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Miguel Esteban - Toledo

Poblacion:
España > Toledo > Miguel Esteban
19-05-12 10:15 #10076114
Por:luna64

las bodas de antes
Eran casi como las ferias, pero en semi –privado. La fiesta se preparaba de antemano y las familias enteras se ponían de acuerdo para preparar las viandas que formarían parte del banquete nupcial. Era todo un rito. Desde semanas atrás, se preparaban los postres y los dulces: “arroz con duz”, el mostillo, los tirabuzones... Pero a medida que se acercaban las vísperas, la fiebre nupcial subía y se aceleraban los preparativos: Se mataban gallinas, gallos, conejos...Se recolectaban o compraban huevos... y se hacían los regalos (presentes) a los familiares y amigos que sabían que no iban a asistir al banquete. Normalmente se les llevaba un plato de arroz con duz (arroz cocido con agua, limón, azúcar y canela) y, la gente más refinada y pudiente, llevaba una cajita de almendras peladillas en lugar del arroz con duz. Bien, pues llegado el día de la boda, todo el pueblo estaba al tanto, ya que las noticias se sabían con mucha antelación. Solía ser el evento a las 12 del mediodía. Las campanas repicaban sin parar. Los invitados se apresuran, por grupos de familia o amigos, a llegar a la iglesia,a tiempo de la ceremonia. Mientras, el resto de la gente se acicala ligeramente para ver pasar a la novia y al novio. La una, de blanco (¡cómo no!). El otro de negro y camisa blanca de cuello almidonado. La calle por donde discurre la comitiva se convierte en un embudo multitudinario. La parte ancha, la forma la zona por donde están los novios; y la más estrecha, casi cerrada, se encontraba a unos 50 metros en la dirección en que caminaban los celebrantes. Como las faenas preparatorias de los familiares más allegados habían durado hasta la víspera de la boda, ese mismo día desayunaban un buen chocolate con soletillas, aunque fuese un día de verano; pues era más fuerte la tentación golosa que el sudor que les pudiese producir. Terminada la ceremonia, al salir de la iglesia, se lanzaban a los novios (para que lo recogieran los chiquillos) calderilla, caramelos y peladillas, lo que hacía más engorroso el caminar de los flamantes esposos. El banquete se hacía en un salón de bodas, que no era sino un antiguo casino ubicado en un caserón, que se utilizaba a tal efecto. No existía como ahora, ni aire acondicionado, ni siquiera unos ventiladores que mitigasen el calor de verano. Casi todo el mundo bien trajeado, en un salón escasa ventilación y el perfume abigarrado de los invitados, se mezclaba con el calor producido por el primer plato, que siempre consistía en una sopa de picadillo, compuesta por el caldo de cocer las gallinas, fideos, los higaditos y huevos picados y algún que otro trozo de gallina. Todos sudábamos con gruesas gotas. Todos nos limpiábamos el sudor con los pañuelos blancos que se colocaban de adorno en los bolsillos superiores de las chaquetas. La gente empieza a desabrocharse las camisas, aflojar el nudo de la corbata o a desprenderse de la americana. Ni que decir tiene, que los platos se podían repetir casi indefinidamente, porque lo que les preocupaba a los familiares de los novios es que los invitados no se quedasen con hambre y que la comida fuese abundante. El segundo plato lo componía una mezcla de albóndigas de cerdo con trozos de gallina guisados. En verdad que todo era tan natural, que se podría hacer ostentación de que todo era de corral (como antes siempre lo era) y sin manipulación por terceros que no fuesen familiares. Así que todo se quedaba en casa. Nunca oí nada de intoxicaciones. Como no había exquisiteces crudas o semicurados, no había posibilidad de ello. Ya a media tarde, terminado el banquete, el padrino repartía los puros entre los hombres y la madrina, repartía su simpatía entre las mujeres, preguntando si les había gustado la comida. De forma prevista, en ordenada fila, los invitados entregaban a los novios, una cantidad de dinero que se echaba en una bandeja, a la vista de toda la gente, y se les deseaba todo un mundo de parabienes. Se desalojaba el salón. Los familiares recogían las mesas que habían servido y se barría el suelo de cemento, para dejarlo listo para el baile. A partir de las cinco de la tarde, comenzaba el baile, danzando al son que tocaba un grupo musical compuesto por varios músicos pertenecientes a la banda municipal. En mis tiempos de niño, ni sabía bailar ni observaba cómo se bailaba; pero en los bancos que habían servido como asiento de los comensales, se agrupaban ahora, puestos en el contorno del salón, todas las comadres que cuchicheaban sobre los supuestos pretendientes de alguna mozuela más o menos conocida. También intentaban lucirse aquellas parejas que, tradicionalmente, eran reconocidos como buenos bailarines. Pero la mayoría de los invitados, movían sus huesos de forma acompasada, pero burda, con la novia o esposa, para que no diera qué decir entre los ojos ávidos de novedades. El baile expiraba por cansancio, sobre las once de la noche, tras agotarse, con el baile de las jotas manchegas, que frecuentemente pedían a los músicos. Había terminado un día de fiesta que, para la mayoría de los asistentes, suponía un eslabón de la, vida, tan natural como cuando se asiste a un entierro.
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