ANÉCDOTAS CARPEÑAS - EL TÍO MATOLETO Este buen hombre subía a la plaza tan contento y al llegar, en un momento, tres aguardientes bebía. Ni un solo día faltaba a este gustoso ritual y se encontraba fatal si dos días sin ir estaba. Luego volvía despacito, contento como unas pascuas y removía las ascuas por calentarse un poquito. Aquel día su mujer hablando con la vecina se descuidó y la cocina a quemado empezó a oler. Era el almuerzo el que olía así, pues, de esa manera la mujer quedó a la espera. Cuando el marido volvía y a la mesa iba derecho pidiendo almorzar deprisa, con un ataque de risa contestó que lo había hecho. Quieres de nuevo almorzar? le preguntó la ladina; atada aquí en la cocina me quisieras encontrar. Con cara de sorprendido y con un hambre canina contestaba con inquina este infeliz de marido: “Por muy segura que estés, que no almorcé yo te juro y de eso estoy bien seguro, pues mi estómago está al bies. “De migas comería un cerro del hambre que estoy sintiendo, pero a la calle corriendo me voy cual si fuera un perro.” La mujer disimulaba y se hacía la maltratada “se ve que aquí no soy nada”, llorando le contestaba. El tío Matoleto estaba a la puerta de su casa y respondía con guasa a aquel que le preguntaba: ¿Ya almorzó Vd. esta mañana? “eso dicen”, respondía, pero también te diría que me he quedado con gana”. Cristino Vidal Benavente. |