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Muelas de los Caballeros - Zamora

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España > Zamora > Muelas de los Caballeros
12-12-05 11:35 #148693
Por:No Registrado
la falacia de la motivación
La de la motivación es una de las falacias que más daño ha hecho a la educación en nuestro país. La tienen ya asumida los padres, que critican a veces a los profesores por no motivar a sus niños, y también los alumnos, a quienes se les oye decir en ocasiones, con el mayor desparpajo, que no se sienten motivados. Oye, le dije un día a una de estas lumbreras, cuando vuelves a casa del instituto, siempre te encuentras la comida preparada. Y esto ¿sucede todos los días, o solo cuando tu madre se encuentra motivada para preparártela? Por supuesto me contestó que la situación no era la misma. Lo más grave es que conozco a más de un profesor que daría la razón al estudiante.

Cuando oigo hablar de motivación me acuerdo del viejo chiste de aquél que llama a una puerta:

-¿Es el club de los vagos?

-Sí, señor

-Pues que me entren.

Cuando un muchacho tiene demasiado creído lo de la motivación, llega al aula con una actitud tan pasiva como la del vago del chiste: “A mí que me motiven”. Es difícil que este muchacho llegue a ser un hombre con iniciativa y un ciudadano responsable. Pero los chicos no pueden ir motivados al instituto, y la razón es muy sencilla: un centro de enseñanza no es un circo. Un estudiante que comienza el curso deplorando que las vacaciones no sean más largas y que va a clase los lunes de peor humor que los viernes no estará motivado, desde luego, pero indudablemente disfruta de una envidiable salud mental. Lo alarmante sería lo contrario, que aguardara impaciente el fin de las vacaciones para poder divertirse estudiando las declinaciones latinas o resolviendo problemas de trigonometría.

Por supuesto que se le hará más llevadero el esfuerzo si procura trabajar con alegría e interesarse por lo que hace, pero lo mismo le sucede a un albañil, quien se lo pasará mejor si sube al andamio cantando de contento que si lo hace blasfemando de rabia, y no por eso pensamos que sea obligación del capataz motivar a los obreros. A quien argumente que la cosa no es idéntica porque los profesores tratamos con menores de edad, se le ha de contestar que no existe razón para engañar a nadie, por muy menor de edad que sea. Hacerles creer que el trabajo es un juego es tan grave como hablarles de la cigüeña cuando preguntan de dónde vienen los niños. Si toda persona de sentido común sostiene que hay que informar sinceramente a un niño cuando se interesa por el sexo, o por el problema del alcohol, o por el de las drogas, no se entiende por qué se les ha de mentir cuando se les habla del trabajo, del estudio y del esfuerzo.

Si es importante que sean conscientes lo más tempranamente posible de que son buenos los hábitos de hacer ejercicio cotidianamente, de tomar alimentos saludables, de prescindir del tabaco y de disfrutar moderadamente del alcohol, también es importante que sepan que el estudiar regularmente, estén o no motivados, es un hábito imprescindible. Un profesor que hurta a los alumnos esta información y que les habla de aprendizaje lúdico es tan irresponsable como si les dijera que el vino y el tabaco son buenos para el desarrollo de un adolescente. Unos harán caso a las buenas recomendaciones y otros no, del mismo modo que unos fumarán y otros no, pero es indispensable que quien se deteriora la salud fumando no pueda después quejarse de que no estaba informado. Todo el mundo tiene derecho a jugar con la salud propia, si quiere, y también con su propio futuro, pero los jóvenes han de saber a lo que están jugando y lo que se están jugando.

