Riego de la Vega - Leon

Realidad y sensaciones, en política, suelen ofrecer visiones diferentes sobre una misma situación. Muchas veces antagónicas. El interés por completar la actual legislatura o la tentación de convocar elecciones este próximo otoño es una de ellas.

“Sánchez parece decidido a cualquier triquiñuela para seguir en el poder”, subtitulaba recientemente uno de los periódicos de tirada nacional. Hay un intento de crear la impresión de que el actual gobierno de España intenta “atornillarse” en el poder hasta 2020. Los grupos de oposición del PP, Cs y algún otro de los minoritarios insisten en ello. La verdad, sin embargo, es que la fuerza política que resultaría más beneficiada en unos otoñales comicios sería la socialista, si a las encuestas nos atenemos. Todas la sitúan como la fuerza más votada. El resto de los principales grupos políticos del Congreso necesitan tiempo para recomponerse. La peor noticia para ellos, sería una convocatoria rápida de elecciones.

España, después de más de cuatro décadas democráticas, las mejores de sus últimos siglos, precisa acuerdos de Estado para afrontar grandes “retos de país”. Su propia unidad, la gestión de la inmigración, estabilidad macroeconómica dentro de los parámetros europeos, lucha contra el yihadismo y superación definitiva de las fracturas sociales del terrorismo etarra, el diseño de un sistema educativo a largo plazo, la sostenibilidad de las pensiones para un periodo amplio o la una política energética que compatibilice intereses ciudadanos, empresariales y medioambientales. Para ello debe partirse de la realidad incontestable de nuestro actual sistema político, con una democracia multipartidista en el que solo podrán lograrse dichos pactos con lógicas que superen los bloques políticos de la izquierda y la derecha. Y sin embargo se sigue potenciando la dicotomía entre los mencionados bandos con una dialéctica amigos/enemigos que aleja, cada día más, ese necesario consenso.

Independientemente de la transversalidad en torno a grandes asuntos, que a la ciudadanía española preocupan, se precisan proyectos partidarios claros y estables sobre ellos. Sin embargo la situación como gobierno u oposición, alteran considerablemente las propuestas de los diferentes grupos parlamentarios. El actual PP plantea sobre inmigración propuestas que poco tienen que ver con las acciones gubernamentales que, hasta hace poco, llevaron a cabo. Lo mismo sucede, con matices, en torno a la crisis producida por el independentismo catalán o el acercamiento de reclusos etarras programadas ya por su gobierno. Y Cs parece ir al rebufo en ese cambio de rumbo. Podemos demostró incoherencia cuando pudo sustituir, en 2016, a Rajoy por Pedro Sánchez. Y el PSOE en el gobierno está encontrando dificultades para compatibilizar adecuadamente el ritmo en su tradicional posición en torno al carbón con el necesario proceso de descarbonización emprendido por la Unión Europea.

Paradojas, las tres, que deben hacernos reflexionar, este otoño, sobre cuestiones políticas centrales: la estabilidad de las instituciones (¿alguien se atreverá, por fin, a plantear una reforma de la ley electoral?), la coherencia en las posiciones políticas y la necesidad de que sensaciones y realidad confluyan cada día más.