El PP y el deporte jovial del delito El juez Ruz va cerrando el cerco en torno al caso Gürtel. De entrada ya ha confirmado que en el seno del Partido Popular se condujo la corrupción de forma intermitente, pues algunos de sus miembros se lucraron de fondos indiciariamente procedentes de un delito que habrían cometido los ex alcaldes de Pozuelo de Alarcón y Majadahonda. Jesús Sepúveda y Guillermo Ortega, respectivamente, deben responder por los beneficios obtenidos en esta trama gansteril que más parece una película de Berlanga -”Todos a la cárcel”- que a la justeza con que debe acendrarse todo el ambiente político en un país democrático. Al Partido Popular le van saliendo los lobos como generalatos de una justicia que no se detiene ante los diez mandamientos del poder. El poder da la impresión que, cuando incumple la ley, asusta, pero es de justicia hallar una magistratura -en este caso el juez Ruz- que denote fortaleza, dignidad, moral acérrima y sobre todo lo que es más difícil: mantener la presión y vigorizar la fortaleza de ánimo. Las presiones del poder ante la magistratura son de todos sabido, pues la gobernanza posee ese casus belli que no se detiene ni en el office de las imputaciones o acusaciones. La corrupción en el Sóviet del Partido Popular galvaniza un tono de oscuro movimiento de piezas sueltas, donde se oculta todo lenguaje jurídico que hiciera falta en ocasión del caso judicial. Es de sobra conocido que, ante el filtro de que Ruz iba a ir a visitar Génova, de allí desapareció hasta la percha de los armarios. Discos duros, archivos, facturas, programas de ordenadores, el despacho de Bárcenas, hasta la peineta de María Dolores de Cospedal. El Partido Popular tiene un serio problema. Y ese problema se llama corrupción retroactiva, esto es, extensible por todas partes. Don Mariano debería no ocultarse bajo las hidras y limpiar la casa de espermatozoides de ogros. De otra manera será la justicia -lenta en estos casos de alta corrupción- la que sitúe a cada uno en su lugar. Pero desde mi punto de vista el juez Ruz -cuyas demandas y querellas se le amontonan en la mesa de la Audiencia- debería mantener la calidad de su empleo y no temblarle la mano a la hora de acusar a los culpables -sean o no la cúpula del Partido Popular-. Yo, en el presunto caso que haya delito de corrupción, haría cumplir la ley hasta el final. Y si los acusados tienen que pasar por el encerradero que se pasen allí algunos años, que no les vendría nada mal para estudiar lengua hebrea o encaje de bolillos. Incluso podrían formar otro partido político de extrema izquierda, pues la trena da mucho que pensar y cambia hábitos y costumbres, ideologías y dialectologías, incluso la razón teodicea. El Partido Popular presuntamente es un pueblo ahíto de corruptos, de cuerpos ontogenéticamente preparados para el mangoneo. Siempre ha sido así: la derecha roba más que la izquierda -no quedando ésta exonerada al caso, sobre todo cuando nos encontramos con una izquierda capitalista-. Eurípides dijo que la opulencia tiene su miseria: es cobarde y se apega a la vida, mientras que Gandhi comentó que el capital no es un mal en sí mismo. El mal radica en su mal uso. La corrupción debería tener un ministerio en Moncloa, para que no se repitan los casos de estos últimos años en donde España ha sido la revientapiernas de las sociedades internacionales. Nunca en este país -rebordeando la Historia- en democracia había habido tanta codicia y tanta vocación y obsesión compulsiva -enfermedad mental- por la galleta. ¿Pero por qué esa ambición de acaparar esas cifras que marean si la política ya en sí es una profesión bien pagada, excesivamente bien pagada? Ya lo decía Pink Floyd: “Money”. La política prende la estructura del dolor de toda una sociedad a la que debería servir. El Estado no es simplemente la sociedad, esto es, el simple trato con los hombres, según entienden todos aquellos que se introducen en política para lucrarse y para ponerse un piercing en el pezón. Estado significa la convivencia de seres humanos según formas en orden y rigor, cuya transgresión debe ser contestada con un castigo ejemplar. La corrupción -a la, como digo, se le espera un ministerio- no es una cuestión personal, sino que afecta a todo un pueblo que ve de qué manera esos hombres y mujeres en cuyo momento depositaron su confianza se han lanzado a la escotilla de la malversación, del cohecho, de la financiación ilegal y todos los etcéteras que ya todos sabemos. Seguramente la corrupción se define como algo endémico, por eso es imprescindible el ministerio o el ágora o el pensamiento o la filosofía o la educación o una moral que aporte en el ser humano la decencia de servir a un pueblo sin oficializar las raíces del totemismo. |