Es cierto que las materias se les pueden presentar a los alumnos de forma más o menos amena, pero esto es hacerles la disciplina más llevadera, no eximirles de la disciplina. Por otra parte, no hay más remedio que resignarse a que hay conocimientos indispensables, cuya utilidad es difícil de entender y cuyo atractivo es casi nulo. Es imposible que un niño comprenda la necesidad de comer verduras cuando existen los caramelos y las chocolatinas. Si le dejamos comer lo que quiera y a la hora que quiera, y esperamos a que entienda lo importante de una alimentación sana y regular para que coma saludable y regularmente, ya se habrá estropeado el estómago irreversiblemente. La comparación es pertinente: la inteligencia para aprender es muy temprana, pero la madurez necesaria para comprender lo importante que es aprender es muy tardía. Si esperamos a que tenga esta madurez para enseñarle, los mecanismos de aprendizaje se habrán deteriorado tanto como el estómago de un niño a quien se ha dejado comer lo que le apetecía cuando le apetecía.

Por eso siempre es difícil enseñar. Si los alumnos son adultos quieren aprender (digamos, en la jerga a la moda, que están motivados), porque son maduros, pero les cuesta mucho hacerlo porque su capacidad de aprender ya no es lo que era. Si son niños, pueden aprender, pero no quieren porque su inmadurez les impide entender la necesidad de hacerlo. El inevitable distanciamiento que, como muy bien señala Russell, se da entre vida y cultura en los primeros años de la vida escolar, se ha de tener muy presente si de verdad pretendemos enseñar algo a nuestros alumnos. Leer a Virgilio puede ser algo muy hermoso, pero para ello hay que estudiarse primero las declinaciones latinas, una de las cosas más aburridas del mundo. Entender la física y las matemáticas de un cierto nivel es cosa apasionante, pero a esto no se puede llegar si antes no se han hecho muchos ejercicios rutinarios con fracciones y con el sistema métrico decimal. Estos trabajos tediosos se han de hacer porque lo manda el profesor, no hay más solución, y el oficio del profesor no consiste en ser simpático a los alumnos. Las motivaciones más corrientes, las de toda la vida, la de querer hacer pronto las tareas escolares y así tener tiempo para estar con los amigos, la de aprobar para disfrutar mejor del verano o la ilusión por llevar buenas notas son absolutamente legítimas. La afición por aprender ya vendrá en su momento. Quien estudia porque le gusta llevar sobresalientes terminará llevando sobresalientes porque le gusta estudiar, pero esta inversión es un proceso muy lento y es inútil tratar de apresurarlo. Y en cualquier caso, la motivación es para el estudiante lo que la inspiración para el artista: vale más que le pille trabajando.

Los profesores que hablan de motivación, o de que el aprendizaje es un juego, están equivocados de arriba abajo, pero es de pensar que en su inmensa mayoría actúan de buena fe. Con todo, hay alguna excepción que urge señalar. La del profesor que predica una enseñanza liberadora y lúdica, sin miedo a las malas notas porque las notas no son tan importantes, pero a su propio hijo lo lleva a un colegio privado y lo somete a la misma disciplina de la que él exime a sus alumnos. Ignoro la razón de esta manera de actuar, pero por cada chico ingenuo que se crea su discurso liberador habrá un competidor menos para su hijo. Conocí a un colega convencido de que su labor era la de hacer felices a los alumnos y no atosigarles con exámenes y calificaciones. Pero cuando su hijo flaqueaba en una asignatura le ponía un profesor particular. Y es de suponer que dicho profesor particular lo atendía a horas fijas, acordadas de antemano, y no cuando coincidía que el muchacho se levantaba motivado. No era nada tonto este colega mío.

De PANFLETO ANTIPEDAGÓGICO
Ricardo Moreno Castillo

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12-12-05 11:44 #148704 -> 148693
Por:No Registrado
De Silva
A propósito del texto de Silva (ver hilo sobre violencia escolar, último mensaje de Ramón) quisiera denunciar otro de los grandes males que trajo la Logse. Éste se refiere a "dominar" la sintaxis. Claro, es que el verbo dominar les huele mal a algunos. Pues yo soy un defensor de la dominación; la Logse abandonó por completo el objetivo fundamental de toda educación: dominar (dominar, dominar, con toda la fuerza que el verbo exige) el idioma, los idiomas. De hecho, éste era objetivo primordial en la enseñanza de España durante la segunda mitad del siglo XX (sobre todo, a partir del Bachillerato de 1936). Como eso de dominar se ve mal, pues dejen de domianr el idioma. Me sentiría satisfecho si, al menos, los mozos de hoy en día pudieran dominar un poco el idioma. Por esa carencia no saben manejar ni internet: porque hay muchas palabras. Su cultura de la imagen les mantiene alienados, aculturalizados, analfabetizados.

