Cosas del pueblo - la taberna Esto no tiene nada que ver con el pueblo, pero lo tengo en el mismo archivo y ya lo coloco. A la taberna de Juan acuden cada mañana, siete días a la semana, los que por la tarde van. Con esto quiero decir, que sea mañana o que no a los mismos veo yo, pues no dejan de venir. Quien su casa no gobierna en otra va a presumir de que lo hace y va a ir a decirlo en la taberna. Y al tabernero de socio le suelta una parrafada, pero éste no escucha nada pendiente de su negocio. Aunque muy de vez en cuando asiente con la cabeza, pero con toda franqueza para nada está escuchando, pues es fácil de entender que si a todo el mundo escucha, la clientela que es mucha se quedaba sin beber. Luego llega el sabiondo aunque no sabe de nada, diciendo alguna chorrada de contenido muy hondo según dice el muy cretino, pero como le han calado todos le dejan de lado y se va por su camino. Más tarde llega Agripino que pidiendo una cerveza, pregunta con extrañeza que por qué le ha puesto vino. El tabernero contesta que es tal el lío que tiene, que ignora si va o si viene y que anda mal de la testa. Que lo beba sin pensar y si el vino no le place que ya verá lo que hace, pues se lo piensa cobrar. Y es que a veces este hombre ha armado tal confusión, que no hay ya más solución que ésta, por más asombre. Más tarde llega David y se sienta muy de prisa, sin aguantarse la risa por ver perder al Madrid. Se cabrea el tabernero, gran forofo de ese equipo, que está ya perdiendo el tipo y además por dos a cero. Y encima es el Barcelona con el que pierde esta tarde y el tabernero está que arde, ya que ni el vino le entona. Pero David que es mañoso un chascarrillo se inventa y al tabernero lo cuenta queriendo hacerse el gracioso: “Si el Atleti gana al Barsa y el Barsa al Madrid golea, que venga Dios y lo vea si el Madrid no es una farsa. Y supongo yo que ves, pues no eres persona lerda, que el Atleti, gane o pierda es el mejor de los tres”. Es que David es del Atleti y por buena o mala estrella, este club deja una huella más grande que la del yeti. David que se desternilla y en un brusco movimiento, saca el culo del asiento y al suelo cae de la silla. Ahora le ha tocado a Juan reírse de la desgracia y dice con mucha gracia, “donde las toman las dan”. Una patada en la pierna de un jugador madrileño y se ve fruncir el ceño del dueño de la taberna, que del hecho se aprovecha y levantando la voz dice que eso es una coz, que a ver si el árbitro le echa. Cuando llega don Tomás el partido había acabado y el Madrid ya había encajado otros tres golitos más. Viene Felipe jadeando y se sienta con José y los dos toman café a la par que están charlando. Y cuando llega Julián en compañía de Jonás, los cuatro no esperan más y a la partida se van. Tan pizpireta y moderna ha llegado Marifé, que ha puesto a la gente en pie cuando llegó a la taberna. Y además, con simpatía echa una mirada a todos y charlando por los codos una caña se bebía. Ha pedido nueva jarra, la recoge y se va lejos, donde no haya tantos viejos como allí junto a la barra. Cuando ve que ha entrado Estrella y aunque se lleven muy mal, le hace una leve señal a que se siente con ella. Una vez que se ha sentado Estrella con Marifé, le dice que si no ve al novio que le ha dejado. Y es que Marifé tenía un novio para casarse, mas decidieron dejarse apenas el otro día. Y Estrella con mala uva clava a la otra esta pica, que sabe la mortifica para que el dolor la suba. Marifé dice después que no reparó en su ex novio, como si fuera un microbio que aunque exista no lo ves. Abre la puerta Teodoro y cuando ya va a pasar, se pone alegre a cantar y todos le hacen el coro. Interrumpe su canción cuando mira al tabernero, que tiene un gesto muy fiero como diciendo “chitón”. Y a la barra se dirige, mira hacia algunas botellas y señalando una de ellas un muy buen coñac elige. Se da cuenta que a su lado se encuentra el tío Rafael y pega la hebra con él en un coloquio animado. Ahora entran cuatro muchachos que por la traza que tienen, parece que todos vienen si no mucho, algo borrachos. Todos piden una caña bebiéndosela de un trago y cuando ya han hecho el pago quieren superar la hazaña al pedir un güisqui doble y después de haber bebido, cada uno se ha sentido más derechito que un roble. Se ve que los chicos beben, atreviéndome a decir y sin temor a mentir: beben más de lo que deben. Con Antonio viene Arturo los dos en buena compaña, Arturo pide una caña y Antonio se pide un puro, pues antes que de beber él se acuerda de fumar, cosa que no es de