Bardo José Ramón Muñiz Álvarez El bardo https://rma1987.blogspot.com/ Es el bardo hombre cumplido, cuando llega desde el norte, que ha de cumplir en la corte el más noble cometido. Y, si viejo, ya ha vencido la edad, que la edad sombría teje alegre su porfía, porque llora la verdad los misterios de la edad del bardo de Normandía. Que contando sus relatos de las lejanas batallas, siente las almas lacayas de sus voces y arrebatos. Y, si extraños garabatos piensa que es la escribanía, pues es hombre, bien se fía de la gente más honrada, si es que paga su soldada la gente de Normandía. Ya sabéis de quien, venido de otro lugar, otras sierras, habla de lejanas sierras en los caminos perdido. Es caballero vencido de dudosa nombradía, cuando, al ver llegar el día, sabe decir la verdad de su patria, si, en verdad, fue la bella Normandía. Y, si bien bebe a su gusto, cuando bebe, bebe bien, que en el beber es también no beber más de lo justo. Y es en esto viejo augusto quien brinda en la noche fría la verdad de que así diría la historia bella en su boca, que en él la verdad no es poca si os habla de Normandía. Que, pues es malo mentir (y no es mejor el amor), quiere lisonja el favor en el arte de decir. Y, para no confundir, diré yo con osadía una verdad que no es mía, que en este lugar yo guardo la verdad que dijo el bardo de la vieja Normandía. Y esta verdad evidente nos conduce a Saint Michel, si es el paisaje en el que él vio al guerrero contendiente. Y, si el guerrero valiente supo probar su valía, debe cantar su osadía aquel cuyas glorias guardo, que sabe cantar el bardo, el bardo de Normandía. Por eso quiero cantar a quien sus magias ofrece cuando su hechizo merece la gracia que le han de dar. Y no ha de faltar yantar a quien en la vieja vía peregrina senda hacía, porque, siendo caminante, de la aurora fue el amante, viendo el alba en Normandía. Que el viejo normando dijo, de aquella lejana tierra, una crónica de guerra, en su discurso prolijo. Y, si nadie lo bendijo, por otra cosa sería, que supo la algarabía celebrar ese relato que contó con arrebato el sabio de Normandía. Y, porque lo hacen saber los que suelen, agitados, escuchar los recitados, del bardo al atardecer, el relato ha de ofrecer lo que la guerra bravía, sabiendo que todo ardía con esa canción guerrera del guerrero que exaspera el alma de Normandía. Que, de este modo casual, quiere el bardo, sin gran lustre, entre las gentes ilustre, separar el bien del mal. Y, pues es cosa especial ese canto que decía, al llegar la brisa fría, el saber que él atesora es el oro de la aurora y es la misma Normandía. Porque, amante de su tierra, caminando por el llano, en la campiña lozano sabe buscar bien la sierra. Y, cuando la noche cierra el crepúsculo callado, el pueblo escucha, asombrado, la canción de la batalla, pues, en la densa grisalla, es su canto el más amado. Y, hospedado en un castillo, que buen cobijo se ofrece, sabe cantar, si amanece, con espíritu sencillo. Mas toma su canto el brillo del espíritu que, ardiente, muestra sus ecos, valiente, con las voces encendidas contra gentes atrevidas que vienen a hacerles frente. Y, al cantar con ese aliento de la guerra las durezas, arden las viejas noblezas y se enciende el pensamiento. Y lo escuchan con contento en las más rancias mansiones, en los callados bastiones que miran a las estrellas cuando las noches más bellas dejan dormir las pasiones. Que es la gloria de la espada que se arroja, enardecida, y la batalla perdida recupera a la alborada. Que mientras mira cuajada la luz del la aurora hermosa, con la sangre se desposa la plata en la empuñadura que la noche supo oscura y ve la llama gozosa. Y es el orgullo en el pecho un fuego que se hace hermoso si el corazón valeroso siente con fuerza el despecho. Y es que el peligro al acecho no importa en un caso tal, que la mañana otoñal anuncia el duro debate que, al anunciar el combate, traza el lienzo celestial. Y, encendido el corazón y en él el ardor guerrero, quiere siempre el hombre fiero a quien canta esa canción. Que en el lejano bastión que es de los nobles palacio, bajo un cielo de topacio luce con su espuma el mar el azul que ha de alcanzar la grandeza del espacio. Pues es arte el recitado de la batalla más bella en la cumplida epopeya, obedeciendo el mandado. Así podrá el convidado dar pago al pobre alimento con el que tuvo contento el bardo en esta aventura, cuando en la densa espesura busca su paso otro asiento. Y pronto una nueva corte con un príncipe radiante ese relato incesante ha de escuchar en el norte. Y tal vez una consorte de un duque o de algún marqués quiera un obsequio, cortés, entregarle a quien recita, cuando un premio solicita, mas sin postrarse a sus pies. Que es el ánimo orgulloso el de quien busca este abrigo, pero no como el mendigo de las migas codicioso. Y porque sabe juicioso vivir esa vida errante, sigue su paso adelante hacia una tierra lejana, mientras nace la mañana que contempla al caminante. Que, recorriendo el camino con una triste mirada, llora la patria olvidada cuando busca su destino. Y, en el mundo peregrino, la madrugada sombría, ve que sueña el alba fría que pudo ver junto al mar, cuando pudo contemplar la preciosa Normandía. 2013 © José Ramón Muñiz Álvarez |