Villalba de Guardo - Palencia

HOMENAJE AL ÚLTIMO PASTOR O PASTORES

Hoy, por las calles del pueblo y los espacios de la vega y el páramo solo se ven ovejas. Toda la riqueza de animales domésticos que el pueblo tenía se ha visto relegada a dos rebaños de ovejas. Y, gracias.
A este último pastor o pastores les quiero dedicar hoy un recuerdo-homenaje
Hubo muchos en el pueblo, porque rara era la casa que no tenía su pequeña o gran punta de ovejas.
Daban alimento cárnico de corderos y cutralas. Daban lana que en los comienzos del verano se esquilaban y creaban riqueza y puestos de trabajo.
Hoy día, por las calles, apenas se ven perros, han desaparecido las vacas y los burros y demás animales y hasta son escasos los pájaros y otros animales salvajes.
...........................................
Antes de cumplir los trece o catorce años, ya abandonaban la escuela a la que acudían poco. Comenzaban a tomar lecciones de esa otra escuela que es la vida y la naturaleza.
Comenzaban de zagal con Justi, tío Julio y otros pastores mayores del pueblo, y antes de los quince años, ya solían ser pastores, de un rebaño pequeño al principio, y grande o de todo el pueblo, después.
Todos los días del año cuidando ovejas menos dos: el día de la fiesta del pueblo y el día de San Pedro.
El día de la Patrona del pueblo, quince de agosto, el rebaño se quedaba encerrado todo el día, para ello había estado paciendo toda la noche anterior.
El día de San Pedro, porque ese día era el señalado para ajustar, contratar de nuevo o prorrogar para un año más el contrato. Siempre de año en año, y siempre ese día.
El ajuste se hacía siempre de palabra, porque entonces, la palabra rubricada con un estrechamiento de mano era ley y se mantenía. Valía más que un escrito, aunque también es cierto que mucha gente no sabía escribir y así se ahorraban dinero en un contrato firmado.
Pronto aprendian su oficio del que se solía vivir toda la vida. Y, aprendian algo más importante; que les gustaba y eran afortunados porque además ejercían su profesión en el pueblo.
Cada día que pasaba, vivían nuevas experiencias y su oficio, les deparaba nuevas sorpresas y continuas lecciones que ellos iban asimilando deprisa y con gusto.
Sabían distinguir los mejores pastos de la vega, el monte y el páramo. Probaban el agua de todas las fuentes a las que llevaban a abrevar en el estio a sus ovejas. Sabían cuando se secaban y cuando volvían a manar. Al igual que si en el verano, debido a las lluvias y las nieves se iban o no a secar.
No les eran desconocidas las mejores sombras y lugares donde arriar su ganado y el sestear en las cálidas tardes del verano.
Conocían los secretos curativos que guardaban muchas hierbas con las que hacían emplastes y brebajes para curar a sus animales o tomárselas ellos y sabían encañar patas rotas con pez, como unos experimentados traumatólogos.
Nadie como ellos adiestraban a sus perros “careas” y bastaba un gesto o una seña con la mano, una palabra o un silbido para que el animal supiese lo que le pedían y lo ejecutase.
Llevaban el control de sus ovejas, a las que conocían una a una, y, os puedo asegurar que de ello no somos capaces nosotros, porque había varios dueños con pequeñas puntas de ovejas. Ciertamente que al final de la primavera, antes de que los corderos nuevos saliesen a pastar se les marcaba en el lomo con un color y en una o las dos orejas se les hacia una muesca o señal para saber de quién eran.
Pero a ellos no le hacía falta porque de sobra conocían a su rebaño.
Sabían cuando era llegado el momento del parto y cuando cumplía el tiempo de nacer cada una.
Aprendióanlas horas, sin necesidad del reloj, que tampoco tenían. Les bastaba con mirar el cielo y las sombras, la luz que tenía el día, si estaba nublado para saber la ora. Y, a veces, desde primavera al otoño con escuchar las campanas del pueblo era bastante para saber la hora.
Distinguían setas y frutos, además de hierbas y, hasta eran capaces de predecir el tiempo que se avecinaba, fruto de su larga experiencia de observar el cielo y el campo muchos días, muchísimos.
Sabían muchas cosas más, de las que el maestro les hubiera enseñado. Pero allí, en su escuela de la vida, tenían muchas más horas y días, vivía y padecían a veces, muchas más cosas de las que nadie les pudiera enseñado.
Aprender, aprendieron; a no tener miedo de la noche, del silencio, de la soledad y de su peor enemigo, el lobo, al que conocían perfectamente y que era su principal preocupación. Y, también aprendieron a soportar el dolor de perder ante él, alguna de sus ovejas o corderos y a soportar esa impotencia. Algunas peleas libraron con este enemigo, y, en la mayoría de las veces salian victoriosos, ayudados por sus careas y mastines.
Eran pues unos grandes pastores. Sabios, en el conocimiento de su oficio de cuidar ovejas y comprender y respetar a la naturaleza.
Casi todos eran parcos en palabras y poco habladores. Algo tímidos, porque, tantos días en soledad marcaban huella en su carácter. Pero, sabían encajar las bromas y divertirse si la ocasión lo requería.
Próximamente, os contaré la historia de un pastor del pueblo que arregló un coche en la carretera, cerquita de la Barcilla, frente al vivero de “ Los Tejos”