Carlos carnicero El deporte nacional es la desmesura. Falta sosiego, inteligencia política y finezza. Lo que los italianos consideran imprescindible en las grandes encrucijadas. Estamos ante un momento político de primera magnitud que se resume en el profundo descontento de un gran número de catalanes en su relación con España. Primer axioma: nadie se enamora a la fuerza. Si la seducción no funciona no puede haber amor. Sostengo que estamos en una situación que se parece peligrosamente al 98. España se desmorona y resulta dificl sentirse ilusionado con esta patria en declive. Hemos perdido prestigio como nación. Nosotros mismos, en el cainismo de desacreditar al contrario y a las instituciones, hemos volatilizado la autoestima de ser español. No hablo de come patrias ni devora banderas, que los hay. La pertenencia a una nación requiere respeto por los valores y las realidades que encarna. Estamos en el peor momento a donde nos han conducido las torpezas que se vienen sucediendo desde que Felipe González abandonó La Moncloa. Sobran proclamas sobre la unidad de España, incluida especialmente la del Rey. Falta análisis sosegado y la búsqueda de una formula que permita a los españoles, incluidos los catalanes, a sentirse cómodos en un mismo mapa. Si la democracia no se desmorona existen fórmulas para todo. Incluso para una consulta sobre la independencia. No se puede pensar en poner a un guardia civil de sombra de cada catalán inconforme con España. No hay tratamiento hipnótico para conseguir sentirse español. Solo hay política. Pero hacen falta estadistas. Una especie en extinción en esta Europa narcotizada. La libertad es el bálsamo donde se curan las heridas. Cada ciudadano es un mundo soberano. Las urnas, el recuento de esas voluntades para que tengan un resultado colectivo e indiscutible. Mariano Rajoy destapó el frasco de la irracionalidad calificando la Diada de algarabía. Como en el mus, siempre hay jugadores de órdago, aún que no se tengan cartas. Deporte muy español. Empiezo a pensar que hablan por no callar. Me refiero a nuestra clase dirigente. La proliferación de noticias contradictorias crean el caos informativo, el desconcierto. Llevamos meses hablando del rescate bancario. Todavía no se ha aplicado, pero día a día el ministro de Economía y los responsables económicos de Bruselas se contradicen. Afirman un día de que los restos de lo que se necesite para salvar a nuestras cajas se podrá emplear en otros menesteres. Luego lo desmienten. No voy a repetir el catálogo de falsedades que luego han sido rectificadas por los hechos. La promesa de no subir los impuestos, la amnistía fiscal, la brutal reforma laboral, la subida del IVA. Ahora dice Rajoy que no tocará las pensiones, lo que equivale a asegurar que sí lo hará. Y mientras tanto, la ciudadanía ha sufrido un entrenamiento para soportar cada nuevo recorte y una nueva promesa incumplida. La esperanza viene de Portugal. Las protestas pacíficas y la presión de la calle han hecho rectificar al Gobierno. Una noticia que apenas ha tenido eco en España, tal vez por ese complejo estúpido de superioridad que malgastamos con Portugal. Lo cierto es que las cosas pueden cambiar si la presión es suficiente. Pero la ambigüedad y la confusión como normas son conscientes e intencionadas. No precisan porque prefieren administrarnos la realidad en dosis y por eso barajan las cartas de sus discursos y nos confunden con sus tretas. Hay pocas voces consecuentes; poco compromiso intelectual con posiciones coherentes. La mutación del pensamiento hacia el pragmatismo hace estragos. Y la confusión favorece esa tendencia. Tenemos que ejercer la claridad y ser claros en nuestras propuestas porque no hay realidades que obliguen a obedecer. Esa es la primera falacia de Rajoy. |