Estas madreñas aún cumplen su función: las utiliza una mujer de 80 años para ir a atender a sus gallinas cuando hay barro en el corral. Atrás quedan los tiempos en que eran el calzado habitual cuando había barro por las calles. Los nuevos tipos de botas y zapatos y el asfaltado de las calles están terminando con su uso. Y con una “diversión” asociada a ellas.
Constituían toda una tentación los domingos durante la misa, todas alineadas y emparejadas en el portal, mientras sus usuarios rezaban y pedían perdón por sus pecados. Si llegabas tarde a misa y nadie te veía, ¿cómo no aprovechar para revolverlas y desparejarlas sigilosamente? Y luego a la salida observar a una distancia prudente las palabras (mayores y menores) de cada uno buscando su otra madreña, despotricando en tirio y en troyano. De forma que los sufridos paisanos, recién arrepentidos y perdonados de sus pecados semanales, volvían a casa con unos cuantos ya en el saco: blasfemias, palabrotas, deseos de venganza, ira rabiosa y proyectos de gula en la cantina.
Pero como cristianos viejos, sabían poner la otra mejilla, y el domingo siguiente, al ir a misa, volvían a dejar las madreñas en el sitio habitual, bien alineada y emparejadas.