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Calzadilla de Los Hermanillos - Leon

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10-03-13 09:43 #11128733
Por:gerufe

Tres Cuartos de Siglo de Monacato en el Reino de León: 1050-1125
¿Y la Regla de Santa Florentina?

Tanto más chocante cuanto el culto a la santa no nos consta hasta la Baja Edad Media, acoplándola andando el tiempo la liturgia hispana al común de las vírgenes, hasta que ya en la órbita romana suplantara en el propio de España el día 20 de junio a la fiesta de san Silverio que era la coincidente en la iglesia universal.

Así las cosas, la atribución de la regla de su observancia, en unos monasterios del todo o en parte femeninos, a una mujer, siendo así que su autor era un hombre, su hermano concretamente, hermanos ambos a su vez del autor de una regla masculina, Isidoro, nos recuerda el afán de algunas benedictinas de hacer ver que el santo de Nursia también había compuesto para ellas la suya, feminizándose con esas miras las desinencias en ciertas ediciones[55].

Aunque lo más significativo nos parece la implicada reacción hacia lo autóctono que estaba teniendo, que iba a tener lugar en el reino leonés, ante las avasalladoras influencias foráneas en la iglesia y el monacato, que iban a desembocar nada menos que en el cambio del rito y de la letra, desde esta óptica una anticipación.

Recordemos que faltaba casi medio siglo para que el cuerpo de san Isidoro fuera trasladado a León desde Sevilla. Siendo igualmente digno de notar que no tengamos ninguna réplica masculina pareja. ¿Un mayor conservadurismo de las mujeres consagradas en esta polarización hacia lo soterrado de otrora? Pudiera ser. En todo caso ahí quedan cantando esos textos, originales pero no aislados.

El fastuoso traslado de san Isidoro de Sevilla a León tuvo lugar en 1063[56], protagonistas los obispos de León y Astorga, Alvito y Ordoño, dos antiguos monjes. Ocho años antes, el Concilio de Coyanza había mandado a los monasterios regirse alternativamente por la regla isidoriana o por la benedictina[57]. ¿La permisividad de una vuelta al pasado? No, pues éste era el de la regula mixta, siendo una novedad de la benedictinización la regla única. A pesar de ello, la disposición era anacrónica, y de ahí quedara en letra muerta. Prueba decisiva es el inmediato Concilio de Compostela, en 1056, limitándose a prescribir a los cenobitas ut ordinem regularem per omnia observent.

La hostilidad en cuestión, aparte los casos de una reacción contra la muy concreta influencia extranjera, podía también deberse a que, transcurridos siglos desde el aislamiento al principio no querido que interrumpió el proceso natural de la benedictinización, se había ya llegado a crear una cierta tradición autóctona, por mucho que su etiología no pasara de la inercia.

Acaso ello nos explica la persistencia de Galicia[58] y el norte de Portugal en el arcaísmo, que abandonaron sólo cuando ya la penetración cluniacense no hacía concebible su mantenimiento, aunque los mismos monjes de Cluny no trataran expresamente de derrocarlo, ocupados de otras esferas que desbordaban lo monacal.

Mucho después de que en Santiago, la catedral del cabildo diocesano hubiera sucedido al primitivo coro monástico que había velado la tumba del apóstol, inmersa la sucesión en el proceso de la evolución urbana que ha reconstruido magistralmente Fernando López Alsina. En esa Galicia que, paradójicamente, en los tiempos modernos llegaría a una benedictinización del mismo paisaje[59] por obra y gracia de la inserción en él de la magnificencia barroca, cual acaso ninguna otra tierra de la cristiandad, así como a la plena conversión del culto a san Benito de monástico en popular.

Y ahora la significatividad en esa encrucijada de las sensibilidades[60], de una página patética de la historia leonesa que nos relata pormenorizadamente la Historia Silense[61]. Cuando murió Fernando I, el 29 de diciembre de 1065, llevaba ya tres días en la basílica de San Isidoro, a la que se había hecho llevar, entre sus obispos, abades y religiosi viri, trocando ante el altar de San Juan y los cuerpos de san Isidoro y san Vicente, el cetro y la corona por cilicio y ceniza.

Una imitación de la muerte de san Isidoro mismo, o sea una estampa visigótica. Pero sin embargo, la entrega simbólica a Dios del trono y del reino que hizo al llegar a la iglesia, o sea el primer acto del drama, fue acompañada por el canto de una adaptación del Benedictus Deus Israel patris nostri , que hacía parte del oficio de laudes de aquel día en el rito romano, a pesar de no estar ése aún en vigor allí, cántico por cierto del que algunos fragmentos pasarían a la escritura de donación otorgada por su hijo Alfonso VI a Cluny, el 29 de mayo de 1073, de San Isidoro de Dueñas, el primer monasterio de propiedad cluniacense en la Península, aunque antes hubiera habido otros reformados con arreglo a los usos de Cluny.

San Isidoro el titular, pero no el Sevillano, sino un mártir de la isla de Chíos, en los días de Decio o Diocleciano, cuyo culto había penetrado desde el mediodía francés al ser fundado, ¿con monjes aquitanos o catalanes?. entre el 900 y el 910 por Alfonso III[62], o sea siguiendo el mismo camino que la Regla de San Benito.

