Aznalcóllar - Sevilla

Hace pocas fechas los adeptos más furibundos de J.J. decidimos reunirnos para ver juntos en Marinaleda el ascenso al altar de la pequeña pantalla de la televisión local de ese bendito pueblo(aunque con él parecía de cinemascope) de nuestro líder. La prometida entrevista de J.J. con la televisión de nuestro añorado Gordillo era la excusa perfecta para abrir un buen Ribera y saborear un queso añejo, con los que mitigar la excesiva salivación que, sin duda, nos iba a producir su consagración como el sindicalista más grande que ha dado nuestro país.

El inicio de la entrevista fue un mal augurio. Al buenas noches de la presentadora, J.J. respondió con un saludo de lo más convencional, cuando todos esperábamos algo como un “Buenas noches pese al Gobierno de Griñan”, o “Cómo puedes decir buenas noches cuando los muchachos de Zapatero siguen gobernando en mi querida Aznalcollar. Alguno de mis compañeros se movió inquieto en el sillón orejero de la biblioteca donde habíamos colocado la pantalla de plasma. Alguien al fondo comentó: “No está fino, ya os dije que la noche no es su fuerte”. Sin embargo, pese al pesimismo inicial, ninguno de nosotros podía imaginar lo que estaba por venir.

Alguno de nosotros, yo mismo, para que voy a negarlo, teníamos la esperanza de que todo aquello no fuera más que una estratagema de J.J. para que la presentara se confiara y saltarle a la yugular con una soflama que hiciera temblar los cimientos del régimen socialista en Andalucia y sobre todo en Aznalcollar. ¡Cuán equivocado estaba! El hundimiento, el reconocimiento del desastre, llegó con la cuestión más esperada. La presentadora sacó el tema de la lucha con la junta y su relación con el Delegado Provincial de Empelo. J.J. tomó aire, nosotros nos miramos entusiasmados. “Ahí viene”, dijimos a coro. Dejamos las copas sobre la mesa y nos inclinamos en dirección a la pantalla. Dos segundos larguísimos, de casi un minuto, y…el fin del mundo. “Mi mayor triunfo se produjo cuando el Delgado de Empleo me mencionó en una reunión con el sindicato. Estuve meses criticandolo, diciéndole de todo en las asambleas, y de repente un día me nombró. A eso se resumía todo. ¡El gran éxito de J.J. en su lucha con la Junta se produjo el día que Rivas dijo su nombre! Todo lo que había dicho y hecho buscaba, simplemente, el que lo nombrara (aunque no sabemos para que) el Delegado.

Tras la desolación, nunca repuestos del todo, comenzaron las dudas y las preguntas. “¿Y ahora que busca?- preguntó alguien desde un oscuro rincón de la biblioteca- “Para mí que no es ni normal”, dijo otra decepcionada voz. “Ya lo dije una vez y no me creísteis, este tipo esta trabajando para el partido socialista y está cavando nuestra tumba”. “¿Quién se lo dice al Jefe Supremo?”, pregunté yo. Pero sólo obtuve la huida por respuesta.

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