extrañar como acabamos de ver. Y como entrambos son socios, se ponen a discutir y vuelven a repetir lo bien que van sus negocios. Daniel dice al tabernero que la cosa está muy mal y que le viene fatal devolverle su dinero. Que a ver si pinta mejor y le va entrando trabajo, que el año estuvo tan bajo que no pudo ser peor. El tabernero le dice que no se preocupe tanto, no vaya a caer en quebranto y que no se traumatice. Cuando Daniel se va luego el tabernero le mira, con pesadumbre suspira y exclama: maldito juego. Félix tiene muy mal vino y cuando tiene dos copas, hay que tentarse las ropas si lo tienes por vecino. Y fue lo que sucedió, que al entrar en la taberna debió fallarle una pierna y de bruces se calló. Ni corto ni perezoso con el primero que halló fue con el que se enredó sometiéndole a su acoso, que el otro quiso evitar retirándose de él y acercándose a Ezequiel y así poderse amparar de Félix y de su ira, que le aumenta cuando bebe y dice lo que no debe, sea verdad o sea mentira. Del brazo llega Mariano de Gervasio su sobrino y se encuentran con Albino al que los dos la mano. Y cuando los tres están en amable compañía, el trío se dirigía hacia donde estaba Juan. Y le preguntan si tiene las tapas que en su cocina hace la tía Josefina cuando a ella le conviene, pues otras veces su esposa se ha cansado de guisar, poniéndose a trabajar en su casa en otra cosa. Juan les dice que este día dispone de champiñones, morcilla, pollo y riñones y más cosas todavía. Ellos entre sí deciden y tras llegar a un acuerdo se inclinan por que sea cerdo y la morcilla le piden. Entra Don Lorenzo el cura seguido de Don Miguel, un fulano tan cruel, tan falso y tan caradura, que seguramente quiere tener al cura a su lado, para que todo pecado le perdone si se muere, pues seguramente ha hecho unas cuantas cada día, por lo que piensa que iría al infierno muy derecho. Los dos se van a la barra y ya sin más dilaciones piden unos champiñones y de cerveza una jarra. A veces el cura alterna, pues le gusta el buen beber y no digamos comer lo que hay en esta taberna. Que no es bueno no tocar y hasta sería un gran pecado que lo que Dios nos ha dado fuéramos a despreciar. Se escucha un ruido tremendo al tiempo de abrir la puerta y Juan que se pone alerta por lo que está sucediendo. Y es que ha entrado una cuadrilla cantando tras la guitarra y se acomoda en la barra y en alguna que otra silla. Para acallar tantas voces Juan no les cobra ya el vino, que busquen otro camino y que se vayan veloces. En esto que viene ya el borracho de Francisco, el que siempre arma un gran cisco y que el último se va. Seguro que la mujer de este tipo parrandero, pone en su mano dinero y que se vaya a beber. Y la deje en paz un rato que paz solamente tiene hasta que de nuevo viene a casa este mentecato. Juan no tiene más remedio que aguantar este tormento y tiene que andar con tiento, porque hay deuda de por medio. Que Francisco le prestó hace tiempo unos millones y por algunas razones todavía no le pagó. Acaba de llegar Mario, que siempre está discutiendo, pues de lo que estén diciendo opinará lo contrario. No importa que sea evidente, que con claridad se vea, pues se hable de lo que sea él irá a contracorriente. Encima es un ignorante, pues de lo que sabe hablar si se pudiera pesar con un gramo habría bastante. El discutir le alimenta y cuando nadie discute, él se mete de matute y una discusión inventa. Fíjense qué tonto es que una vez que discutía todo furioso decía: “no me equivoco jamés” Entran Amancio y Manolo acompañados de Honorio y lo hacen con gran jolgorio riendo y llamando bolo al que viene más atrás, que no es otro que Fernando al que se le están hinchando las narices y algo más, pues no dejan de burlarse de una cosa que antes dijo y es que un padre con su hijo debieran relacionarse. Incluso alternar a veces y contarse sus problemas, comentando muchos temas sin actuar como jueces. Que primero es enseñar para el padre, y aprender para el hijo, y así ver qué se puede aprovechar de lo que hubo hasta ahora, apartando lo anticuado y asumir lo actualizado; más claro ya, ni la aurora. Los tres ríen a carcajadas y le dicen a Fernando que lo que estaba explicando es solemne payasada. Que si apelas a razones el tiempo vas a perder, pues seguro van a hacer lo que quieran sus “melones”. Mas Fernando se resiste a pensar de esa manera y dice que está a la espera para olvidar su despiste y así poder educar le expliquen lo que es mejor, si el hacer de profesor o quedarse en criticar. Ante salida tan sabia ya no hay por donde