Riego de la Vega - Leon

El universo de las apariencias, del escaparate, del “como dios manda”, del disfraz y de la farsa manda sobre los diputados del PP.

Hace ya tiempo que no me impresiona para nada ningún tipo de ostentación material. Los palacios me parecen aburridos. Los oropeles, oros y platas me dejan indiferente. Los lujos desmedidos me parecen incluso un insulto hacia buena parte de la condición humana que carece de lo mínimo para sobrevivir con dignidad. Hace ya tiempo que sé muy bien que detrás de la mayoría de las grandes fortunas existe la insensibilidad, la explotación y el sufrimiento de mucha gente. Y hace mucho tiempo también que considero la pose de superioridad, el arribismo y la voracidad de cosas materiales como una gran mediocridad, propia de mediocres y, como decía mi madre, de personas vacías.

La saco a ella a colación, y es que me resulta inevitable. Porque crecí con una madre maravillosa que, aun proviniendo de una familia acomodada y privilegiada, tenía un corazón enorme; y uno de mis recuerdos más marcados de mi infancia es el de, yendo con ella de la mano, tener que esperar mientras se paraba a charlar con mendigos, gitanos o gente que pedía limosna en la calle; gente a la que preguntaba por su situación y con la que no se limitaba a darles unas monedas, sino que les animaba y les alentaba a pedir ayuda en el ayuntamiento y en asistencia social. Y lo hacía con todo su corazón. Y le importaba un pimiento que la miraran las gentes “como dios manda” con expresión de extrañeza y de censura. Era solidaria y muy humana, simplemente. Era auténtica y muy verdad.

Era justamente lo contrario de muchos de sus señorías diputados del Partido Popular. Ella sentía a todos los seres humanos, en esencia, iguales y con los mismos derechos. Ella sabía muy bien que el hábito no hace al monje. Ella, como yo también lo sé, sabía muy bien que la dignidad humana nada tiene que ver con ropas caras, ni joyas de colección, ni coches de lujo. Y sabía que la grandeza está en la sencillez, y que la ostentación y la vulgar petulancia no son indicio de privilegio alguno, sino más bien de un defecto grave de ignorancia y de soez desfachatez.

El universo de las apariencias, del escaparate, del “como dios manda”, del disfraz y de la farsa. El universo de lo consabido, de lo estipulado, de lo amañado como modelo único que restrinja la diversidad en un único estúpido formato acorde con los intereses de la normativa propugnada por el poder. El universo de la mentira que denunciaba Cervantes cuando ponía en boca de su personaje universal: “Nada es lo que parece, amigo Sancho”. El universo ruin de la decencia fingida, de lo que llaman “gente de bien” al referirse en realidad a “gente idiotizada y sumisa”, el universo del dogma, del pensamiento único, del repudio a lo natural y a lo diferente, de adhesión a lo fingido, de rechazo de lo auténtico y de desprecio a la diversidad.

Han puesto el grito en el cielo sus señorías al ver en el Congreso, elegidos por el voto ciudadano, a jóvenes preparados y comprometidos por mejorar este país. Se han espantado al ver rastas y a un bebé en el seno de su madre. Se han espantado al ver a ciudadanos de la calle, a personas normales, libres, no dogmatizadas, que viven con naturalidad su libertad esencial, y que no siguen los moldes y los clichés aburridos y obsoletos de la “gente de bien”, esa gente de bien que, sin embargo, no se escandaliza ante los cientos de suicidios de españoles ante los desahucios, ni ante las miles de familias que han dejado en la calle, ni ante la pérdida de los españoles de sus derechos más elementales. No. ¡Qué va! A ellos les escandalizan las rastas, y los bebés en el Congreso. Ellos son, claro, “como dios manda”, aunque hayan arrasado a un país entero y aunque algunos de ellos tengan cuentas millonarias en paraísos fiscales. Los piojos, que tanto teme Villalobos, no se encuentran en las rastas de esos jóvenes que quieren un país mejor. Los parásitos, los verdaderos piojos son otros, que mire bien.

Decía Ernesto Sábato que para ser humilde se necesita mucha grandeza. Tanta grandeza como de la que carecen los canallas del Partido Popular que insultan y desprecian a la gente que tiene esquemas diferentes y no llevan el lagartito en la solapa. Esos mismos que se creen que la cultura está en las cabelleras engominadas y en las cuentas corrientes infladas, y que la moral está en los dogmas clasistas e inhumanos, y en las misas de domingo y fiestas de guardar. Porque, en realidad, como dijo el genio universal Ludwing Van Beethoven, no conozco ningún otro signo de superioridad que la bondad del corazón. Las otras poses son propias en esencia, ya digo, de ignorantes, de zotes y de idio..s.



Coral Bravo es Doctora en Filología