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Villalba de Guardo - Palencia

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23-01-19 17:29 #14388003
Por:delaheraluis

ABEL, EL DÍA QUE ASUSTÓ AL PUEBLO
ABEL (EL DÍA QUE ASUSTÓ AL PUEBLO)


Hijo de la tía Tomasa y el tío Eulogio. Vino al mundo de Villalba en 1932. Aquel año nacieron en el pueblo dieciocho (1Chulillo más, entre los que aún quedan vivos 3 ó 4, y, dos mellizos, lo que fue todo un acontecimiento por lo infrecuente en el pueblo. ( Heraclio y José María) De todos ellos, sólo seis fueron mujeres, la primera en nacer y también fue mujer la primera en morir de toda la quinta. En este caso una prima mía, Ana Elena, que era la primera hija de mi tía Vicenta.

La vida de Abel, para mí, es bastante conocida desde que yo era un niño. Ya que por suerte, estuvo dos veranos trabajando en casa de “ agostero”. Y luego, como tuvo una hermana casada con un tío mío, coincidíamos en acontecimientos familiares.

Conocía y sabía de sus andanzas de mocedad porque los lunes las contaba alegre y dicharachero a mi padre y a mi tío Nino, que era, más o menos de su edad, mientras se realizaban las tareas del campo. Y yo, escuchaba y reía sus ocurrencias y sueños. A partir de ahí, siempre me cayó simpático, y se estableció entre los dos una relación de cierto cariño y complicidad que yo no tenía con ningún otro mozo de su edad.

Era espléndido, al menos conmigo. Si me dejaba caer por la cantina y estaba él, siempre me invitaba a alguna chuchería como coreanos, caramelos, …

Hombre inteligente, alegre y divertido en su juventud, con algún encuentro peleón que otro desagradable con jóvenes (sobre todo los de Pino) y de otros pueblos los domingos y fiestas. En los salones de baile del tío Leandro.

Trabajador como el que más y responsable, Nunca, en los dos veranos que estuvo en casa faltó a su trabajo ni fue impuntual. A pesar de que alguna mañana de lunes su cuerpo fornido estaba acompañado de cierta somnolencia, por el “trasnocheo” de la fiesta.

Emprendedor en la vida, aventurero, sincero y realista. En este aspecto os contaré dos pinceladas como anécdota.

Fue de los primeros del pueblo que en la década de los sesenta se fueron a trabajar fuera de España a países como Alemania, Holanda, Francia Bélgica, Inglaterra y Suiza, sobre todo. Él, seducido por su afán de aventura y mejorar su futuro laboral y personal, creo que escogió Suiza, como mi tío, Nino amigo suyo. Emprendió su marcha una vez que acabaron las tareas del verano. Y, al llegar la Navidad volvió para quedarse, siendo sincero en contar los motivos de su decepcionante aventura. Demasiado frío en el ambiente y en las gentes, desconocimiento del idioma, de las costumbres de la gente y una vida muy cara, donde un “chato” de vino, que en la cantina del pueblo valía una peseta, allí costaba un jornal, además de apenas haber sitios donde tomarlo. Esta sinceridad abrió los ojos a muchos otros en el pueblo antes de emprender la marcha.

También fue de los primeros que en cuanto tuvieron un dinero ahorrado, compró un terreno en Regalapisa y allí abrió una explotación ganadera, de cerdos, para más señal, y construyó su casa

Aquello fue una novedad que despertó interés y curiosidad, además de descubrir en él, su vena empresarial y emprendedora.

Nunca le faltó trabajo ni recursos para lograrlo en aquellos años difíciles. Hasta que un día, le dio al pueblo un gran susto.

Existía por aquel entonces un ente estatal llamado “Patrimonio Forestal del Estado”. Su misión, dar trabajo al mundo rural a través de campañas masivas de reforestación de los montes, plantando pinos. Grandes superficies de terreno, miles de hectáreas de monte, que no se dedicaban más que al pastoreo o la caza se comenzaron a labrar y se plantaban de pino silvestre. Esta plantación se hacía de dos maneras. Una vez arada y preparada la tierra, se hacía surcos y a mano las gentes iban poniendo las plantas. A ls personas se les daba un jornal, según los plantado y era una forma de aportar un dinero al hogar y hacer que las gentes del pueblo tuviesen un trabajo para ayudar en la economía familiar. La otra forma era una vez arada la tierra se sembraba con avionetas y luego se rastrillaba, en la actualidad a esta siembra hay que hacerla el aclarado porque los árboles crecían a su libre albedrio. Todas las grandes masas forestales de pinos que hoy admiramos en la zona, son producto de aquel proyecto nacional.

Muchos jóvenes, chicos y chicas marchaban antes de la salida del sol y volvían con él puesto a plantar pinos, surco a surco, planta a planta, con calor o frío, lluvia, viento. Iban medio dormidos y volvían cantado después de hacer su jornal, como anunciando al pueblo su regreso y satisfechos a pesar de la dureza de la jornada realizada.

