Riego de la Vega - Leon

"Un diario alemán publica la lista de los 33.293 ahogados en el Mediterráneo
Desde 2006 la organización United edita una lista que se va actualizando con los datos disponibles de todas las personas que han muerto ahogadas intentando llegar a Europa desde 1993"

"En los últimos 7 años han muerto más de 17.000 personas tratando de llegar a Europa". Son cifras aportadas por la Comisión Española de Ayuda al Refugiado

"Las muertes de migrantes en el Mediterráneo Central aumentan un 21% desde el cierre de los puertos italianos"

Ya no sé si sentir pena, indignación o vergüenza. Mi corazón se está convirtiendo de corcho. Puedo escuchar, oír o ver la gran tragedia que día a día sucede a nuestras puertas o incluso dentro de nuestra casa europea, que mi corazón ya ni se hunde en el mar de la tristeza o la indignación; al contrario, flota en las aguas sucias de la indiferencia, aferrado a la escusa del ¿qué puedo hacer yo?

Hace ya más de tres años que una fotografía de un niño ahogado, tendido boca abajo en una playa, nos partió el corazón. Aquella foto parecía que despertaba en nuestras conciencias algo más que pena y dolor: la indignación. Pero, no, fue algo pasajero que olvidamos conforme los medios dejaban de hablar de ello; convirtiéndose en algo cotidiano que ya ni merecía la pena mencionarlo en un telediario. Además, bastante teníamos con nuestros problemas para preocuparnos por los problemas ajenos.

Hace más o menos tres años, Jean-Claude Juncker, Presidente de la Comisión Europea, lloraba con lágrimas de cocodrilo y hacía un llamamiento de solidaridad, temiendo que con la llegada del invierno la situación de los refugiados empeorase.

Tenía razón: empeoró. Como empeoraron las medidas que tomó la Unión Europea, los distintos países que amurallaron sus fronteras, las campañas de desprestigio contra los propios refugiados, el acuerdo con Turquía para mantener a raya a los que quieren venir a Europa, las falsas promesas de los gobiernos en aceptar un cupo de refugiados, entre ellos el nuestro, que echó la casa por la ventana y se quedó en agua de borrajas, los miles de niños desaparecidos o víctimas de pederastas, los miles que son esclavizados en trabajos inconfesos, las familias separadas o que son expulsadas.

Y mientras mi corazón cada vez más encorchado, mudo ciego y callado, no sea que también me ocurra a mí cuando menos me lo espere: ande yo caliente...

Si no fuese tan triste sería para reír a carcajadas por la falta de memoria que tenemos los europeos, desde los españoles, campeones en nuestra historia en emigrar o exilarnos, los húngaros, polacos o yugoeslavos que tampoco se pueden quejar, los alemanes que también saben un rato de eso de exiliarse y huir, los griegos, rumanos o franceses, y ,en fin, Europa entera.

Menos mal que ya llega la Navidad, esas fechas donde todos somos tan buenos y entrañables, y volveremos a enternecernos con los que sufren, por lo menos mientras descorchemos el cava, pidiendo a todo el mundo PAZ EN LA TIERRA A LOS HOMBRES DE BUENA VOLUNTAD.

Después ya volveremos a encorchar nuestros corazones y nuestras conciencias.

Vicente Ballester Gil.