Riego de la Vega - Leon

En estos días de ferragosto en los que media España trata de apurar sus vacaciones y la otra media se pregunta cómo va a pagar la Universidad de sus hijos, la hipoteca, el alquiler, la residencia del abuelo, el tratamiento de un hijo dependiente, las medicinas de un familiar crónico… con su prestación por desempleo, su subsidio de desempleo o desde la indigencia de no ingresar ya ayuda alguna, hemos descubierto un nuevo mal que aqueja a la clase trabajadora, el cainismo.

No es extraño leer comentarios en las redes sociales criticando a aquellos que se van de vacaciones, como si la culpa de que en España haya seis millones de parados y más de dos millones de hogares con todos sus miembros en el desempleo y por tanto lejos del lujo de poder irse de vacaciones, fuera de aquellos que aún conservan su puesto de trabajo y disfrutan de su merecido descanso veraniego.

Esto no viene de ahora, hace varios años que observamos a parte de la clase trabajadora alegrarse de que a los funcionarios les bajaran el sueldo, les impusieran normas de control del absentismo y les persiguieran como a delincuentes, sin darse cuenta de que una vez conseguido rebajar las condiciones de trabajo de los funcionarios, de aquellos trabajadores que por tener seguridad en el empleo más pueden luchar por sus derechos, el resto del proletariado seremos igualados por debajo con ellos.

Desde los medios de comunicación de la derecha, es decir, casi todos, se nos bombardea con noticias sobre el fraude fiscal, el fraude laboral, el fraude en la economía sumergida, queriendo criminalizar a la clase trabajadora, tratando de que nos miremos unos a otros pensando que el de al lado no paga el IVA en sus pequeñas chapuzas, va a trabajar pintando casas o haciendo pequeñas obras sin estar dado de alta en la Seguridad Social o acepta un empleo de camarero con un contrato de cuatro horas cotizadas mientras cobra por la jornada completa.

No nos dejemos engañar, es verdad que existe todo lo que acabo de enumerar, pero es cuantitativamente la punta del iceberg comparado con el gran fraude fiscal de los grandes capitales y cualitativamente no comparable un evasor de impuestos que un padre de familia que acepta cualquier cosa para llenar su nevera sin poder permitirse el lujo de exigir que le den de alta o coticen por él.

Tengo más que claro, no soy un iluso, que hay obreros golfos, gente que cobra el paro y además trabaja en la empresa familiar o gente que finge una baja médica y luego trabaja en su pequeño negocio, pero son una minoría de fácil detección si de verdad hubiera interés por parte de la cartera de Empleo de dar con ellos y no en quitar prestaciones de desempleo por no acudir a una llamada del SEPE que ni siquiera has recibido.

Lo que más me preocupa es esta falta de conciencia de clase, este mirarse de reojo unos a otros los trabajadores para delatar a aquel que comete una infracción como trabajar sin cotizar o cobrar parte del sueldo en dinero negro, sin atender previamente a las razones de fondo que hay para que lo haga, por ejemplo pagar una hipoteca leonina, unas tasas universitarias que han crecido un 58% en dos años en Madrid, sacar adelante a tres hijos pequeños, tener que hacer frente a los innumerables gastos de un hijo dependiente...

O lo que es aún peor, ese mirar con envidia y señalar con el dedo acusador a aquellos afortunados que conservando su empleo, además exigen mantener sus derechos conquistados por años de lucha y reivindicación. Esos que no quieren trabajar más que las ocho horas por las que cotiza por ellos su empresario, que quieren disfrutar de fines de semana, que se cogen un mes de vacaciones como manda su Convenio y que además, no se esconden para hacerlo, porque es un derecho de la clase trabajadora adquirido por la lucha de generaciones enteras de obreros.

No caigamos en la trampa de querer igualarnos en la desgracia sino recuperemos la conciencia de clase trabajadora y luchemos por que todos y cada uno de nosotros tengamos un empleo digno, con unas condiciones de trabajo justas, con una remuneración salarial adecuada al puesto y en el que los empresarios no puedan utilizarnos según su antojo sino como parte fundamental de su organización productiva