Para preparar el monte y aquellas grandes extensiones de terreno se usaban unas máquinas nunca vistas. Unos grandes tractores llamados buldócer en el extranjero, y para nosotros orugas. Que en vez de ruedas tenían cadenas como las de los tanques de guerra. Destrozaban las tierras rajando su piel, y sacando las raíces de todo lo que nacía en ella. Las abundantes aves de todo tipo acudían a su lado en busca de abundante comida. La tierra quedaba limpia de arbustos y otros árboles y quedaba marcada en surcos donde vendrían luego los plantadores a llenar aquel espacio de nueva vida.

Una de las pocas personas que manejaban aquella máquina que parecía infernal, porque además, no tenia volante, sino palancas, era Abel

Por aquel entonces, había escasas personas que sabían conducir coches y camiones. De hecho, en el pueblo, no había ningún tractor, ni se conocían. Así que uno como aquel, imaginaros.

Abel había adquirido la experiencia, pericia y conocimiento suficiente para manejar aquella máquina. Para nosotros, los chicos, aquello era de un gran mérito.

Y, sucedió un día de finales de julio. El pueblo estaba entregado a las tareas de la recogida de cosecha. La mies en la rea, bajo el monótono trillo y sus vueltas infinitas. El ambiente tórrido y calmado como siempre en esta época. La hora entorno al medio día.

El ruido bronco y pesado, seco, del tractor oruga irrumpió brusco, como un trueno, rompiendo la armonía del pueblo y el negro humo que brotaba de su tubo de escape vertical que escupía al cielo cual locomotora enfurecida señalaba el origen de su procedencia que no era otro que el alto del Ventanón.

Todas las miradas de la gente que estaban trillando en las eras del Plantío, las del Molino, las Suertes y Regalapisa se volvieron en dirección al ruido, y el humo para localizar la fuente de aquel estruendo, y, un murmullo de gritos de sorpresa, se dejó sentir en el pueblo. Todas las miradas se centraron en el tractor, que, angustiosamente lento avanzaba cuesta abajo, ante el asombro y la perplejidad de sí, en algún momento dicha máquina se iba a precipitar cual caballo desbocado cuesta abajo.

El suspense estaba en el aire, la inquietud por el resultado también. El que más peligro corría era el tío Marciano que tenía su era en la base de la cuesta que asustados salieron corriendo del lugar para ponerse a salvo. También las casas pegadas a la cuesta vivieron su tiempo de suspense y miedo, en vilo por el peligro que suponía bajar aquella pendiente una máquina tan grande y, cuyo color amarillo se confundía con el color de la hierba ya seca de la cuesta.

¿Quién era aquel loco que manejaba dicho monstruo? ¿Por qué no bajaba por la Varga Honda en vez de por la cuesta abajo en vertical? ¿Por qué realizaba aquella locura?

Estas y muchas preguntas más salían de las bocas de las gentes asustadas.

Acabó la angustia cuando el tractor llegó a la calle de los Corrales y se encaminó al Camino Vecinal para cruzar el pueblo. Tuvo que bajar hacia el puente por la cuesta del médico para volver de nuevo la incertidumbre y el miedo.

A la entrada del puente le recibieron el alcalde Ulpiano, con tío Tomás y tío Luis que eran concejales para pedirle explicaciones, y, ¡oh sorpresa! su conductor era Abel.

No le dejaron pasar por el puente, por lo que tuvo que cruzar el río.

Su viaje, acabó en Regalapisa, al final de las eras, donde hoy en día está la casa de Jesús y Sole.

Se habían acabado de arar los páramos del este o Alto del pueblo para pasar a hacer lo mismo en los del otro lado o del Monte y Rio Camba.

Aquella tarde, todos los guajes del pueblo y muchos mayores teníamos un motivo para peregrinar a ver y observar aquella máquina nunca vista y que bajaba cuestas tan “pindias”. La teníamos allí, a nuestro lado, la podíamos tocar, mirar cada rincón e imaginarnos mil detalles internos que no veíamos y, comparada con nosotros ¡era enorme!.

A la mañana siguiente desapareció camino de su destino, y no, por su camino natural, Cañada adelante, sino camino del Puerto y, al lado de Barrera Grande por el camino del Cristo subió otra cuesta tan grande y empinada como la que había bajado el día antes.

La sorpresa en las gentes ya no fue tan temerosa después de haber visto la hazaña anterior

El pueblo respiro tranquilo, centrado de nuevo, en sus tareas cotidianas después del susto.

A partir de ese día todos supimos de la existencia de unos tractores especiales que se empleaban para roturar grandes extensiones de tierra y a los que no se les ponía nada por delante

Gracias a Abel y a su destreza en el manejo de dicha máquina
Puntos:
25-01-19 17:35 #14388122 -> 14388003
Por:Santos Piriz

RE:ABEL, EL DÍA QUE ASUSTÓ AL PUEBLO
Abel era un mozo de aquella época un poco recio, no se le ponía nada por delante pero era buena persona, yo tenía buen trato con el.


Saludos Luis
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