Villalquite - Leon

Y ahora me voy a cosas más gratificantes (por lo menos para mí) el otro día por error alguien adjudicó el poema que mandé a la autoría de Saramago (que sólo era suyo el encabezamiento). Y ahora os dejo un cuento (que tampoco es de Saramago) sino del que suscribe. Hala, un saludo para todo el mundo...

EL CARTÓN

En tiempos encerró bricks de leche. En tiempos fue una caja de cartón fuerte, firme, una que transportó un gran camión desde una fábrica de envasado. Fue de una mano a otra hasta depositarla en un supermercado. Cuando más aplastada se sentía por otras cajas como ella vino una señora y la colocó en un carro para llevarla hasta una casa. Allí conoció a Javier, un niño de cinco años. Los bricks fueron puestos en otro lugar y allí quedó la caja de cartón, ahora sufriendo los ataques del chiquillo que rompía sus costuras, que lo convertía en una superficie informe, casi como había nacido.
Depositada junto al cubo de la basura otro niño le dio una patada y el cartón, ahora ya no caja, se fue arrastrando. Roto por el paso de otros, despedazado por los coches, sus restos volaron por la ciudad. Allí pudo ver viejos que estaban solos en sus casas y miraban un televisor, que luego se acodaban en la barandilla de su terraza y observaban sin ver el tráfico de más abajo. Vio otros niños que, mochila al hombro, andaban entre empujones camino del colegio. Amas de casa en corrillos, cerca de un mercado, inmigrantes que abordaban a los conductores ofreciéndoles pañuelos de papel, otros que se tumbaban junto al río mirando no sabía qué, tal vez otra tierra de donde venían, seguramente el futuro que les esperaba, trabajo y desaliento. El cartón volaba y volaba, algunos de sus trozos perdidos por las calles y recogidos por basureros de traje naranja, grandes escobas y mirada ceñuda.
Uno de los últimos trozos fue rodando por un parque lleno de árboles. No había mucha gente, algunos pájaros que piaban revolviéndose entre las ramas, un perro abandonado que deambulaba en busca de personas perdidas para siempre. Una muchacha se encontraba en un banco, sentada y sin que aparentemente hiciera nada, salvo esperar. El cartón se fue arrastrando y, cuando ya estaba muy cerca, pudo ver que la chica lloraba suavemente, las lágrimas recorrían su nariz y caían poco a poco en el suelo. El cartón no debería tener curiosidad, tampoco voluntad, desde luego no capacidad de habla. Pero quiero imaginar que, si hubiera tenido todo ello, le hubiera dicho, ¿por qué lloras, criatura? ¿no ves que eres joven, que tienes toda la vida por delante?. ¿Por qué lloras si nadie merece realmente tus lágrimas? ¿Lloras por un sueño roto, por una esperanza que no terminas de alcanzar? ¿Lloras de soledad, porque echas de menos a alguien que no está? ¿Lloras de desesperación, lloras de amor, lloras de ausencia?.
El cartón, no sé si queriendo o sin querer, fue rodando hasta quedar bajo su sandalia izquierda. Ella se dio cuenta y se le quedó mirando, perpleja, como ideando no sé qué. Luego se agachó a cogerlo y buscó en el bolso algo, un bolígrafo resultó, y se puso a escribir en él unas palabras, la punta de la lengua asomando, el entrecejo fruncido, concentrada:

Te echo de menos,
me falta tu risa,
la luz de tus ojos
cuando me miras.
Te echo de menos,
cuando me abrazas
y cierro los ojos
sintiéndote cerca.
Y aquí espero,
no sé qué espero,
que vengas un día
y se me abra el mundo.
Aquí te sueño,
desesperanzada y loca,
sintiendo tu ausencia
a cada minuto.
Te echo de menos,
porque llenas mi mundo
cuando estás cerca,
amor, mi amor.

Lo colocó encajado entre los arabescos del banco y la chica se levantó. Cuando apenas se encontraba a doscientos metros, el viento fuerte de aquella tierra hizo que el cartón se cimbreara y luego, a la tarde, un fuerte aguacero fue borrando las letras poco a poco. Cuando al día siguiente, aún con charcos en el suelo, nuevamente la muchacha llegó hasta el banco casi no quedaba nada de aquel cartón, sólo una especie de masa informe, aún atrapada en los dibujos del banco.
Hay cosas que no mueren. Pueden borrarse las letras, puede perderse un papel, el cartón puede desaparecer. Pero mientras haya una muchacha que quiere, mientras haya un sentimiento de amor, nuevamente las palabras volverán a ser escritas y aparecerán una y otra vez en cualquier lado. No tendremos que buscar en papeles, ni cartones ni en una pantalla de ordenador. Bastará que miremos al primer corazón enamorado que se nos atraviese en el camino y ahí estarán, claros y radiantes, unos versos de amor y de ausencia. Será que ese cartón vuelve hacia la muchacha un día tras otro, será que el mundo no puede acabar con los sentimientos, será quizá que un día estuvimos enamorados y aún conseguimos recordar su dolor y su dulzura.