Riego de la Vega - Leon

Digamos que España toda en sí es una hepatitis donde la "experientia" de los días va conduciéndola hacia el ridículo engendro que es esta política amorfa, en donde lo que interesa es la estabilidad, palabra sagrada que en estos momentos se han sacado de la faltriquera las huestes del Partido Popular.

Estos inhumanos personajes quieren hacernos ver que la crisis moral y humana -más perjudicial que la económica- es cosa de la historia. Por historia yo entiendo todo lo que se calibra desde una actualidad que todavía no ha sucedido. En tonces, ¿a qué viene esa optimidad?

Es una vergüenza nacional que el Sóviet del Partido Popular trate de la manera que lo está haciendo a los enfermos de la hepatitis C. Supongamos que estuviéramos ante una política recta, humanizada, ética y oportuna. ¿Acaso sería tan difícil aportar la asignación necesaria para la curación de estos enfermos desesperados? Da la casualidad -y también la causalidad- que estamos tratanto un tema que juega con la vida de las personas. Morir no está tipificado en la raza entera de cualquier gobierno. La vida es antes que los números, que el déficit, que la deuda pública, pues el montaraz Montoro debería tener en cuenta que antes que la economía se reafirma la supervivencia. ¿Cómo son capaces de no evitar que miles de personas estén muriendo y no pongan remedio para que eso no ocurra? ¿En qué país vivimos? ¿Acaso un acceso de africanización ha llegado hasta las fronteras de Algeciras? La restuaración de España tiene que comenzar por una reorganización del Estado. Mientras el Estado no sea capaz de posponer la muerte de su ciudadanía por causas meramente económicas, entonces yo vislumbro que el Estado no es tal, sino la escatología de un egoísmo y de una mala madre que debiera acabar en el sofá de Sigmund Freud. ¿Acaso el Estado padece de neurosis? ¿Cuál fue su niñez? ¿Qué represiones sexuales le acosan desde que se profujo en él el complejo de Edipo con tal de matar al padre? El Estado está matando padres y mujeres rubias y ancianos cojos y obreros de la construcción, en definitiva, de españoles y españolas que cargan sobre sí la inoperancia de un gobierno que no es tal, sino desgobierno que está afectado de panlogicismo.

España es una hepatitis de difícil curación, pues se da el caso que las enfermedades activas y las infecciones de realismo crítico no son superadas por ese hada diablesca que conforma las habitaciones en donde se esconde -con su whisky y puro- don Mariano Rajoy. Don Mariano está endemoniado. Ya no sabe de qué manera cultivar una politología que absorba este caos de “petit-bourgeois” que es España. Supongo que un político -un gran político- tendría que afianzarse desde la responsabilidad y desde la eticidad a la hora de cuidar a los que, por mediación escolástica, están a cargo de él. Los enfermos de la hepatitis sufren una endemia que este gobierno no es capaz de rebajar a kilómetros de velocidad. El tiempo apremia y esta buena gente que se encierra en los hospitales de Madrid no puede esperar más a que las patentes farmacológicas desactiven ese súmmum de capital que hace inviable la cercanía de la curación.

Cuando algo así ocurre -como ha dicho Pablo Iglesias y muchos más- no es del todo ilegal expropiar a las patentes, pues estamos ante un caso de urgencia nacional. Es como si regresara a este país la gripe española y no tuviéramos medicamentos porque el monopolio de las vacunas están en manos de la plutocracia. Seamos serios. En estas circunstancias no cabe ni la política ni la economía ni el neoliberalismo. Aquí lo que hace falta es el fiat de un humanismo que en estos momentos no asoma por ningún lado. Insisto: ¿cómo el Partido Popular está dejando que la gente se muere en los soportales de sus casas? Con la venia, solicito que volvamos a los escraches y agobiemos a estos indecentes politicastros hasta que calculen el momento -memento mori- de acopiar la suma necesaria para la compra de los medicamentos necesarios no sólo para curar a los que acusan más gravedad, sino para todos los que padecen esta africana enfermedad.

Subamos al barco sobrio de España y seamos los españoles los que solucionemos este problema de doblegación que tanta urgencia despierta. De otro modo, seguiremos endeudados frente a esta suerte de espiritualismo con que estamos gobernados por una mesnada que debería retirarse a las Islas Galápagos, allá donde se encuentra el fin del mundo.