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El Carpio de Tajo - Toledo

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España > Toledo > El Carpio de Tajo
18-07-09 20:42 #2739990
Por:mistika

El Anden número 7 (cuentos eróticos)


El sonido de sus tacones contra el pavimento rompe el silencio del andén. El eco de sus pasos se pierde hacia las otras vías, los otros túneles, los otros trenes… Pero ella sabe cual es su destino, el andén número siete. El tren aún no ha llegado pero no importa. Ella lo espera de pie, inmóvil, la vista perdida en algún punto de la lejanía y el pensamiento lejos, muy lejos…

Escucha el ronroneo inconfundible de la máquina acercándose por la vía. Despacio, apenas un parpadeo, y la puerta del vagón se abre frente a ella que sube sin dudar. Camina sin prisa, mirando hacia los lados como si buscara algo. De pronto su vista se queda fija en un punto, al que instantes después se dirige resueltamente.

Estás aquí, le dice sin mediar ninguna otra palabra. Siempre estoy aquí, ya lo sabes, contesta él y se adivina una sonrisa en su rostro de apariencia seria. Ella se sienta en sus rodillas de lado, y toma su rostro entre las manos.
Es tan hermoso estar así, mirándole de cerca, sin prisa, sabiéndose la dueña absoluta del tiempo y el espacio…
Se pierde en la oscuridad de sus ojos, desde donde se puede contemplar el universo.
Y vuelve hacia su rostro que sus manos recorren como pequeñas mariposas, apenas rozando las suaves arrugas, asombradas de un contorno tan preciso, tan perfecto, tan hermoso… Se recrea porque no quiere olvidarse de nada, quiere tener una fotografía viva en sus manos que le permita recordarlo después, mucho después, cuando el viaje termine…

El tren se mueve a un ritmo cadencioso, hipnótico, sensual. Con el dedo pulgar recorre despacio el labio inferior, aprendiendo texturas, mientras con la otra mano baja despacio hacia el cuello, para volver a subir tras la oreja.
Entonces acerca su boca a la de él, hasta aprisionar su labio inferior entre los suyos, justo donde estaba un instante antes su dedo. Hay algo mágico en ese primer contacto, un chispazo de luz, una revelación, una catarsis… Él se deja hacer mientras ella saborea su labio golosamente, recreándose, la lengua moviéndose hacia las comisuras para volver de nuevo al centro.
Por fin él se rinde, abriendo su boca para ella, que respira de su aliento como si fuera el último resquicio de oxígeno de aquel vagón solitario que les acoge en su seno como dos recién nacidos. Y exactamente así, renacidos el uno para el otro se besan, como en una película a la que le hubieran congelado la escena se quedan así, unidos por sus bocas, recorriendo paladares y dientes, sorbiéndose, mordiéndose, volando a ras de labio, saboreando el deseo hecho saliva, la quietud del pensamiento, el movimiento cadencioso del tren que les empuja uno contra otro, que los separa para volverlos a unir aun con más ímpetu si cabe, labio con labio eternamente fundidos en una sola boca.

Toda una eternidad después las manos emprenden su propio camino. Como en un sincronismo imposible las manos de ella y las de él se encuentran en el diminuto espacio entre sus cuellos. Las de él buscan los botones de ella, las de ella bajan hasta encontrar el borde de la camiseta para subirla.
Como si de una lluvia tibia de verano se tratara, caen los botones uno a uno, apenas los dedos rozando la piel que arde al contacto. Y las bocas se separar en un infinitesimal suplicio mientras la camiseta vuela por los aires como una bandera que ondeara al viento proclamando su libertad ansiada, para reencontrarse de nuevo con la misma delicadeza y con la misma furia.

