Lominchar - Toledo

LA MATANZA

Un aromático olor a cebolla cocida inunda la casa. Durante todo el día anterior a la matanza, se cuece la cebolla en el caldero de cobre reluciente, sobre la lumbre de la cocinilla.
- ¡Cuidado chicos, no os arriméis!
- ¡Eh, que os chumascáis!, ¡fuera de aquí, a jugar al fresco!
- ¡Si no os portáis como Dios manda, mañana no os damos la vejiga para jugar!

En la calle hace un frío que pela. El olor lo inunda todo. El humo de la chimenea se encarga de extender por todo el pueblo el aviso de la matanza. Se entrecruza con otros humos que preparan el mismo evento.

- ¡Qué bien, mañana vamos de fiesta! ¿Nos dejarán amasar los chorizos?
- ¡Qué gusto meter la mano en esa masa blanda y olorosa a especias y pimentón!
- ¡La tía nos dejaría, pero está la abuela... como mucho nos dejarán atar chorizos y morcillas...

Al despuntar el día, con el relente en las hierbas del corral, los cincos hombres, calzados con botas altas de goma, y exhalando vaho, se dirigen a la gorrinera para sacar al animal, que inocente descansa sobre la paja . Está muy gordo, pesa. Lo agarran entre todos, y emite unos chillidos que sobrecogen. El matarife dirige la operación:

- ¡Agarradlo bien de las patas, que como se le escape una te saca un ojo!...
- ¡...!
En la cocinilla ya hay movimiento de mujeres. La lumbre crepita entre las ramas secas, emitiendo un fuego rojo y vivo, inundando el ambiente caldeado. La cebolla está lista para unirse a la sangre del animal y demás ingredientes, para hacer las morcillas. Huele a ajos asados en las ascuas. Divino olor que contrasta con lo grotesco del corral.

Arden “las aleagas” sobre la piel del animal, que después es raspado con trozos de tejas para dejar limpia su piel.

- ¿Es hermoso, eh? ¡Éste va a dar mucho de comer para este año!

Con movimientos seguros y ágiles, comienza el descuartizado. Con la misma agilidad, y aparecidas por arte de magia, están allí las mujeres, recibiendo el mondongo, el lomo, la asadura...y en la mesa de matar, con las lebrillas de humeante agua calentada en el fuego de la lumbre, comienza el ritual de la limpieza de los intestinos
Dos hombres se encargan de cortar las primeras tajadas del cerdo recién matado. Los demás continúan ayudando al matarife con la tarea de despedazar todas las partes para ser debidamente aliñadas, cortadas, picadas...y guardadas a buen recaudo para pasar el año. Las mujeres prosiguen en la tarea de limpiar las tripas bien, dándoles la vuelta con cuidado para no romper ninguna.

La distribución del trabajo es perfecta. Cada vez hay más mujeres. Se simultanean las tareas. Se pica la carne y se adoba. Se hacen las morcillas, gordas e irregulares, para ser colocadas en un palo, que colocan en el techo de la cocinilla, sobre unos ganchos puestos allí para este menester. Se adoban los jamones y los brazuelos y se suben a la cámara para colocarlos entre dos piedras. Otros se ocupan de la comida: mágicas gachas aromatizadas con especias que darán de comer a todos, sin necesidad de más platos ni cubiertos que el pan y la sartén. Y de bebida: el vino del botillo.

Como es invierno, después de comer ya empieza a oscurecer. Han madrugado y están cansados. Lo que queda por preparar: “mañana será otro día”. Se envían los presentes. Se recoge un poco la casa, y a descansar .¡Cada mochuelo a su olivo!
La despensa está llena para pasar de momento.