Memoria Histórica Frente al exquisito cuidado con el que se guarda el nombre de los Caídos por Dios y por España, cuyos muertos recibieron holgada reparación moral, la derecha española no puede disimular su frialdad e indiferencia por el dolor de las familias de los asesinados del bando republicano, que lamentablemente muchos de ellos aún permanecen abandonados en fosas comunes. El Partido Popular se resiste a reparar esta injusticia histórica, dificultando incluso que los familiares den digna sepultura a los muertos que defendieron el régimen constitucional y lucharon contra el golpe de Estado que perpetró aquel mediocre caudillo que gobernó España durante cuarenta años. Y si no se repara esta barbarie, el cascabeleo de la libertad seguirá sonando un poco a hueco. Los golpistas nos dejaron durante cuarenta años un país sin libertad, sin ciencia, sin arte ni cultura, sin atisbo de vida intelectual, una España reducida al folclore, al futbol y a los toros. Muchos sufrieron torturas, se pudrieron en la cárcel o fueron fusilados. Y cuando el Terror Blanco, nombre con el que la historiografía francesa designa los crímenes franquistas, se pretende soslayar, no se hace otra cosa que aplazar la verdad. El olvido es una tregua inútil que el actual Gobierno de España se conceden a sí mismo. Vamos, que mientras aguantan en el poder, creen que la Historia se detiene. Omitir el pasado es una ficción, una creación artificial que pretende anular el sufrimiento y la dignidad de las víctimas para sustituirla por la sonrisa fría y lejana del Estado. Todavía hay entre la ultraderecha quien justifica el golpe de estado de 1936 y quien incluso afirma que hacer el saludo fascista, portar banderas golpistas o mantener símbolos franquistas en calles o plazas forman parte de nuestra historia. Y es que gran parte de la derecha viene de donde viene, se forjó en aquellas fraguas totalitarias y por voluntad propia no va a abandonar su nostalgia ni su retranca. Sin duda, su resistencia a eliminar los vestigios de la dictadura les define. La razón que repiten, cínica y recalentada, para no restituir la dignidad moral de las víctimas es que no conviene reabrir viejas heridas. O sea que para no herir la susceptibilidad de los golpistas, se humilla a las víctimas. A la derecha adicta a esta teoría, revisar el pasado les suena alarmante y les despierta las voces de gesta de una especie de revancha de la guerra incivil. Lo cierto es que el país tiene contraída una deuda con las familias que sufrieron en silencio y durante años el secuestro y asesinato de sus seres queridos, con todos los que yacen en las cunetas, junto a las tapias de los cementerios y en fosas comunes por el solo hecho de luchar por la libertad y la democracia. En este sentido es cierto que en 2007, durante el mandato de José Luis Rodríguez Zapatero, se aprobó la Ley de Memoria Histórica, muy criticada por el PP, en la que se reconocen los derechos y se establecen medidas en favor de quienes padecieron los crímenes durante la guerra civil y la dictadura. Sin embargo, cuando el PP llegó al poder suprimió la Oficina de Víctimas de la Guerra Civil y la Dictadura y la partida presupuestaria destinada a la aplicación de dicha ley desapareció de las cuentas públicas. El disparate llega aún más lejos, pues el juez Garzón fue acusado de prevaricación por intentar investigar los crímenes del franquismo, medida que en Europa es percibida como un desatino que no alcanzan a comprender. En Navarra, en diciembre de 2013 se aprobó una Ley Foral cuyo objetivo es el reconocimiento y la reparación moral de las víctimas navarras de la represión del golpe militar de 1936, lo cual representa una obligación moral, pues trata de responder a las 3.200 personas que aproximadamente fueron fusiladas en Navarra. Incluso recientemente, el pasado 12 de diciembre, fue habilitado un Panteón en el cementerio de Pamplona donde se han inhumado los restos de diez personas no identificadas. Sin embargo, pese a estas afortunadas, aunque tímidas manifestaciones de justicia histórica, falta mucho por hacer. Recientemente, Pablo Greiff, relator especial de la ONU, ha reprochado a España la situación en la que todavía se encuentran las víctimas franquistas, instando al Gobierno a que investigue la verdad acerca de los graves crímenes cometidos en la guerra civil y en la dictadura. La reconciliación no pasa por el olvido, no se trata tampoco de aflorar odios subyacentes, sino de restituir moralmente a las víctimas de semejantes atrocidades. Y para ello es preciso la remoción total de los símbolos franquistas; el cambio radical de destino del Valle de los Caídos, pues mientras siga la tumba del dictador en el centro del monumento, seguirá perpetuando la memoria de los caídos de la gloriosa Cruzada franquista; la inclusión de información objetiva en los programas educativos de lo que fue realmente el golpe de estado militar; la recuperación de la jurisdicción universal que permitan perseguir delitos de genocidio y crímenes contra la humanidad; censos oficiales del número de víctimas; el libre acceso a los archivos del Centro Documental de la Memoria Histórica. Y, obviamente, las ayudas necesarias a las asociaciones de familiares de víctimas que permitan efectuar un mapa de fosas, las exhumaciones e identificaciones de los restos y su digno enterramiento. En fin, uno que tiene urgencia