Hay un abrazo largo, larguísimo y luego ella se levanta, solo para volver a sentarse, ahora a horcajadas, y volver al abrazo más largo, tan cerca que entre los dos cabe apenas algún suspiro. Siguen las manos el recorrido sin prisa, la espalda y el costado, acompasada la respiración en ambos pechos. Él suelta el cierre del sujetador y con dulzura, casi con reverencia, baja los tirantes mientras la separa de sí, tan solo para contemplarla. Otra mirada prendida entre los dos, pequeñas chispas azules en los de ella, llamaradas de luz en los de él. Otro abrazo que sabe a piel en sombras, a fugitiva querencia, a inevitable delirio… Los pezones se clavan como hierros en la carne del matadero, se castigan los dos en esa lentitud exasperante, rozándose la carne con los dedos, acomodando el furor bajo los párpados para hacer de un instante toda una vida. Se separan los cuerpos y las manos se hablan cuerpo a cuerpo. Él acuna sus pechos con dulzura, roza apenas su rosada punta en un gesto deliberadamente lento, ella aferra su espalda sin quererlo. Y se rinde hacia atrás en una ofrenda que él recibe en sus labios.

El tren sigue su camino inexorable, apagando el paisaje en un túnel oscuro. La velocidad va en aumento, y con ella el movimiento del vagón.
Poco a poco la piel se va afiebrando y el control da paso a la urgencia. Ella juega con el botón de sus vaqueros, él recorre sus muslos bajo la falda. Ella baja despacio la cremallera, él recorre con mano diestra la parte de atrás de su tanga. Ella pasa su mano por la tela del boxer, notando su calidez y su firmeza, él bordea su triángulo con mano diestra. Y las bocas de nuevo se separan, ambos de pie guardando el equilibrio en una extraña danza, abrazados los cuerpos y las ganas… Van cayendo al suelo el resto de las prendas, no se sabe muy bien que mano quita, roza, desnuda, pero ambos se abrazan piel con piel y quizás no ha pasado ni un segundo.

Él toma esta vez la iniciativa, desde su boca va trazando un sendero en su piel hasta su vientre. De rodillas la empuja suavemente al asiento de enfrente. Se retira y comienza de nuevo, de los dedos de los pies va subiendo al tobillo, al gemelo, recreándose hasta arrancar una súplica en los labios de ella, mientras siente como se tensa bajo sus labios. No cede ni siquiera cuando ella le agarra la cabeza y tira hacia arriba para que vaya más deprisa, para que llegue a su destino. Él le busca el pequeño hueco bajo su rodilla, la plenitud de los muslos, su contorno, la cadera en sus labios, la cintura, para luego bajar hasta su ombligo. Por favor, y es entonces cuando escucha de nuevo esas palabras cuando baja hasta su sexo húmedo que tiembla, que le espera, que parece amoldarse a su boca, y besarle a su vez. Y su lengua va trazando caminos de fuego alrededor de su clítoris, en sus labios ardientes, para recoger en su cáliz la dulzura que esconde, penetrarla una y otra vez con la lengua y los dedos, mientras la escucha gemir en un sonido ronco y desconocido que le remueve por dentro. Y la deja volar hasta lo más alto,
y siente cómo se rinde bajo sus labios, en espasmos de placer. Entonces vuelve hacia arriba para besarla de nuevo, con el sabor a mar bajo su lengua y el deseo pulsándole en las venas.

Ella le aferra y le muerde, dejando a un lado restos de pudor y de mesura.
Y como si de una coreografía se tratara, él agarra su cintura para darle una vuelta,
y en un solo movimiento la penetra. Ella agarra con fuerza el respaldo del asiento, él agarra sus caderas, las aferra, y se mueve despacio dentro de ella. Nota su suavidad, su calidez, y aunque quiere seguir al mismo ritmo, se aceleran sus ganas. La penetra con fuerza, como si quisiera dejarle una huella muy dentro que nadie pueda borrar. Y en su sexo concentra las caricias, los deseos, el ansia, la pasión contenida, y la empuja una y otra vez, mientras ella le grita frases ininteligibles. Y se agarra a sus pechos y se clava, y se borra el pasado y el futuro, y son solo dos cuerpos que se aman. Y se unen las voces de los dos en el instante último de esa primera vez que parece que fuera más antigua que el mundo.

Y se abrazan los dos, ella se encoge en el asiento y él se deja caer sobre ella, los dedos entrelazados, los cuerpos mojados del sudor y de las ganas. Luego mucho después vuelve la ropa, los abrazos pausados, las caricias, alguna que otra palabra sin sentido. Ni una sola promesa, ni un te quiero, ni quedamos mañana ni lo siento, ni quizás no debimos, ni mi vida sin ti no tendrá sentido.

Unos pasos rompen el silencio de un andén solitario. El andén número siete.
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