escaparse, así que optan por callarse y derrotada su labia. Fernando dice: yo pago, pues con esta discusión creo que llegó la ocasión de echarnos los cuatro un trago. Viene el patético Emilio a quien gustaría decir que pronto iba a presidir un inminente concilio, pues es un tío tan cargante que presumiendo de listo, en el pueblo no se ha visto persona más petulante. Es conversador de peso y adivino del pasado, pues jamás se ha equivocado precisamente por eso. Cuando alguien comenta algo que anteriormente pasó “eso ya lo sabía yo” dice veloz como un galgo. Le conoce el tabernero y así con mucha retranca le dice: tú andas sin blanca pudiendo tener dinero, pues como lo sabes todo te sabrás los resultados de los partidos jugados y siendo así, de este modo te juegas una quiniela, que se hacen cada semana y ya ves que al que la gana le dan un montón de tela. Hay que agregar a esta lista a Mauricio, al que le ha dado por un gusto exagerado de hacerse el protagonista. Si uno dice que fue a Roma, él salta que ya la vio, que incluso se retrató con el Papa y que no es broma. Cumpliendo con su papel al tabernero le manda que se ponga en cada tanda lo que se le ocurre a él. Tonto hasta la saciedad, se puso a explicar un día muy serio la teoría de la relatividad. Con carácter exclusivo llegó a decir tan campante, que de ella sabía bastante y que todo es relativo. Se encontraba tan fatal cuando a un bautizo acudía, porque a él no se le metía en la pila bautismal. Y también producía risa cuando a la iglesia llegaba y triste se le observaba porque él no decía la misa. Y loco como un cencerro, cuando alguien se moría decía que feliz sería siendo el muerto en el entierro Ha llegado ya Amador que tiene cara de zote, mas si le ponemos mote sería el de “conocedor”, que a todo el mundo conoce y todo el mundo a él también y aunque lo veas recién ya te capta con su roce. Si se trata de un mateño el le conoce enseguida, igual que al de Fuensalida y lo mismo si es puebleño. Si va a Madrid, hasta en la calle se pone a hablar con cualquiera, contando su vida entera sin faltar ningún detalle. Como el otro corresponde se entera siempre de todo y así logra de este modo saber con quién vive y dónde. Y si del pueblo se trata conoce los entresijos de los padres y los hijos; no se le va ni una rata. Y aunque sea sólo por eso, a quien le quiera mentir muy bien le podría decir que no se la dan con queso. Ha de pagar lo que debe y no ha preguntado cuánto, pues como el tío sabe tanto lo paga primero y bebe. Cuando Federico entra, para la gente de dentro se convierte ya en el centro y sólo en él ya se centra. Que aunque no haya rifirrafe incomoda su presencia y es preferida su ausencia, pues Federico es un gafe. Un día que jarreaba de tanto como llovía, cuando de casa salía de casualidad escampaba. Y la culpa se le echa porque dejó de llover, pues no se iba a recoger casi nada de cosecha. Al contrario, en Cuasimodo cuando salía de su casa empezó a llover sin tasa y hubo que suspender todo. En las fiestas de Santiago, dicen que el culpable fue de aquel maldito traspié que devino en hecho aciago. Y es que se puso a mirar al caballo de cabeza y éste, causando extrañeza, salió raudo a galopar. Y los demás le imitaron, pues detrás iban corriendo, con los jinetes cayendo y todos se lesionaron. Y ahora que pide una caña, cuando se la va a beber sobre Humberto va a caer y la camisa le baña. Las gentes ya muy molestas empiezan a comentar que es conveniente apartar a este infeliz aguafiestas. Hombre, Ramiro el político es el que acaba de entrar, ahora sí nos va a tocar escuchar a un hombre crítico. Juan una caña le echa, pero antes de agarrarla empieza pronto a tomarla con la izquierda y la derecha. El sólo tiene una regla: si le pidieran consejo el asunto más complejo con sus ideas se arregla. Y el mundo está como está porque nadie le hace caso, pues él sabe, paso por paso, hacia el derrumbe que va. Que habrá que decir al norte lo que hay que hacer con el sur y a éste que deje el albur y que más trabajo aporte. Que si mandase en Europa él, con trabajo y sin ruidos, a los Estados Unidos les haría ir a su popa. Si los Estados Unidos le tuvieran de asesor, les iría mucho mejor y a los europeos vencidos Siguen llegando clientes, pero de un perfil tan plano, que fulano tras fulano son corrientes y molientes. Y como son un montón, pues la taberna está llena, ya no merece la pena traerles a colación. Así es que termino ya mi tarea de notario de esta especie de glosario, pues lo que vi, dicho está. Cristino Vidal Benavente |