluidas las tesis doctorales y las técnicas que innovan la investigación, son meras herramientas para poder ganarse el pan, tratando de huir de los sudores. Comparto tu opinión sobre materias que a todos nos conciernen y quiero compartir el calendario de tus noches y de tus días, adosando mi corazón a cada uno de tus instantes porque la vida empieza, de verdad, donde te siento yo cuando me rozas. 5 PASIÓN Te quiero pasional hasta el delirio, hasta que el último resuello de la bestia se vuelva resignada mansedumbre. Así, consciente de que el límite del fuego es un rescoldo donde ya no hay pasión sino ternura en estado de gran felicidad, me instalo en las caricias y deseo que no se acabe nunca el magnetismo de este fuego sin llama. Y te cubro de seda hasta que el peso de mis manos estimule los potros de tu piel y de nuevo la bestia nos exalte. Y nada más, amar... Amar hasta el desmayo, hasta la muerte lenta del deseo, hasta vaciar el corazón del inclemente peso de la sangre... Mariano Estrada Del libro “Amores colaterales”
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