COSAS DEL PUEBLO - EL CASINO Este no es un personaje que es un conjunto de ellos; me estoy refiriendo a aquéllos que lucían corbata y traje y estaban en la terraza vigilando cual guardianes si se cometían desmanes en su feudo, que es la plaza. Desde allí la dominaban y aunque a nadie le exigían, los demás, todos, creían que a campo ajeno pasaban. Era el pueblo liso y llano que se divierte a su modo, bebiendo codo con codo y apretándose la mano. Ellos detrás de una copa toda la tarde se estaban y así por eso envidiaban a los que con otra ropa, alegremente reían hablando de sus quehaceres y teniendo por placeres cosas que lo merecían. Mas no es así en el casino donde imperaba la envidia, maledicencia e insidia y criticaban sin tino. Ya se habían acostumbrado que eran gente de primera y al que de ellos no fuera, de segunda era tildado. Naturalmente, sabías que había honrosas excepciones, pero también hay melones en un campo de sandías. Allí estaban de palique y según se les oía, cada uno razón tenía, que es lo que se cree el cacique. Allí se alzaba la voz y pretendían saber todo, mas sólo sabían el modo de tirar alguna coz. Y era tal su impertinencia, que en todo mandar querían y lo malo es que lo hacían usando su prepotencia. De la gente que pasaba esperaban pleitesía; y por desgracia sí había gente que se la prestaba. Como aquel tiempo se ha ido, por no levantar rubores mis dardos acusadores los tiraré hacia el olvido. Cristino Vidal Benavente. |