Y aquí viene como anillo al dedo la parte del Panfleto colgada arriba: hay quehaceres que no son agradables pero se deben cumplir. Esto la mayoría de la gente no lo entiende. "Es que queremos ser famosos" -afirman los muchachos. Y no ven que en todo oficio hay asuntos que desagradan, faenas cansadas, horar y horas de trabajo, etc. Me recuerda a Mª Teresa Campos, que todo el mundo piensa que vive como una diosa porque su programa empieza a las 11. Sí, claro, pero ella se levanta a las seis de la mañana, para estar a las siete en el plató, y ponerse a trabajar.

En definitiva, que no es cuestión de motivación, sino de esfuerzo, tesón, disciplina y seriedad. Saludos,

Agustín
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12-12-05 14:45 #148883 -> 148704
Por:No Registrado
RE:De Silva
Agustín, insisto como insistí ayer en el apartado de violencia escolar a que todos los interesados se bajen el PANFLETO completo de Ricardo Moreno Castillo sobre la educación, donde este profesor desmenuza, desgrana todas las falacias que se sostiennn en los corrillos de la educacióncon un sentido comun que desborda las expectativas. Natalia, Montse, Mariano, José Miguel, todos los que habéis participado bajároslo por favor, es impecable. Copiad este link más abajo en vuestro navegador, es en formato pdf. En cuanto lo empiezas a leer, engancha por su lógica elemental, que es lo que nos falta en este asunto.



Abrazos,

Ramón Arcusa
Puntos:
12-12-05 16:52 #148978 -> 148883
Por:No Registrado
falacia de la igualdad
Muy interesantes los comentarios de R. Moreno Castillo sobre la falacia de la igualdad. Es cierto: no todos somos iguales. Y unos nacen para la construcción, otros para la poesía, la música, las ciencias o las letras. El debate está servido, si se lee el texto. Coincido con Ramón en que es de sentido común. Descartes en su Discurso del método inicia la obra afirmando que "el sentido común es la mejor cosa rapartida en el mundo". No es cierto, al menos hoy en día, porque a veces hay que recordar peregrulladas a cierta gente que vive en el país de Alicia.

Saludos,

LA FALACIA DE LA IGUALDAD

Ricardo Moreno Castillo

Artículo 6
Puesto que todos los ciudadanos son iguales ante la ley, cada cual puede aspirar a todas las dignidades, puestos y cargos públicos, según su capacidad, y sin más distinción que la de sus virtudes y su talento.

(DECLARACIÓN DE LOS DERECHOS DEL HOMBRE Y DEL CIUDADANO, PROCLAMADA POR LA ASAMBLEA NACIONAL FRANCESA EN EL AÑO 1789)


Casi siempre que se habla de la necesidad de subir el nivel de exigencia en los estudios, sale alguien argumentando que esto atentaría contra la igualdad de oportunidades. Y esto porque siempre tendrían más facilidades los muchachos que provienen de familias donde existe ambiente intelectual. Esto encubre dos falacias, en primer lugar porque no es cierto, y en segundo porque, aunque lo fuera, pedir menos a los estudiantes no nivela las diferencias, antes bien las aumenta.

