Curillas - Leon

Curillas no es un pueblo que pertenezca a la Maragatería pero, por cercanía, las costumbres de un pueblo las llevaban al otro y a la inversa. Por eso era normal ver casi todas las mozas del pueblo vestidas de maragatas para asistir al baile en el Juncal, con sus pañuelos y sus manteos maragatos. En el Juncal, poco a poco, se iba reuniendo la juventud de Curillas, de Santiagomillas, Matanza, de Tejaos, de Bustos, de Tejaos, de Robledo, de Robledino, del Val de San Lorenzo, de Valdespino, de Morales, Oteruelo, Piedralva, etc, etc. De tal manera que la pradera del Juncal casi se quedaba pequeña ante tanta juventud. Las mamas y las abuelas se sentaban pegadas a la huerta de la Ti Francisca a mirar para el baile y allí estaban como papa-natas mirando las jotas de las maragatas.
El año que estoy recordando fue el año que vi, por última vez, a Vicente caminar. Aunque con dificultad llego desde casa del Ti Nicanor andando por si mismo hasta el templete donde estaba la orquesta tocando. Allí estuvo el hombre apoyado hablando con unos de Valdespino y otros que era de Tejaos. Volvería a verlo muchas veces mas, pero ya sentado en la galería de su casa.
La tarde de la fiesta, como todo lo bueno, a mi me resulto muy corta y a las diez y media de la noche la orquesta dejo de tocar y empezaron a recoger los instrumentos. Poco rato después cada uno para su casa. La Gran fiesta del pueblo había consumido ya un día sin que apenas nos diéramos cuenta. Menos mal que, al día siguiente, también era fiesta y habría, poco más o menos, lo mismo. De todas las maneras había que ir pronto para la cama por que las ovejas tendrían que salir temprano para apañar las frescas hierbas de los “ediles”, los tesos, los cembos y los recembos que era lo único que estaba por arar en el pueblo. De modo que el día de la torne fiesta se comenzaba igual que el día anterior si bien había algunas modificaciones. Por ejemplo, la misa ya no era a las 12 si no que era una hora antes y esto tiene su explicación, pues, de todas las maneras se venia a terminar casi a la misma hora que el día anterior, si bien, ya la misa no era cantada acompañada por el organo si no que era una misa cantada pero normal y corriente. Después de la misa se cargaban con la Virgen del Rosario y los pendones el pequeño y el grande, en este caso si se llevaron los pendones ya que el tendido eléctrico no estorbaba para nada, y saliendo por la puerta de Emilia la del juncal, se seguía por la cancilla y por el camino que va hacia la iglesia vieja para continuar hasta el alto de “vago nuevo”, donde se bendecían los campos. El que abría la procesión era el pendón grande seguido del pequeño y continuación iba el Ti Paulino con el tambor y la flauta, detrás venia la Virgen pujada por las mozas del pueblo. Caso anecdótico fue que estando el sacristán con el acetre donde iba el agua bendita el cura tomo el hisopo o aspersorio y se dispuso a bendecir los campos con la mala suerte que el hisopo se soltó del mango e impacto sobre la cara del presidente del pueblo que era el Ti Manolon… la gente no tuvo por menos que soltar una carcajada. No fue eso lo más malo que sucedió en aquella ocasión, pues, debido al aire que había la tela del pendón grande se rompió cuando ya veníamos camino de la iglesia. Total que aquel día casi no ganamos para desgracias…
Terminado el auto religioso cada feligrés se fue a su casa, casi, en las mismas condiciones que el día anterior. En ese día se acababa con la comida que había sobrado del día de la fiesta y, después de comer, los hombres iban a la cantina a echar una partida y las mujeres tomaban posición en el juncal para volver a ver el baile. Aquí se producía otra diferencia y es que las chicas ya no se vestían de maragatas y la gente asistente al baile no llegaba ni a la mitad de la que había habido el día anterior…
Al día siguiente, con la resaca de las fiestas, el pueblo se quedaba como estaba. Todos los que habían venido a la fiesta se iban y nosotros allí seguíamos esperando la próxima fiesta. Las calles que se habian barrido volvian a estar llenas de polvo, repletas de “cagallas” de las ovejas, de las vacas y de los caballos y los burros.
Los perros que despavoridos habían huido de casa… volvían tranquilamente sin rencor, sin miedo, como si nada hubiera pasado…