La Alameda de Gardón - Salamanca

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Tras la vendimia, aguardiente clandestino salmantino, con alambique luso


Carlos García La Alameda de Gardón (Salamanca), 2 nov (EFE).- Tras la vendimia de la uva, es habitual en la frontera salmantina que forman el Campo de Argañán y Portugal la fabricación del conocido aguardiente de estraperlo, como se hacía antaño, en la clandestinidad y con alambiques de cobre fabricados en el país vecino.

En municipios rayanos como Fuentes de Oñoro, La Alameda de Gardón, Gallegos de Argañán, Villar de Ciervo o Aldea del Obispo, el aguardiente aún se sigue fabricando a la antigua usanza: con el hollejo que ha sobrado tras pisar el vino, que se ha macerado durante, al menos, tres semanas y del que se extrae un aguardiente de alta calidad.

El orujo, también llamado "vagazo" entre las gentes del Campo de Argañán, se calienta ahora con una rueda de fuego alimentada con gas, que ha sustituido a los palos de encina.

Algunos, como Gumersindo Sierro, vecino de Castillejo de Martín Viejo (Salamanca), aún recubren el orujo de la uva con pajas de centeno, para darle un sabor aún más característico al aguardiente.

Una vez que ya está en el recipiente de cobre, la base es calentada para que el jugo del "vagazo" suba por la tubería del alambique o "alquitara".

En la parte superior de esa tubería hay un recipiente con capacidad para unos treinta litros de agua, "que siempre tiene que estar fría para que cuando el vapor del jugo del 'vagazo' choque contra la base del recipiente de agua, éste se licue y se convierta en aguardiente, que baja por una segunda tubería hacia un recipiente colocado en el exterior", según Sebastián García, que fabrica este tipo de aguardiente en La Alameda de Gardón.

Los más viejos de las aldeas del Campo de Argañán recuerdan este oficio como uno de los más secretos, ya que había que hacerlo de noche, escondidos en cuadras, porque si se enteraban los agentes de la autoridad, te quitaban todo el aguardiente producido y, además, te podían meter en el calabozo.

El objetivo del fisco era el de evitar el trasiego de aguardiente de contrabando entre vecinos de España y de Portugal, que lo comerciaban en La Raya sin pagar impuestos.

El fuerte olor que se desprende al fabricar el aguardiente hacía que se tuviera que hacer en una noche sin viento, ya que, de lo contrario, podías ser sorprendido con mayor facilidad por los agentes de la Guardia Civil.

En cada pueblo de La Raya había dos o tres personas expertas en la fabricación de este licor, que disponían de alambique y podían estar alrededor de mes y medio fabricando aguardiente para los vecinos que se lo pedían.

Ahora, en los pueblos del Campo de Argañán apenas quedan una veintena de personas que fabriquen aguardiente, debido al envejecimiento de la población, que ha conllevado que los alambiques estén olvidados, casi para siempre, en los sobrados de las casas.