Cosas del pueblo - Personajes que nos visitaban EL SARTENERO Viene con sus instrumentos arreglando las sartenes y recibe parabienes de las mujeres por cientos, ¿pues quién no tiene en su casa una sartén que arreglar? ya que a fuerza de fregar la dejan como una pasa. Y aunque fuera muy chiquillo, recuerdo la admiración que me producía el son de la sartén y el martillo. Aquel hombre era tan diestro, que el martillito agarraba y en la sartén repicaba cual consumado maestro. EL VENDEDOR DE ESCABECHE DE BESUGO A veces aparecía el vendedor de escabeche, que con voz de mala leche ofrecía su mercancía. Su voz era fuerte y ronca y se escuchaba de lejos cual el trinar de vencejos como si buscaran bronca. Nunca , la verdad, me plugo aquella voz que escuché, por eso no comeré escabeche de besugo. BRILLANTINA Y OTROS También solía aparecer el hombre de las medallas, relicarios, antiguallas y otras cosas de vender. Nos traía la brillantina tan pringosa como aceite, colonia y algún afeite y esencia de trementina. Al final de su pregón decía “traigo brillantina, para el cabello”, termina y yo sufría un montón, porque en lugar de cabello nombre que desconocía, lo que siempre le entendía muy clarito era camello. y una duda me domina al escuchar esa frase ¿quién sería el que le aplicase al camello brillantina?. EL AFILADOR Llegaba el afilador afilando los cuchillos y a su zaga los chiquillos gozaban que es un primor. Con su trasto de una rueda y otra rueda de esmeril, un guardapolvos de dril por plaza, calle o vereda, va el afilador tocando en un curioso silbato, parándose a cada rato y su negocio anunciando. Gallegos de viejo cuño se pasean por España y repiten esta hazaña añorando su terruño. LAS MULETAS También periódicamente unos tratantes traían unas mulas que solían dar envidia a mucha gente. Las muletas las llamaban y las traía un gallego y el tío Lala y Mistro luego, eran los que las cuidaban. A veces docena y media van a beber al pilón y de milagro no son causantes de una tragedia, pues en las piedras restalla, saltan chispas a su paso pero por suerte ni un caso, de infortunio se declara. Con cuidado las llevaban corriendo los cuidadores y luego los labradores las veían y compraban. EL CAPADOR A veces venía un señor que por el pueblo pasaba y a los cerdos los capaba; se trata del capador. En una simple cestita trae cuchillas, también cuerdas y a los cerdos y a las cerdas algo del cuerpo les quita. Al escuchar los gruñidos de los cerdos ya capados, los demás muy escamados dan inmensos resoplidos, aunque luego sus honrillas tendrán después que perder y luego se habrán de ver faltos de sus criadillas. EL LOTERO Un día de casualidad ¡qué bien se portó aquel día! les cayó la lotería; una buena cantidad. A la gente afortunada les saca de la pobreza y cambian a la tristeza por sonora carcajada. Muchos dicen si ha tocado al vecino por azar, también a mí ha de tocar una vez que haya jugado. El día que se sabía que venía al pueblo el lotero, le esperaba el pueblo entero cual si fuera romería. Como de La Mata viene no llegaba ni al jardín, pues antes daban el fin a los billetes que tiene. EL LAÑADOR Si el sartenero era artista en el arte de tocar, este señor, al lañar, nos alegraba la vista. Un artilugio gastaba tan sencillo y primitivo y a la par tan efectivo, con el que el barro lañaba. Parecía un arco de acero y una cuerda que movía y con eso conseguía abrir pronto un agujero Así que visto y no visto ponía el hombre una laña y así empleando esta maña se quedaba el plato listo. EL MIELERO Si la memoria me es fiel y en eso confío y espero, vino también el mielero vendiendo su rica miel. No utilizaba fanfarria, le bastaba pregonar que acababa de llegar el de la miel de la Alcarria. Cómo goteaba aquello difícil de desunir que te incitaba a decir: ¡qué espectáculo más bello!, pues con el hambre que había, lo estabas saboreando y el sabor