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06-12-06 17:59 #288659
Por:2000angelitos

Libertad vigilada
No sólo no se permite la disidencia en el pensamiento dentro de este foro en el que su webmaster censura todo lo que es no es de su agrado.
A un nivel más general se está produciendo una vigilancia de toda la ciudadanía. La policía del pensamiento de la que hablaba George Orwell en su libro 1984 (el Gran Hermano)cobra fuerza cada día que pasa.
Algunos piensan aún que en España hay libertad porque el sistema tolera y fomenta la pornografía, el consumo de drogas, el matrimonio gay y tantas otras maravillas.

Léete este artículo y después díme si sigues pensando igual.

Con el desarrollo de la tecnología aumenta el control. Un fenómeno que experimentan cada día los ciudadanos británicos quienes, según un reciente informe realizado por un grupo de académicos ingleses, «Red de estudios sobre la vigilancia», ostentan el récord de ser los más vigilados del mundo. En la actualidad, existen en el Reino Unido 4,2 millones de cámaras de CCTV (circuito cerrado de televisión), lo que se traduce en una cámara por cada catorce habitantes. Sólo en la ciudad de Londres hay medio millón y se calcula que cada londinense es grabado hasta 300 veces al día.


Scotland Yard tiene en su poder los perfiles de ADN de casi cuatro millones personas. Asimismo, la policía tiene las huellas dactilares de seis millones de ciudadanos y, entre otros materiales, conserva listas de las llamadas de móvil con la ubicación geográfica del usuario del teléfono, las transacciones realizadas con la tarjeta de crédito, los contactos en internet e incluso el historial de los pacientes de los centros de la sanidad pública.


David Murakami-Wood, uno de los autores del informe, advierte que los sistemas de control, instalados en el marco de la lucha contra el terrorismo, ofrecen un nuevo panorama: «Con las tecnologías de hoy, la vigilancia aumenta cada día. Cada vez hay más cámaras y leyes más débiles sobre la vida privada». Pero el control podría convertirse en pesadilla, afirma Richard Thomas, responsable de un organismo independiente sobre protección de datos: «Cada vez se recopila, se comparte y se usa más información, y eso es una intrusión en nuestro espacio privado».


Los móviles, armas de control


El caso de Gran Bretaña parece ser excepcional dentro de la Unión Europea, pero corre el peligro de sentar un precedente a nivel comunitario. Las medidas de vigilancia en España aumentan también cada día y, con ellas, se abre el debate sobre el control y la seguridad y el derecho a la intimidad.
Las 24 horas al día de los 365 días del año los españoles somos vigilados a través de la tecnología. Objetos tan habituales como los teléfonos móviles, los ordenadores o las cámaras de vídeo se convierten en armas infalibles para controlar nuestro quehacer diario.


Al cabo del día y sin enterarnos, nuestros actos son seguidos muy de cerca a través de cámaras de vídeo discretamente colocadas en bancos, organismos públicos, aparcamientos, supermercados, estaciones de tren o metro, hoteles, grandes almacenes, museos, comercios, céntricas calles o estadios de fútbol. Aunque la ley garantiza que toda persona tiene derecho a acceder a las grabaciones en las que aparece su imagen y puede ordenar su destrucción, hoy en día resulta imposible hacerlo ya que el propio ciudadano no sabe cuándo le están filmando. Los carteles informativos que por ley deben aparecer indicando que se está realizando una grabación brillan por su ausencia.


La Dirección General de Tráfico actúa como un gran hermano que controla permanentemente nuestros movimientos. Sus cámaras y sus radares fijos y móviles, alrededor de 1.700, según este organismo -Cataluña y el País Vasco tienen transferidas estas competencias-, están desplegados por las carreteras y son capaces de captar imágenes en un radio de hasta 200 kilómetros de distancia. Sólo en Madrid existen 375 ojos virtuales que vigilan los desplazamientos al volante. Los usuarios del metro de la capital son seguidos a diario por las 3.447 cámaras de circuito cerrado, del mismo modo que lo hacen las 4.500 videocámaras que hay instaladas en la actualidad en el mayor aeropuerto de España: Barajas.

Actos tan habituales como ir al banco, sacar dinero en un cajero o ir de compras a un centro comercial quedan registrados todos los días por miles de cámaras de vigilancia. Basta también con pasear por el centro de las ciudades para ser captado por alguna de ellas.


Las únicas cámaras registradas en nuestro país son las de las Fuerzas de Seguridad para vigilar la calle, el resto están fuera de control. Fuentes del sector de seguridad privada estiman que son cientos de miles, pero realizar un censo es imposible, ya que las empresas no dan datos y alegan confidencialidad.