Empecemos por la segunda. Imaginemos un módulo profesional donde se enseña carpintería. Se supone que mientras dure, hay que hacer trabajar a fondo a los estudiantes para que salgan convertidos en unos buenos artesanos. Esto lo admite cualquiera. Ah, pues no, diría nuestro interlocutor, porque entonces sería ventajoso para el que es hijo de carpintero, que ya conoce algo del oficio y parte con ventaja sobre el resto de sus compañeros. Pues si alguien aprovechó las posibilidades familiares para aprender un oficio, mejor para él, pero si en aras de la igualdad se baja el nivel de trabajo y exigencia, solo se ha conseguido que todos pierdan el tiempo y que el título obtenido al final no sea más que papel mojado. Para que uno no pueda aprovechar ciertas ventajas se perjudica a todos sin beneficiar a nadie. Y lo que es más grave, se acentúan las desigualdades que se pretenden paliar. Porque el hijo del carpintero puede aprender en casa lo que no le enseñaron en el curso, pero los demás han perdido definitivamente la posibilidad de convertirse en un buen profesional de la carpintería. La pequeña diferencia inicial se ha convertido en un abismo insalvable. Pretender igualar, bajando el nivel, a los que proceden de padres con estudios con los que proceden de padres que no los tienen, perjudica más a los segundos que a los primeros. Si los que no tienen ambiente intelectual en su casa tampoco lo encuentran en el instituto, están perdidos para siempre, y por muy listo y trabajador que sea un hijo de padres sin instrucción, y muy tonto y vago que sea un hijo de familia con más posibilidades, siempre quedará el primero por debajo del segundo. Lo que no aprende el pobre en el instituto no lo podrá aprender en ningún sitio, y sólo en un sistema de enseñanza donde se valora el trabajo y la inteligencia pueden competir ambos en igualdad de condiciones.

El argumento, si fuera correcto, habría de extenderse a la universidad. En primer lugar, porque sería injusto enseñar en la universidad suponiendo en los estudiantes la base que proporciona un bachillerato sólido, cuando el propio sistema les ha negado la posibilidad de tenerla. En segundo, porque dar mucho nivel en una facultad de derecho es dar ventajas al que procede de familia de juristas, y darlo en la de medicina, a los que proceden de una de médicos. Los estudiantes de ingeniería cuyo padre sea ingeniero tienen una ayuda de la que carecen la mayoría de sus compañeros, luego hay que enseñar y exigir poco, para que no se note la diferencia. Todo el sistema de enseñanza se convertiría así, se está convirtiendo, en un complicadísimo mecanismo cuya principal función no es enseñar, sino impedir que nadie destaque, no vaya a ser que se caiga en el elitismo. Pero sucede que la sociedad necesita de buenos juristas, buenos médicos y buenos ingenieros, y éstos sólo pueden ser suministrados por buenas universidades. Y una universidad, por buena que sea, poco puede hacer con un estudiante que llega creyéndose con derecho a ser motivado (esto es, intelectualmente infantil), con poca costumbre de estudiar y redactando mal. No hay otra alternativa: o se tiene un bachillerato exigente, donde se inculca a los estudiantes el hábito del trabajo y del esfuerzo, o los juristas, médicos e ingenieros procederán de la enseñanza privada. Y de este modo, por no caer en el elitismo de la inteligencia y la fuerza de voluntad, se cae en el económico.