lo ibas guardando en la boca todo el día. EL MANTERO No olvidemos al mantero que también tuvo presencia llegando desde Palencia antes que viniera enero. Cuando el frío presentía el hombre se daba prisa, lucía su mejor sonrisa y con sus mantas venía. Si las ves ahora te espantas, pues eran feas y pesadas, mas entonces apreciadas; así eran las tales mantas. BOLLITOS DE VIENA PARA EL CAFÉ Aunque había panadería, hasta el pueblo se acercaba alguien que nos voceaba en los albores del día unos bollitos de Viena, blancos y de buena vista que no hay quien se le resista y que no haya hoy da pena. A diez céntimos vendían este jugoso manjar, aunque lo podías comprar por cinco, pues los tenían. TITIRITEROS Venían muy de tarde en tarde, se asentaban en la plaza y allí con muy buena traza de su arte hacían alarde. A veces cabra traían que realizaba piruetas; entre eso y sus cuchufletas a todos nos divertían. Siempre antes se enteraban de algunas cosas locales a través de los chavales y de ello chistes sacaban. Se los reía la gente porque a ellos no los tocaba la burla que se empleaba, sino al más débil de enfrente. Y con la silla en las manos calle arriba, calle abajo aquí en El Carpio de Tajo gozábamos como enanos. EL CINE MUDO Hace ya un tiempo lejano el cine nos lo traían unos hombres, que venían mayormente en el verano. La pantalla la extendían, la película pasaban y a la gente la explicaban las cosas que sucedían, pues el cine que llegaba era mudo todavía y ninguno se leía los letreros que mostraba. Unos no sabían leer, los demás casi tampoco y además con aquel foco apenas se podía ver. Y las gentes admitían la explicación que allí daban, pues con eso se enteraban de las cosas que veían. Películas del oeste con caballos y vaqueros, con el sherif y los cuatreros y un paisaje muy agreste. Siempre era el malo el que huía, pero el bueno le alcanzaba y en la pelea le ganaba entre gran algarabía. Otras veces era un niño que está sin padre ni madre, ni perrito que le ladre y huérfano de cariño, al que engañan los ladrones enseñándole a robar, que a la cárcel iba a dar entre grandes lagrimones. ¡Qué buena era nuestra gente que a los buenos aplaudía y como propias sufría las desgracias del doliente!. Y al final siempre hay un listo, que explica con suficiencia ante una crédula audiencia lo mismo que ellos han visto. EL TEATRO Recuerdo que había teatro eso sí, de uvas a peras, aunque no fueran lumbreras ni tampoco más de cuatro los que a veces se atrevían y alzaban aquí el telón, para así dar la función con las obras que traían. Algunas eran festivas, otras las decían en verso y el público estaba inmerso en las obras y en las divas, que alguna guapa muchacha lucía su tipo en la escena y así el teatro se llena solamente por su facha. Lo mismo ponían Cervantes que las obras del momento y a veces ponían un cuento de los que contaban antes. Eran muy bien acogidos y aquellos días parecía que la cultura subía, según los más entendidos. LOS GITANOS Olvidaba los gitanos que aquí venían con sus burros y que vendían como churros a los confiados paisanos. Era muy digna de ver la ceremonia del trato, dándote por liebre gato y aunque fuera de prever en sus redes te atrapaban, pues con tal habilidad te ocultaban la verdad que a cualquiera se la daban, pues el burro que ayer era había cambiado al instante y venía tan arrogante como flor en primavera, mas cuando ya se habían ido, el burro tanto cambiaba, que enseguida regresaba al burro que ya había sido. Y así una y otra vez repetíase el engaño, viendo así que año tras año, ganaba la insensatez. Pero fue gente muy maja como era el tío Ricardito, con bigote y pequeñito, que hasta cabía en una caja. Era el jefe y lo sabía según hábito gitano y una larga vara a mano claramente lo decía. Un nieto fue amigo mío y se llamaba Ramón y de todo corazón un gran abrazo le envío. Cristino Vidal Benavente. |