Cosas del pueblo - Los visitantes de las fiestas En Cuasimodo y Santiago para aumentar nuestros gastos venían a poner trastos, a ver si memoria hago, unos cuantos mercachifles que lo mismo retrataban, que en las barcas te montaban o disparabas sus rifles. Me refiero al retratista, que te sacaba el dinero vistiéndote de torero o incluso de futbolista, pues al lienzo que tenían con cuerpo de esos artistas, ponían los retratistas tu cara y así te hacían la foto como si fueras, por ejemplo del toreo, en un conjunto tan feo que te ríes si lo vieras. A la cámara mirabas sin pestañear un ratito, pues hasta que el pajarito salía tu te esperabas con una cara muy seria y con la boca cerrada, que era cosa aconsejada, para las fotos de feria. Gracias a aquel buen consejo que el fotógrafo te daba, la cara no te quedaba igual que la del conejo. También venían barquilleros cargados con sus barquillos, que a los grandes y chiquillos les parecían placenteros gracias al dulce sabor que en el paladar dejaban, cuando los dientes ronzaban con un afán destructor. El ruido que producía la rueda al ser impulsada, nos parecía una gozada si número alto caía, más casi siempre el puntero el número alto pasaba y en uno bajo paraba alegrando al barquillero. Las barcas nunca faltaban y mecían a los pequeños, empujándolas sus dueños aunque los niños lloraban. Pero muchachos había que solos se columpiaban y las barcas elevaban con singular valentía y cuando la barca llega a su más alto nivel, parece que el chico aquél que la sube se la pega, pero nunca pasó nada, que los chicos que subían el peligro conocían de darse una costalada. El tiro al blanco gozaba de asistencia preferente, pues siempre lleno de gente su caseta se encontraba. El cazador apuntaba poniendo toda su gana, mas no daba en la diana y luego se cabreaba. Terco una apuesta se echa, dispara con la escopeta, pero sin que nunca meta en la diana la flecha. Poniendo cara muy seria se va de allí rezongando, que lo que allí está fallando es la escopeta de feria. El trilero nos llegaba enseñándonos su juego, con él desplumaba y luego tan contento se marchaba. Muy cuco se aprovechaba de la gente que creía que la bolita estaría allí donde nunca estaba. Utilizaba el señuelo a quien veía con codicia y que cayera en la pifia poniendo en sus ojos velo. Eran gentes insensatas todos los que allí caían y de este juego salían con el rabo entre las patas. Llegaba el de la barraca y en la plaza la ponía y colgados exhibía a los juguetes que saca. Hay muñecas a montón, hay triciclos y cabás, hay pelotas y además, hay caballos de cartón. Hay trompetas de juguete, como también hay tambores, también canarios cantores al igual que algún cohete. Y más que nada alegría, reflejándose en la cara del niño que los llevara porque comprarlos podía. Cristino Vidal Benavente. |