Pero vamos ahora con la primera falacia: es rigurosamente falso que los hijos de padres menos cultivados sean peores estudiantes que los demás. Mi primer destino, a finales de la década de los setenta, fue un pequeño pueblo costero, y puedo asegurar que la mayoría de mis mejores alumnos procedían de familias de marineros. Y las condiciones en que tenían que estudiar eran bastante peores que las que existen hoy. Los medios que había en las aulas eran más precarios, y algunos de ellos tenían que venir desde veinte o más kilómetros de distancia, porque había menos institutos que en la actualidad. Muchos de ellos son ahora abogados, médicos y profesores. Si hoy día los estudiantes saben menos no es porque estudie todo el mundo, como aseguran los más acérrimos partidarios de la reforma. Antes no estudiaba todo el mundo, cierto, pero era por la escasez de centros, no porque los niveles que en ellos se exigía los hicieran inasequibles a un muchacho corriente y moliente. Los que podían estudiar porque tenían a su alcance un instituto no eran todos, y eso no era bueno. Pero los que sí podían formaban un muestrario estadístico lo suficientemente representativo como para demostrar que no hace falta ser un genio ni vivir rodeado de libros para hacer un buen bachillerato. La idea de que la cantidad ha de estar reñida con la calidad es uno de los errores más crasos de nuestro sistema escolar. Se dice que el presupuesto para la enseñanza es escaso, y puede que lo sea, pero la cantidad que se gasta hoy por alumno nunca fue tan alta en España, como nunca ha sido el curso tan largo, y nunca han terminado el bachillerato siendo tan ignorantes. La reforma ha sido un disparate, y financiar un disparate no lo hace menos disparatado.

Todos hemos conocido alguna de las familias numerosas de antaño en la que había buenos y malos estudiantes, lo cual demuestra que, si la familia influye, lo hace solo en parte. Y aunque no lo parezca, hay circunstancias que importan más en la vida escolar del hijo que la cultura que tengan los progenitores. Un muchacho debe estudiar a ciertas horas, y para que lo haga no necesita que los padres sean muy leídos, basta con que tengan la suficiente sensatez como para exigírselo y la suficiente generosidad para mantener la televisión apagada y la casa en silencio. Y se me concederá que la sensatez y la generosidad no son atributos exclusivos de la burguesía ilustrada. Por otra parte, no es lo mismo el ambiente intelectual que el ambiente de estudio, y más ambiente de estudio tiene quien es hijo de una persona iletrada pero serena que quien lo es de un sabio neurótico. Un muchacho de familia labradora puede no tener mucha ayuda en casa, pero ha vivido más al aire libre que uno de la ciudad, y esto también es bueno para el trabajo mental. Otro no ha disfrutado de las ventajas de la vida campestre, pero en cambio hizo buenos amigos en su curso, lo que le anima a estudiar para no repetir y así no perderlos de vista. El de más allá es retraído y le cuesta relacionarse con los compañeros, pero es listo como una ardilla. Aquél no es tan listo, pero lo compensa con una enorme fuerza de voluntad. El que tiene hermanos está acostumbrado a convivir, pero en su casa hay menos silencio. Al que es hijo único le cuesta más aprender a compartir, pero indudablemente puede estudiar con más tranquilidad. Nadie nace en nuestro primer mundo con todos los vientos en contra. En lugar de lamentarse de lo difícil que lo tiene hoy la juventud (como si en alguna época lo hubiera tenido fácil), hay que saber aprovechar los que soplan a favor.

La idea de que reducir los niveles de exigencia beneficia a las familias más modestas no solo no resiste el más mínimo análisis, tampoco el menor cotejo con la realidad. Se aludió antes a los buenos alumnos hijos de pescadores. Si la discreción no lo vedara, podría citar docenas de malos alumnos hijos de médicos, profesores o arquitectos. Pero no hay razón para no hablar de los ejemplos contrarios, que por otra parte son del dominio público. El padre de Copérnico era panadero, y el de Kepler regentaba una taberna. Ambos, cuando eran niños, tenían que ayudarles en sus tareas. Newton era hijo de un agricultor y Kant de un guarnicionero. H. G. Wells nació en el seno de una familia muy modesta, lo mismo que Charles Dickens, cuyo padre llegó a estar preso por deudas. Antón Chejov era hijo de un modesto comerciante con seis hijos y trabajó para pagarse los estudios y ayudar a su familia. William Saroyan contribuyó al sustento de la suya repartiendo telegramas. Jack London era hijo ilegítimo de un astrólogo ambulante, y no tuvo lo que se dice una infancia cómoda ni feliz. Thomas Edison tuvo poca escuela, y aprendió lo que buenamente le pudieron enseñar en su casa, que no era mucho. Podríamos llenar páginas y páginas con más ejemplos.

