VERSOS - PARA AMANCIO Hoy traigo aquí este poema, dedicado a mi cuñado Amancio, que murió no hace un mes todavía; su hija lo leyó ayer en la iglesia y alguien me ha pedido que lo ponga aquí también, para leerlo detenidamente. Recuerdo que viniste de pequeño a vivir con nosotros y estuvimos muy juntos, trabajando y compartimos la ilusión, esperanza y el empeño de regresar a este solar carpeño. Fuiste de mi familia el preferido y tú que lo supiste lo has tenido en cuenta desde siempre y respondiste con el mucho cariño que nos diste, parejo al de nosotros recibido. Si hablo de tus virtudes y no miento, diré que fueron muchas las que he visto y de algunas estabas bien provisto, como dar a los tuyos el contento de ser hombre cabal al cien por ciento, siendo de la honradez vivo dechado y que gracias a Dios les has dejado, que otra cosa mejor no se podía y presumo que es mucha su alegría por haber recibido tal legado. Te viniste a tu pueblo a descansar de tus muchos trabajos y fatigas, haciendo con la gente buenas migas, jugando y platicando en el hogar y hasta un huerto quisiste cultivar y contento y feliz te prometías, que el resto de tu vida pasarías sin las preocupaciones anteriores al lado del amor de tus amores: la familia, pues mucho la querías. Pero no disfrutaste de tal suerte pues cierto mal llegó tan repentino, que cambió por completo tu destino y estuviste luchando con la muerte que al final te venció, pues fue más fuerte y acabó por desgracia con tu vida, que se fue por ganarte la partida en combate tan fiero por lo duro y se puede afirmar y lo aseguro, que la muerte se fue también dolida. Fueron días de mucho sufrimiento sin que lo reflejases en tu cara y a quien por la salud te preguntara, respondías tan firme y al momento que tan sólo un pequeño estancamiento conseguía impedirte estar ya sano, pero gracias a Dios estaba a mano y pronto iba a llegar el feliz día en que todo tu mal acabaría mostrándote por ello tan ufano. Pero siempre supiste que no era verdad lo que afirmabas tan rotundo, pues este mal estaba tan profundo que sería difícil que se fuera, aunque a veces estabas a la espera de encontrar al problema solución y nunca abandonaste esa ilusión con la que concebías la esperanza de que pidiendo a Dios, todo se alcanza si pones al pedirlo el corazón. Me encuentro impresionado todavía pensando en los cuidados de tu esposa que aguantando sus lágrimas, mimosa, de tripas corazón y más hacía, al mostrar ante ti su valentía por que vieras que estaba toda entera, haciéndote saber que, comoquiera, ganabais esa lucha con holgura regresando de nuevo a la ventura que siempre y con cariño te ofreciera. Qué decir de tus hijos, que han estado pendientes hasta el último minuto de ti, pero ocultándote su luto, llorando entre sonrisas a tu lado que pienso que te habrán reconfortado, cuando vieras que ha sido su respuesta tan hermosa, sentida y manifiesta como tú te imaginaste a buen seguro, así que te dirías “bien maduro fue mi fruto, con gente como ésta”. Y los nietos, también en paralelo, que hasta el más pequeñito que es Daniel, con inmensa ternura a flor de piel, preguntaba a la abuela ¿y el abuelo? y ésta le contestaba que en el cielo, señalándole el brillo de una estrella y miraban los dos, el niño y ella, a una que escogieron al tuntún y de todos será de mancomún, como también hará de guía y huella. Cristino Vidal Benavente. |