Sabero - Leon

Nunca se supo lo que fué de Jamosto. Aquel indigente con cara de malauva y harapos de quinta enmienda que cada año aparecía por el barrio de Abajo en busca de cobijo. Aquel personaje cuya cara,
más bién careto, recorrían en hermandad procesionaria unas cuantas centenas de piojos hartos de saquear la despensa de una cabeza acorazada a la entrada de cualquier peine, rastrillo o desbrozadora.

Era una figura fundamental en el mobiliario que canstituía el panorama infantil de juegos y escondites entre callejas y prados de Tomasín y los suyos.
Una sucia manta caía sobre sus hombros y en la cintura colgaba un cencerro grande, posiblemente afanado a cualquier vaca, que alguna labor le prestaría. Quizás le sirviera para avisar de su llegada a cada lugar como si de leproso se tratara, quizás para espantar a los malos espíritus en los que él creía. Véte tú a saber.

Los niños, en sus "hazañas" se aproximaban a él, una vez harto de vinazo, y reían sus quiebros y requiebros en el intento siempre fallido de atrapar a alguno

¡Jamosto, borracho, cara de mamarracho!. Gritaban los rapaces ante un asustado y ebrio mendigo que, al final, optaba por caer desplomado sobre la paja y los yerbajos que acomodaban su estancia en el habitáculo anejo a la cantina de la señora Mena, allá donde el Sr.Nica-sio guardaba el carro y que, con su bondad de labrador duro y humilde, consentía el alojamiento del pobre harapiento.

Sentados al calor de la hoguera, en el travesal que conduce a la Peña del Anís, Tomasín y sus amigos recordaban las tropelías a que habían sometido al bueno de Jamosto. A veces añoraban algo tan injusto como la necesidad de someterle a burlas y mofas con el único fín de ver como se desplomaba tras intentar, ebrio total, aquellas capturas imposibles

-Dice mi tío Justo que apareció muerto en la carretera de Almanza.
-Pues mi madre me ha contado que se ahorcó en el Hayedo de Olleros.
-Nunca se supo nada de Jamosto. Hay quién cree que lo comieron los lobos en Traslaloma. Nunca se encontró su cuerpo.

Cada uno de los niños daba la versión que creía necesaria para buscar un motivo de desaparición. Pero quizás fué el pequeño Elpidio quién llenó de deasosiego el cuerpo de los muchachos:

-Hace ya dos años que no aparece, pero mi abuela me contó que la Colina, la pobrona, le dijo haberle visto en las eras de Ferreras. Que decían los de aquel pueblo que solo aparece en noches de luna llena y que su cara se ilumina como si fuera un lucero asustándo a las ovejas. Ni siquiera los perros del ganado se atreven a acercaársele. Yo creo que está poseído por algún demonio y por eso no sale de día.

Aquella tarde habían estado jugando entre las callejas que conducen al cementerio. La persecución a que la sra. Dionisia les había sometido, escobazo tras escobazo, les había hecho trasladarse a los Valles para, una vez provistos de patatas saqueadas en la Cortina, preparar su cena asándolas en la hoguera a la que ahora se acercaban para sacarlas entizonadas y dar buena cuenta de ellas.

-Lo mejor es la piel, recomendaba Ramirín
-A mí me gusta más lo d'adentro, contestaba Guillermo.
-Lo que tenemos que hacer es buscar más leña, que nos quedamos a oscuras, recomendaba Tomasín.

La noche oscura había caído sobre ellos. La narración de Elpidio les había causado cierta zozobra y nadie se veía con animos de abandonar la hoguera.

-Vámos- gritó Tomasín- No seais caguetas. Hay que traer leña.

Desde la pequeña fogata se dirigieron a la zona que circunda la Cueva del Gato para proveerse de troncos secos, siempre cerca del punto de partida. Siempre sin separarse unos de otros.

-Debemos irnos rápido. La hoguera se ha apagado. Ya no se ve la llama desde aquí.
-Ramirín. ¿Has oído el cencerro?. Creo que alguna vaca se ha perdido. Quizás sea del Sr. Anibal. Esas pastan por aquí.
-Es posible. Pero ahora vamos a echar leña al fuego.

Descendieron hasta el arroyo y lo cruzaron con los brazos cargados de leña acercándose a la lumbre.
-Alguien nos la ha apagado, gritó Guillermo.
-Las brasas están esparcidas, observó Tomasín.
-Y se han llevado las patatas, apostilló Ramiro.

La mala leche les hacía soltar cuantos tacos se habían aprendido, hasta que el grito proferido por Elpidio les dejó casi helados:

-¡¡Aquí....venid aquí... mirad!

Y, al lado del árbol que escondía su presencia de la hoguera, una manta haraposa y un cencerro permanecían como mudos testigos de lo acontecido.

Señr Cabo,una vez mas,mi felicitacion por su relato¡ .La documentacion que tiene referente a los personajes,de nuestro pueblo y a la vez como lo relata,nos hace estar pendientes del foro y de las noticias que pueden aportar los foreros.
Personaje el de Jamosto,tal y como usted lo describe,y al igual que Tomasin,corrimos más de una vez detrás de el por el barrio de abajo.
No recuerda usted ninguna historia (puede que Tomasin y sus amigos se mojaran en el pilón de la fuente,cerca de donde dormia Jamosto)
Disculpe mi intromisión pero segurisimo que de este punto tiene mucha historia usted¡ Un gran saludo¡

Bonita historia, supongo que cuando menciona al Sr. Nicasio se refiere al hermano de Urbana, Lucio, Ninfa, Sara, Victoria..
Historias como estas son como pinceladas.. recuerdos.. memoria de nuestro pueblo. Gracias

Ahora ya se de donde viene el vocablo " Jamosta " , claro el hombre andaba ebrio.
Gracias y Saludos

El tal jamosto felix perales era de mondreganes se quedo viudo y también perdido una hija y se dio a la bebida

Era Jamosto un hombre alto y bastante descuidado que acostumbraba hacerse notar, cada vez que se acercaba a una puerta, generalmente siempre abierta, al grito de: "¡Parroquianaaa...!"

no ese era iniesto