Que un muchacho de la España actual, que tiene un instituto a no más de unas cuantas paradas de autobús, instituto mucho mejor dotado de libros y profesores que las escuelas a las que acudieron los ejemplos antes citados, hable de falta de ambiente o de ausencia de estímulos, es un sarcasmo de mal gusto. Jamás hemos estado tan cerca de la igualdad de oportunidades, la única (además de la igualdad ante la ley) por la que tiene sentido luchar políticamente. Que unos las quieran aprovechar y otros no ya es otra cosa. Pero es un fraude no dar lo mejor a los que sí quieren para no generar desigualdades con los que no quieren. Como sería un fraude que no se hiciera medicina preventiva, ni campañas explicando los daños que produce el tabaco y el abuso del alcohol, alegando que quienes carecen de fuerza de voluntad para seguir las recomendaciones de los médicos estarían en condiciones de inferioridad en relación con quienes sí la tienen.

Esto nos lleva a algo muy manido pero también muy olvidado, y que si no se tiene presente, sólo puede conducir a desastres, en el orden educativo y en otros muchos. Es lo siguiente: la libertad y la igualdad son cada una de ellas frontera de la otra. Casi cualquier avance de una de ellas lo hace a costa de un retroceso de la otra. La libertad sexual es algo espléndido, pero produce una terrible diferencia entre quien es atractivo y tiene encanto personal, que se lo pasa muy bien, y quien es feo y aburrido, que no se come una rosca. Una sociedad sexualmente represiva es menos libre, pero indudablemente más igualitaria: cada cual se acuesta con su pareja legal y punto. Durante el franquismo era fácil tener fama de listo, porque no se podía decir lo que se pensaba. Con la libertad de expresión ha salido a la luz la triste desigualdad que hay entre los más inteligentes y los que no lo son tanto. Los intelectuales sólo podían decir las cosas a medias, por culpa de la censura. La supresión de ésta los hizo más libres, cada uno podía decir lo que le pareciera, pero los clasificó en dos grupos muy desiguales: los que de verdad tenían cosas que decir y los que en realidad sólo pensaban a medias. No olvidemos que las dictaduras son grandes igualadoras. La multiplicación de oportunidades nos da más posibilidades para escoger, en consecuencia nos hace más libres, pero también más desiguales, porque unos aprovechan las posibilidades y otros no. Si hay buenos conservatorios todos somos más libres, porque podemos decidir entre aprender a tocar un instrumento o no aprender, pero también crea una frustrante diferencia entre los que tienen buen oído y el tesón necesario para dedicar varias horas a practicar y los que carecen de alguna de ambas cosas. Sería absurdo enseñar poco en los conservatorios para que los segundos no se sientan inferiores a los primeros. No es un argumento decir que el que proviene de familia de músicos está en ventaja porque le educaron el oído de niño. En primer lugar, porque no siempre es así (un buen músico no es necesariamente un buen padre y un buen educador), y en segundo, porque aunque lo fuera, la misión del conservatorio no consiste en impedir que destaque el que tiene aptitudes para la música. No, su misión es exactamente la contraria, por muchas desigualdades que esto pueda generar.

Los colegios que tienen uniforme igualan a los alumnos, no cabe duda, no se puede saber quien gasta más o menos en ropa o quien tiene mejor o peor gusto en el vestir, pero los alumnos carecen de la libertad para ponerse lo que mejor les parezca, y normalmente terminan aborreciendo el uniforme. Los centros privados que esgrimen como blasón el alto porcentaje de aprobados en la selectividad tienen un régimen interior muy severo, que castiga con más horas de estudio a quienes no llevan buenas notas. Los muchachos son menos libres, pero están más igualados en los resultados académicos. En los centros públicos no se impone ningún correctivo al que las lleva malas, existe más libertad para estudiar o no estudiar, pero hay diferencias entre el buen alumno y el malo, porque el esfuerzo lo tiene que poner cada cual. En el colegio privado podemos decir que la fuerza de voluntad la pone la casa, y en consecuencia los alumnos son más iguales pero también menos libres.

