Villalfeide - Leon

“Pues trabajé más que viví”
El hombre más viejo de León hace un repaso de sus 107 años de vida


Ricardo Álvarez López, con 107 años, es, seguramente, el hombre más anciano de León y uno de los más viejos de España.

Teitador, emigrante con nueve años, pastor, minero....
F. Fernández / Vegacervera
Lo dice con contundencia, a bote pronto, con el reprís de quien tiene la mente muy fresca. “¿Dices que ya viví mucho? Pues trabajé más que viví, se conoce que todavía me quedan réditos”; responde con cara de niño malo cuando le preguntas por su siglo largo de vida.
Es Ricardo Álvarez López, un berciano de los Ancares afincado en Matallana de Torío y que ahora vive en una residencia de ancianos en Vegacervera. “Es que la hija, la que me cuidaba (Nonilia), que llevaba treinta años tirando por mí día y noche se operó de cadera y bastante tiene para ella”, explica este hombre de 107 años, cumplidos en febrero, que goza de una salud privilegiada para su edad. Oye bien, de cabeza está fenomenal y no le falla la vista más allá de lo lógico en quien ya ha visto más de un siglo de avatares y fue operado de cataratas hace un par de décadas.
Los vecinos de Matallana echan de menos su erguida figura caminando por el pueblo, tan solo ayudado por su inseparable cacha —pues todos los días daba un paseo ‘hasta el cruce de Robles’— o sentado en el banco que hay delante del edificio de Caja España, con sus eternas gafas de sol, conversando con su buen amigo Julio. “Mucho dinero deben tener estos del Monte de Piedad, aquí no hace más que entrar gente a posar la mosca y ellos aprietan el puño que no hay quien les coja una peseta”, bromeaba con frecuencia.
Siempre tiene una broma para todo el mundo. Un comentario para cada uno que para a hablar con él, un alma de pícaro impenitente. El último verano que pasó en Matallana cambió el tradicional recorrido de su paseo para llegar hasta la piscina. La explicación suena a ironía en alguien de 107 años, pero a él le brillan los ojos cuando la da. “Van a bañarse unas hembras que tiembla el misterio, lo que no sé es lo que se bañan pues van todas limpias como los chorros del oro”.
Es así. Ya lo ha visto todo, ironiza con todo, incluso con su salud. “Cuando tenía 104 años tuve una gripe acechando en la cama, si me descuido se mete conmigo en ella. Y este invierno también me bajaron un día para la Residencia pero tampoco doblé”.
Su nieto Juan Carlos recuerda que es cierto que tuvo que llevarlo al hospital con una infección de orina y, con su edad, temieron cualquier cosa, “pero respondió al tratamiento como un paisano”.
Como lo que es.
Emigrante con 9 años
Un paisano que nació en 1902 en Sorbeira de Ancares. Por extraño que parezca es él quien recuerda perfectamente su edad, su infancia, sus primeros años en aquella comarca leonesa de terribles inviernos. “Se quejan aquí de las nevadas, aquello sí que eran nevadas, a nada que te descuidaras tenías la casa tapada. Y así semanas y semanas”.
Luchar contra la nieve y trabajar duro. Entre hórreos y pallozas iba creciendo Ricardo. Entre gente que conocía perfectamente el oficio de teitar pues todas las casas tenían techo de paja. “¡Qué vida de trabajo! Todo se cogía a mano, la hierba para el ganado, la paja para teitar, las patatas se araban a mano... Trabajar de sol a sol, era lo que había”.
— Algo de baile habría.
— Hombre, por largo que sea el día siempre se hizo de noche y ya se sabe, si hay que cantarle a alguna el romance de Gerineldo, aquel de ‘con la infanta han dormido’, pues se le canta.
Pese a las noches y los romances la vida en Sorbeira, en los Ancares, era realmente dura, lo que provocó una importante emigración de las gentes de aquel valle por medio mundo.
Uno de los que hizo el petate y atravesó el Atlántico fue precisamente el padre de Ricardo, que se fue cuando el centenario leonés aún era un niño. Una circunstancia que hizo que Ricardo creciera soñando con las riquezas de ultramar, escuchando las historias de quienes se habían ido y habían triunfado.
Y con solo 9 años —“y la chaqueta sin bolsos”, bromea él— también Ricardo se montó en el barco, cansado de las nevadas y los trabajos, de estar más tiempo en el monte que en la escuela. Nada se le puso jamás por delante y aquella vez tampoco. Acababa de comenzar una larga y azarosa vida que recuerda perfectamente, que hace que le brillen los ojos, incluso que se le escape alguna lágrima. “Es que me echo unas gotas, por lo de las cataratas”.