La Novata (Cuentos eróticos) La novata Me levanto de la silla de mi despacho para desentumecer las piernas, deslizo lentamente mis dedos pulgar y medio de mi mano derecha por debajo de las gafas para frotar mis ojos, cansados de concentrarse en el ordenador y hartos ya de repasar presupuestos. Está acabando ya mi turno de noche; Un hondo suspiro ensancha mi pecho y, mientras meto mis manos en los bolsillos, levanto la vista hacia el ventanal desde donde diviso el patio interior del edificio. Una silueta me llama la atención al fondo, es una mujer. Encojo las cejas para fijarme en ella... no la conozco, es nueva, pero lleva el uniforme blanco a rayas azul marino de la empresa. Mantiene su mano izquierda abierta, pegada al cristal de la ventana, y parece que mueve la derecha. La curiosidad me empuja a salir y acercarme para verla. Sí, está limpiando un graffiti pintarrajeado sobre el cristal. Se levanta de puntillas y sigue apoyándose en una mano y limpiando con la otra. La bata es corta y en su empeño, va moviendo las caderas al ritmo de la mano. Me he quedado absorto mirándola por detrás. Su pelo rubio enmarañado me impide ver su perfil, pero puedo advertir que tiene las carnes en su sitio, al menos mueve los glúteos al compás de su brazo derecho. Sigo mirándola por detrás... mmm... lo que daría porqué se le cayera una raya del uniforme y pudiera acercarme a recogerla, para curiosear debajo de su bata y reseguir con la mirada sus piernas, desde los tobillos hasta ese extremo de los glúteos que imagino se están asomando por debajo de su bata. Me gusta seguir mirándola. Abre las piernas y sigue de puntillas para poder mantener el equilibrio. Yo me imagino sus líneas debajo de una bata de gasa transparente, dejando entrever la línea tirante de su tanga por la parte trasera y mostrando su culo removiéndose insistente bajo ella. El cinturón de la bata se le sube y arrastra con él parte de la ropa, lo que hace que empiece a notar el calor bajo mis pantalones. Bajo hacia el patio y me acerco hacia ella con sigilo; sigue con las piernas abiertas y las palmas de las manos abiertas contra los cristales de la ventana. Aprieto mi cuerpo al suyo por detrás, abro las piernas como ella y alargo los brazos hasta presionar mis manos contra las suyas sobre el cristal. No se gira... noto el calor de su cuerpo mientras se mantiene inmóvil unos instantes hasta que libera una mano de la mía y la dirige hacia mi pelvis. Su caricia se mezcla con la brisa de la noche y el olor de su pelo me recuerda al rocío fresco de una madrugada. Cierro los ojos y hundo mi cara en su cuello, ella suspira y se deja llevar. Mis manos se dirigen hacia los bajos de su bata y el corazón empieza a acelerarse con violencia, toda mi sangre se concentra en el mismo punto hasta provocarme una potente erección. Su mano lo comprueba y noto sus dedos deslizarse entre mis pantalones mientras su cuerpo se contonea como una serpiente bajo el mío. Mueve su cabeza de un lado a otro y su pelo cosquillea mis mejillas, me provoca, me aturde ; aprieto las piernas contra las suyas y siento el placer de esa presión sobre sus nalgas. Mis dedos se están perdiendo ya en su entrepierna, que permanece abierta invitándome a seguir, seguir; continuar; empujar mis dedos hacia su morada y preparar ese camino humedecido que tanto desea recorrer mi miembro. Empiezo a enloquecer por ese placer; he perdido la noción del espacio, ni pienso donde estoy, sólo sé que estoy con ella, acrecentándose cada vez más mis ganas de penetrarla. Entonces separa su otra mano de la mía, que seguía atrapada sobre el cristal, y sin girarse, la enrosca en mi nuca. Una caricia suave e interminable que va recorriendo mi cuello hasta erizarme la piel. Sigue con su movimiento de caderas que me va perdiendo, y que obliga a apretar mi cuerpo contra el suyo, más si cabe. En un gesto imprevisto, levanta su trasero y lo aplasta contra mi pene, restregando su bata sobre mi cremallera. Ni lo dudo un momento, deslizo mis dedos y le franqueo la puerta, levanto su ropa y mi mano recorre ese surco mojado que se brinda en la oscuridad de esa borrachera que me invade. Usurpa mi pene de su escondrijo y le libera por fin de la presión que le encadenaba; con diestra presteza le acompaña hasta ese paraíso de placer que se abre exultante bajo su tanga. La penetro; suavemente; mi boca se aferra a su cuello mientras que de la suya empiezan a brotar unos gemidos de placer que me atropellan y me llenan de un ebrio placer. Con sus dos manos se aferra a mis glúteos y se inclina lentamente hacia delante para facilitar mi presión. Siento en mi glande la calidez de su cobijo, la suavidad de esa cueva mojada en la que sigue moviéndose mi miembro enloquecido. Se apoya en el vidrio de la ventana para contener mi empuje y gime; unos gemidos guturales salen de su garganta al tiempo que se mezclan con los míos; los dos somos uno solo, unidos por un movimiento espasmódico que se acelera por segundos. Nuestras cabezas alzadas, los puños apretados y los dos cuerpos estrujados uno contra el otro, danzando juntos al ritmo del placer hasta que, en un mismo suspiro, nos abandonamos a un orgasmo brutal, no por la fuerza sino por el deseo; por el morbo de esa ocasión inesperada que nos ha unido en la noche. Todavía siento su calor sobre mi piel, abro los ojos y me veo ahí de pie, frente al ventanal de mi despacho; al fondo; una silueta que sigue limpiando el graffiti de un cristal...
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