¿Dónde está el punto hasta el que hay que luchar por la igualdad, a partir del cual es más importante la libertad? Si aceptamos lo que se ha dicho hasta ahora, la respuesta es clara: hay que luchar tenazmente contra todas las desigualdades que procedan de la desigualdad de oportunidades, pero hay que respetar las que proceden de la posibilidad que tenemos todos los ciudadanos para aceptar o rechazar las oportunidades que se nos brindan. Digamos que todos los alcohólicos que quieran desintoxicarse han de tener un lugar donde recibir ayuda. Pero a partir de allí, ya es más importante la libertad que la igualdad. Hay que aceptar que unos quieran superar su adicción para mejorar su salud y que otros prefieran deteriorar la suya bebiendo cada vez más, aunque unos y otros se vayan haciendo cada vez más desiguales. Sólo tiene sentido reivindicar las igualdades del primer tipo, y sólo en una dirección: hay que dar oportunidades a quien carece de ellas, no quitárselas al que las tiene, quien debe aprovecharlas sin mala conciencia.

Esto nos lleva a que la educación igualitaria tal como la entiende el sistema actual es la igualdad del segundo género, la que se impone a costa de una libertad legítima: la libertad de los que desearían y podrían estudiar un bachillerato de seis años, sólido y riguroso (en donde se diera por sentado que el oficio de los profesores es enseñar porque la motivación la ponen los alumnos), la libertad de los que quieren aprender de verdad, y no simplemente que les entretengan, la libertad de los que quieren desarrollar a fondo sus capacidades intelectuales. Y si no todos están dispuestos a someterse a esa disciplina, no hay razón para privar de ella a los que sí lo están, por la misma razón que no todos estamos dispuestos a hacer ejercicio físico y no por ello se han de suprimir los gimnasios. Pretender igualar a todos impidiendo que los más trabajadores e inteligentes den de sí todo lo que puedan es cometer con ellos una terrible injusticia, pero además también los tontos y los vagos salimos perdiendo. Mi capacidad de trabajo es muy modesta, mis luces más modestas todavía. Ambas limitaciones me impiden ser ingeniero, pero la terrible frustración que esto me produce no me puede llevar a deplorar el alto nivel de las escuelas técnicas, ni considerarlo una injusticia que se comete conmigo. Al contrario, lo celebro, porque gracias a ello puedo cruzar un puente o subirme en un avión con cierta tranquilidad. Tranquilidad que no tendría si, con el fin de no engendrar desigualdades, le dieran el título de ingeniero a gente como yo. Más envidia todavía tengo de los virtuosos de un instrumento. Mi falta de sentido del ritmo y mi oído romo me vedan serlo. Con todo, me parece bien que en los conservatorios sean severos y exigentes con los alumnos. Ello hace que salgan buenos músicos y que, por comparación, mi triste inferioridad quede más en evidencia, pero me da en cambio la posibilidad de escuchar buenos conciertos. Con este consuelo apaciguo la terrible envidia que me atormenta. (Continúa : La falsedad de la enseñanza obligatoria)

Puntos:
14-12-05 22:27 #150619 -> 148883
Por:Natalie

RE:RE:De Silva
¡Hola, Ramón!
Lo he bajado, algo extenso, pero me lo leeré!!!!
un abrazo
Natalia
Puntos:
14-12-05 22:57 #150634 -> 148883
Por:José Palop

RE:RE:De Silva
Gracias,Ramón:

Aunque sólo les he echado de momento un vistazo, pienso que son once artículos muy interesantes y esclarecedores de lo que hemos hablado últimamente en este foro, los leeré todos, además de imprimirlos para tenerlos a mano.

Un abrazo.
Puntos:

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