Curillas - Leon

Pasado el día de navidad se volvía un poco a la rutina, es decir, a trabajar por trabajar. Es cierto que no era época de mucho trabajo, sin embargo, había que atender los animales, había que ir a por agua a la fuente de llama, había que picar las berzas para los corderos pequeños, echarle de comer a las ovejas, a las vacas, a los caballos… había que hacer tantas pequeñas cosas que todas parecían demasiadas y a la vez todas eran necesarias. Menos mal que en la mente volaba la idea de la noche vieja y el día de año nuevo: el paladar esperaba las galletas, los dulces, las mantecadas, el turrón y los melocotones en almíbar…
Durante la mismísima noche vieja había en el pueblo mucha fiesta. Los mozos salían por la calles tocando el tambor, las “carracas” y las botellas del anís del mono haciendo el máximo ruido posible. Daba la sensación de que con tanto ruido y tanta fiesta quisieran transmitir la fe y la alegría a todos los Dioses del olimpo y a todos los Ángeles del cielo… era navidad, era la noche vieja. Era el modo con que se celebraban en Curillas la última noche del año. Actualmente, en muchas partes del mundo, se celebra prácticamente igual, solo que lo que antes era un tambor ahora es una orquesta y los ruidos se obtienen con fuegos artificiales, cohetes y otras cosas agradables a la vista y al oido.
Durante la noche vieja los mozos del pueblo cortaban ramas de los pinos (supuestamente del pinar del reloj de Santiagomillas) y ponían una rama de aquellas en cada una de las casas habitadas. Es decir, en todas las casas porque entonces no había ni una sola casa que no tuviera inquilinos. Al día siguiente salían todos los mozos juntos casa por casa a pedir el aguinaldo; le vecinos le daban tripas enteras de chorizos, tocino y algún que otro trozo de jamón a parte de algunas monedas con las que luego compraban un par de cantaros de vino y, al calor de una hoguera, zampaban todos los aguinaldos que habían recaudado dándose unas panzadas de las que entonces era difícil olvidar.
Después de acabar con los aguinaldos había baile –y como estaba lloviendo- este se realizó en el portal de la Ti Cayetana. Allí se colocó una bombilla y las parejas bailaban agarraditos al ritmo de una flauta y un tambor (lo tocaba Pedrin que era ciego) que daba exactamente igual la melodía que tocara; siempre se bailaba del mismo modo y de la misma manera. Agarrados, agarraditos; seria por el frío?.
Dos cantinas había por aquellos años en el pueblo. Una que regentaban el Ti Nicanor y la Ti Asunción y la otra que estaba en casa de la Ti Cayetana que atendían la Ti Carmen y el Ti Rafaelon. Los niños hacíamos un camino de una a otra pidiendo a nuestros padres y padrinos algunas monedas para comprar caramelos. La verdad que las propinas eran, o muy escasas o nulas. Lo que no eran tan escasos y tan nulos, era los reveses de la mano que recibíamos por molestar a los que jugaban una jarra de vino a la brisca o la subasta. Los mayores estaban tan ensimismados en estos juegos que molestarles era algo fatal. Jugaban con tanto interés y tanta pasión que, después de cada jugada, se pasaban horas discutiendo el por qué echo aquella carta y no la otra… Molestarles en esta guisa no sólo era motivo de cobrar allí mismo, en el acto, si no que al llegar a casa te volvían a calentar el culo para que no volvieras. A mi me gustaba entrar en la cantina, no por lo que iba a sacar en claro de allí, si no por el olor a humo y a vino que había, a parte que dentro de la cantina había un calor que el cuerpo helado agradecía. Yo pensaba “cuando sea mayor estaré todo el día jugando aquí a las cartas” Me gustaba aquel ambiente.
Pero, hay siempre un pero, las navidades se pasaban y como dice el villancico… “la noche buena se viene, la noche buena se va y nosotros nos iremos…” Claro que nos iremos y no volveremos, eso yo lo tengo claro. Del mismo modo que tengo muy claro que si bien las navidades entonces me parecían lo máximo que a uno le podía suceder, hoy ya no es lo mismo y las navidades me parecen unas fiestas aburridas y totalmente deprimentes.
Nos contentábamos con poco, con poco o nada que era lo que había, pero si teníamos en la mente la ilusión de que muy pronto volveríamos a estar de fiesta. La fiesta del Patrón del pueblo. La fiesta de San Julián.