La implantación de estos aparatos se extiende rápidamente por todo el país. «Es preocupante la presencia cada vez más habitual de vigilancia no reglamentada o distribuida de manera global», lamenta Alberto Escudero-Pascual, doctor en Seguridad y Privacidad en la Sociedad de la Información por el Royal Institute Technology de Estocolmo, quien señala que «en nombre de la seguridad se justifica todo».


Aunque no seamos conscientes, alguien nos observa por una cerradura digital. «Nos vigilan con teléfonos, tarjetas de crédito u ordenadores, que nos conectan involuntariamente con personas que nos observan desde otro lado, un lado que no sabemos que existe», dice Emili Altur, abogado especialista en Derecho Informático.


Es el caso, por ejemplo, de internet. El artículo 18 de nuestra Constitución limita el uso de la informática para garantizar la intimidad. Sin embargo, sólo hay que visitar la trastienda de la Red, ver por dónde circula la información y quién tiene acceso a ella. Si usted pone su nombre en google, puede sorprenderse de las cosas que pueden aparecer sobre su intimidad: el colegio donde estudió o el viaje organizado con el que se fue de vacaciones.


Al navegar, chatear, comprar o enviar un correo electrónico, dejamos nuestras huellas en la red. Como explica Ignacio Sánchez, experto en seguridad informática, al efectuar cualquier operación en internet se establece la necesidad básica de que dos máquinas se comuniquen, una «pide algo» y la otra «lo sirve». Pero para ello el servidor necesita saber qué cliente lo ha pedido, «los datos que le indican quién lo pide son el rastro que dejamos en internet».


El experto compara el uso de la red con ir a comer a un restaurante: «Cuando nos sentamos en una mesa (internet), el maitre (servidor) nos da una mesa que tiene un número (dirección IP), de forma que cuando el cliente pide pescado (consulta a una web mediante un navegador) o carne (descarga de un archivo por redes), el cocinero (servidor) sabe a qué mesa debe entregarlo». Toda esta información, sostiene Sánchez, «puede llegar a manos de desalmados que venden nuestros datos o a corporaciones que hacen marketting agresivo».

A medida que crece el número de ciudadanos que navega por el ciberespacio, aumenta el interés por conocer las actividades de los internautas, que se convierten en clientes potenciales de las empresas de publicidad, compañías o bancos. El derecho a la intimidad protege a los ciudadanos frente a este tipo de abusos, pero empiezan a ser frecuentes los casos de violación de esta normativa ya que resulta casi imposible pedir responsabilidades a empresas que están a miles de kilómetros de nuestro país.


Hoy es habitual recibir en el correo electrónico o incluso en el postal publicidad sin haberla solicitado, propaganda que se ciñe, en la mayoría de los casos, al perfil y el gusto del destinatario. A pesar de que España tiene una de las legislaciones más avanzadas y aguerridas en protección de datos, los expertos revelan que son centenares las empresas que hacen un seguimiento a millones de usuarios de la red utilizando las populares cookies para obtener la identidad de los navegantes cruzando la información de varias bases de datos. La propia infraestructura de internet, explica Gonzalo Álvarez Marañón, investigador del Departamento de Tratamiento de la Información y Codificación, del Instituto de Física Aplicada del CSIC, facilita a los entrometidos la tarea de conseguir y almacenar las huellas electrónicas: «Las cookies son, en esencia, un pequeño archivo de datos que los servidores web envían a los navegadores. El uso de las cookies permite al servidor web recordar algunos datos concernientes al usuario, como sus preferencias para la visualización de las páginas, nombre y contraseña, productos que más le interesan, etc».


En nuestro país existen más de 280.000 bases de datos personales en manos de empresas privadas con ánimo de lucro y más de 26.000 ficheros públicos. Eso sin contar los ficheros pirata logrados de forma no lícita. Todos juntos alcanzan una cifra insólita que nadie se atreve a adelantar.


Las nuevas tecnologías permiten nuevos tipos de delitos -piratas informáticos, que entran en nuestros ordenadores-, pero también sirven a las Fuerzas de Seguridad para seguir los rastros del ciberdelito. Lo mismo ocurre con los móviles, que jugaron, por ejemplo, un papel fundamental para la Policía española para localizar a los terroristas del 11-M, un factor que ha determinado que la Unión Europea apruebe una norma por la que las operadoras deben guardar los datos para localizar la fuentes de las llamadas telefónicas, los mensajes de texto y las comunicaciones electrónicas durante un periodo de 6 a 24 meses. Son métodos para luchar contra el delito y el terrorismo, una técnicas que, a su vez, nos llevan a pensar hasta qué punto podremos estar controlados los ciudadanos en un futuro cercano.

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