por superar el crepúsculo político de otrora, siente vergüenza de que Franco siga ostentando el título de Hijo Adoptivo de Navarra. Inquieta sobremanera que la derecha lo mantenga, pues no deja de ser una exaltación pública de una época nefasta y una nostalgia errática y prolongada respecto de aquel hombre y sus malévolas perpetraciones. Me sumo, pues, a la exigencia de la Asociación de Familiares de Fusilados de Navarra para que se anule tan insultante entusiasmo por el dictador. Nuestra democracia, que nació caliente, el Gobierno de Navarra la ha ido enfriando hasta ponerla en hibernación. Y así va incurriendo en las formas y fórmulas caudillistas, que parecen más acordes y adecuadas a su nostálgico sentimentalismo. Franco era un señor que inauguraba pantanos no por política hidráulica, sino porque creía que los pantanos atraían la lluvia. Y es que todo caudillismo es irracional y así hay que entenderlo y juzgarlo. Según relata el psiquiatra Enrique González Duro, Franco tuvo una infancia marcada por la figura de un padre autoritario, mujeriego y juerguista y una madre obsesivamente religiosa y de fuerte carácter. Su juventud no fue fácil pues tuvo que enfrentarse a distintos complejos físicos que dejaron en él una huella indeleble. En su vida adulta fue víctima de frecuentes burlas y mofas, siendo su paso por la Academia Militar de Toledo bastante mediocre. En un intento de resarcirse de sus heridas narcisistas, desarrolló una personalidad tenaz, dura, fría y desmedidamente ambiciosa y megalómana. Su biografía, en fin, delata el perfil de una personalidad psicopática que no albergaba el menor sentimiento empatía ni de culpa. El culto a si mismo fue ridículo. Creía ser un elegido de Dios para salvar a España. Y durante cuarenta años mantuvo a Cristo a la intemperie, porque el que iba bajo palio era él. Su fama de militar despiadado creció rápidamente. En la Legión Española, durante la guerra de África, se distinguió por su frialdad e indiferencia al dolor ajeno. Permitió a sus tropas cometer todo tipo de atrocidades con los prisioneros, como violaciones, ejecuciones y mutilaciones. Asimismo descolló históricamente su brutal represión contra los mineros durante la huelga de Asturias de 1917, que acabó siendo una masacre. En julio de 1936, Franco, diezmado por la alopecia, su baja estatura y su voz atiplada, se puso al frente de la conspiración y sublevación militar o golpe de Estado que dio lugar a la Guerra Civil que, según estimaciones de diversos historiadores, el número de víctimas mortales se cifra en 540.000, a las que hay que añadir unas 50.000 ejecuciones durante la represión dictatorial. Además, 270.00 personas llenaron las cárceles en condiciones infrahumanas y 400.000 españoles tuvieron que exiliarse por temor a las crueles represalias. Es la suya, sin duda, una vida que se fue hundiendo y anegándose en una paz sangrienta, halago de cuartel y merienda solitaria en tertulia con sus muertos, mientras se acariciaba su bigotillo fascista, muy parecido al de su aliado Hitler. Y así, envuelto en la aureola de la mitología del alzamiento nacional, cautivo y desarmado el ejército rojo, arropado por su africana Guardia Mora, enardecido por el fragor de los claros clarines, con su yugo y sus flechas, el brillo negro de sus lujosos automóviles y el sol avalando con su luz los metales de sus mortíferas y sanguinarias armas, Franco ascendió al azul católico de una España rota, en la que montó su feudo imperial a la sombra del Cid Campeador. Hoy, tras matarlo de muerte natural en su propia cama, reposa en el Valle de los Caídos. No pretendo liarme a contar más muertos, pero tan colosal mausoleo fue construido por muchos infortunados que dieron su vida para que el diminuto dictador descansara de tanta barbaridad. El protervo de toda la laya fascista, haciendo mucho gasto de violencia y represión, se ofuscó en una patética persecución contra la intelectualidad española, hasta que un día no se volvió a ver a Miguel de Unamuno pasear por la carretera de Zamora, pues encarcelado en su propia casa, murió de un infarto. Franco, glacial e impávido, retemblando los cimientos de toda nuestra cultura, que se estremeció como livianas hojas ante un vendaval, nos dejó un país intelectualmente yermo. El generalísimo, hecho de un esparto militar que no cedía a nada, contra un fondo de enormes tapices heráldicos, con la pluma en la mano despachaba en tareas de rúbrica administrativa la muerte o reclusión de miles de periodistas, intelectuales, maestros, obreros, funcionarios, poetas, homosexuales, políticos, ateos, anarquistas, republicanos, estudiantes y nacionalistas. No dejó de firmar sentencias de muerte hasta su último año de su vida. Cinco fueron sus últimas víctimas fusiladas al alba, dejando al país en un enlutado silencio colectivo, largo, tenso y, a la vez, hostil, pues muchas fueron las protestas y condenas contra el gobierno de España. Luis Eduardo Aute puso letra y música a semejante atrocidad, supongo que para que nadie la olvidara, pero en Navarra el dictador sigue siendo hijo adoptivo, supongo que gracias a la nostalgia de sus legítimos herederos. En fin, ya es hora de borrar del mercadillo de la Historia a este personaje con todo su ominoso atalaje militar y exaltación fascista. Fabricio de Potestad Menéndez es presidente de la Comisión Ejecutiva Regional del PSN-PSOE. |