LA PROPAGANDA (Romance) Heme aquí, Don Fernando, heme de tinta y papel pertrecho, presto a aflorar los entuertos a resultas de mi acecho, que de otra fuente no bebo y mi fe anda resecada por las misivas y acentos vertidos por tu mesnada; alarifes alegóricos de tus gestas y algaradas, entelando descalabros e imperiales escapadas; será que tras sus almenas reparten dieta y soldada, será que ve su mañana en Corte más elevada. Sea cual fuere, Fernandito déjate de zarabandas y presenta a los amigos que te hacen las propagandas. Es menester que presentes al prosélito sirviente de vuestras hercianas ondas e insustancial escribiente; un Caño que tinta vierte en "tribunicios" espejos, donde su dueño, mi alcalde, estampa su umbroso reflejo. Sin sentido ni elocuencia, todos sus éxitos canta, canta que el tiempo que tapa es el mismo que levanta y si el anterior locutor le echaron por ser "muy parcial", que desenvoltura tendrá el que encaramó a este zagal. Es menester que presentes al que te presentó un día, en los señoriales pagos para ocupar la alcaldía. Don Antonio, "el ruin-señor" de hinojos, abrojos, matojos... y de las perrunas mie.das, más no de las rosas rojas ni de cualquier otra flor bella que cierta labor requiera, más dejo las florituras y me vuelvo a la vereda. Antoñito, "el folclórico", gracias por ponerme al día de cuantos grandiosos logros nos depara la alcaldía; eres, del mester, el juglar que desvana las primicias; eres, sin duda, el primero en cantar las estulticias, que hierven en el consistorio. ¿Quien es tu topo? ¡Contesta! supongo que es un popular de pitecántropa testa; y tú, memoria no posees, ni pienso que te convenga remover la hemeroteca por los juros que contenga, pues sois gente de fiel voto ante el Cristo crucificado y con vuestra mano diestra sobre el libro sagrado. No es menester la condena, eternas son las promesas, queda un día, un mes, un año... para dejar la actual mesa. Sólo pido, al que competa, que no demore los juros, no tenga mi alma el barrunto de dejar su cuerpo impuro y no cumpla la voluntad de mojar su carne impía en la señorial piscina, aunque sea el último día. Mucho han de apresurar, gente en el paro no les faltará, para levantar tanta obra, que adeuda al que les votara. Sobra el tener que recordar hasta donde llega el toro y este animal me encamina al aprendiz de Montoro. Don Romualdo, Don Romualdo, o Paquito "el hortelano", cuan largo trecho has corrido a costa del ciudadano; y de tu amigo "el pasmado", ese eclipse que te guarda, pues con la casta que gastas, ni para una charlotada; pero hemos de reconocer, tu gran pericia y más tesón, presentado candidatos hasta almorzar en el mesón de la estrella celestial, no lo digo con retintín, en ello ha participado el si y el no de Don Agustín, el camarada soluble o rojo descafeinado, que quiere arreglar el mundo por el lado equivocado. Tras tropecientos mil años en la barrera estudiando, con beca, pues no se de ser que le viera o vea pagando, alcanzó la presidencia y tal cual Caesar Augustus, en el romano Coliseum, blandió su dedo robustus hacia el cielo o las tinieblas, hacia la vida o la muerte, razón o naturaleza, y sosteniéndole inerte, ante el gesto contrariado de la encrespada multitud, le doblo hacia la sinrazón; evidenciando que virtud no es alcanzar presidencias, sino un destino más largo de justicia y de prudencia. Hasta aquí he llegado, os dejo con este holgado romance que no es llorosa tragedia ni una comedia en su trance, es el nefasto transcurrir de ficticios personajes, que pulalan como espectros resquebrajando el paisaje. Salud y República. |