UN PASEO POR ILLESCAS (Dedicado a ti). I Hacia Illescas voy y camino bajo un cielo azul espejo. Al fondo, el igneo reflejo, serpea el blanco camino, donde, junto a mi destino, se agosta el cardo espigado, el braojo, el trigo dorado e hileras de verde oliva, que muestran su perspectiva, como un tablero enrejado. II Campos de monotonía, quebrados por tu silueta, todavia difusa y escueta, allende en la lejanía, que se me hace cercanía tras el paso de mis huellas y, entre horizontes, descuellas con tu altivo campanario, una escala en solitario, camino de las estrellas. III Las vias y su negro acero, me llevan al infinito y me señalan el hito donde el trino del jilguero, perdiz, alondra, triguero... se apaga por el acento de las gentes del cemento, las que dan sentido y vida a las calles y avenidas de este viejo poblamiento. IV Dejo atras la plaza y el ferial y me dirijo enseguida hacia una larga avenida: a un lado, el sombrío tapial de una cúpula eclesial, un jardín y una vieja huerta; al otro, la acera muerta bajo un sol de mediodía; y enfrente, ¡Que osadía! un solitario arco o puerta. V Con la mirada y alma vana, abierta a Ugena y al Santuario, en cuyo alto campanario, al compás de la campana, la cigüeña taciturna, alimenta su nidada y un tanto ensimismada, ve la vida al ras del suelo, la alegría y el duelo en la plaza encadenada. VI Entre esas negras cadenas, bajo el viejo olmo sin brío, mi corazón en desvarío, libó tus mieles y penas. Recuerdo tardes enteras entre risueñas diatribas, tu mirada perdida, ibas dibujando golondrinas por las esquivas esquinas de un cielo a la deriva. VII El mismo cielo que alumbra el patio del viejo hospicio, viejas tapias sin resquicio, preñadas de eterna sombra y silencio. Aún me asombra, pese a vistarlo a diario, ese silencio iglesiario. Me ensimismo con el brocal, el busto, el ciprés vertical, su tenue aire solitario... VIII Que arrastra a la lejanía mi sueño de fé mundana. En la torre, la campana vierte su monotonía, llamando a la letanía. Oigo, en el silencio, rezar frente a la verja del altar cánticos a La Caridad, patrona de nuestra ciudad, pias plegarias para soñar. IX Soñar entre altas arquerias y otros tesoros sin igual, en este mundo desigual, es maquillar con plegarias, estas inmensas falacias. Quiero respirar realidad y salgo fuera, a la ciudad, a observar a los vencejos y sus hábiles manejos para esquivar la adversidad. X Desde su esquina sombría, el olmo, sin apenas venas por donde sangrar sus penas, oye con melancolía, la tenue monotonía de los cantos de la fuente, Fuente de los Leones, frente al tapial de la iglesia, nombrada Santa María, por el clamor de la gente. XI Sus altos muros y torre vierten su afilada sombra sobre esta illescana alhambra y sobre todo el que corre al amparo de la torre, cuyo perfil remozado nos conduce hacia el mercado, plaza del ajusticiamiento y del nuevo ayuntamiento, asiento del rey pasmado. Salud y República. |