Al cabo de solos dos años, el 31 de agosto de 1075, por donación de la condesa viuda Teresa y sus hijos, pasaba a ser cluniacense San Zoilo de Carrión, secum alveum Carrione, iuxta illa pars et strata qui discurrit ad Sanctum Iacobum apostoli. Una ubicación cluniacense en el camino de Santiago que creemos más debida a la ilusión europeísta alfonsina que a un designio preconcebido de los monjes borgoñones. Pero el protagonismo acá de éstos[63] estaba desbordando su ámbito específico, tanto que se sale de los horizontes del historiador del monacato.
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[55] Recordemos la irritación de Eloísa al no poder seguir literalmente sus prescripciones en cuanto al hábito, por las diferencias fisiológicas con los hombres.

[56]A.VIÑAYO GONZÁLEZ, Cuestiones histórico-críticas en torno a la traslación del cuerpo de san Isidoro, en el volumen colectivo “Isidoriana” (León, 1961) 285-97.

[57] Aunque el futuro redactor ovetense, que fue el obispo Pelayo, de 1126 a 1129, ya mandaba imperiosamente observar sólo la benedictina.

[58] ¿Daremos alguna significación a la manera muy escueta como en las escrituras de Samos se desgina entonces el propio monasterio? Notemos también que, no se tenía de la benedictinización la noción tan diferenciada, reglar y jurídicamente, de ahora, sino que en ella se veía nada más que la sustitución por una regla de una miscelánea de otras, pero en definitiva, la regla del monasterio, de cada uno, en una y otra fase.

[59] Un ejemplo de la acuñación monasterial de un territorio, en los días de que nos ocupamos, está muy visible en el libro, prologado por nosotros, de A.QUINTANA PRIETO,Monasterios bañezanos (Instituto Comarcal de Estudios Bañezanos, “Interfluvia”, 2, La Bañeza, 1989); cfr., A.LINAGE CONDE, El Bierzo, itinerario monástico, “Studia Monastica” 36 (1994) 21-40, e Itinerario cisterciense hispano, “Asociación Española de Cronistas Oficiales. Boletín Informativo”, 2ª época, núm.5 (1994, enero) 31-7 (texto de una intervención en el Congreso del Consejo de Europa en Polonia sobre el Císter).

[60] No nos olvidemos de su repercusión en el arte, capítulo también trascendente en esta historia monástica. José-Luis Senra y Gabriel y Galán, en una reciente tesis en la Universidad Autónoma de Madrid, Arquitectura y escultura en los grandes monasterios benedictinos de Castilla y León. 1073-1175, ha concluido que “desde la segunda mitad del siglo XI, la quiebra del aislamiento, la llegada de contingentes ultrapirenaicos y, en definitiva, el cambio ritual, adelantaron la progresiva renovación de los conjuntos eclesiásticos”, aunque “el peso de una tradición fomentada en una buena parte por Fernando I, debió ser considerable, estando su materialización arquitectónica bien representada por la basílica regia de San Isidoro de León, que debió propiciar todo un epigonismo por parte de las iniciativas constructivas de su entorno geopolítico, siendo muy significativo el hecho de que la mayor parte de ésas fueran promocionadas por el círculo familiar o cortesano del monarca”, como su madre en Frómista (1066), Gómez Díaz en San Juan Bautista, luego San Zoilo, de Carrión, y Elvira Sánchez en San salvador de Nogal, en esa “arquitectura deconocida de los años centrales del siglo XI, uno de los problemas más sugestivos del arte medieval español¸en frase de Leopoldo Torres Balbás [Por tierras castellanas. Sahagún, la piedra y el barro; “La Esfera”, 5-3-1921], si bien entrando ya entonces elementos románicos como el abovedamiento o una embrionaria escultura monumental”. En los últimos decenios, los del cambio de rito, vendría ya el románico pleno (la nueva iglesia de Sahagún fue consagrada el 1099). La intranquilidad política entre 1109 y 1120 (Reyna Pastor ha hablado del emprobrecimiento de los monasterios por su contribución a los gastos militares), levó consigo una paralización de las canterías, salvo la excepción compostelana, iniciándose ya una recuperación en los últimos años de Urraca, aunque el transepto marcado en planta, requerido para la ampliación del coro, se haría esperar hasta avanzado el siglo XII, cuando resultó necesario por ser más numerosas las comunidades ( a su vez consecuencia en parte de la concentración monástica de que hemos dicho), en Dueñas hasta el 1200, época también del desarrollo de las fachadas en las iglesias monásticas de Tierra de Campos, con las torres flanquadoras a ambos lados, teniendo delante un cuerpo occidental, siguiendo la tradición funeraria hispana ( como en Dueñas y Frómista, parece que incluso Sahagún), si bien representando ello la confluencia con el dinamismo carolingio en el detalle .

[61] Ch-J-.BISHKO, The Liturgical Context of Fernando I’s Last Days according to the So-called “Historia Silense”, “Hispania Sacra” 17-8 (=Miscelánea Férotin, 1964) 47-59 (y en su recopilación “Monastic History”, VII).

[62] Ch-J.BISHKO, The Abbey of Dueñas and the Cult of Saint Isidore of Chios in the County of Castile,”Homenaje a fray Justo Pérez de Urbel” 2 (Silos, 1977; y en “Monastic History”, VI).

[63] Para todas las referencias concretas bibliográficas de nuestra exposición de esta parte, nos remitimos a nuestro artículo Presencia de Cluny en el oeste peninsular, “Studia Monastica” 37 (1995) 159-92.

Antonio Linage Conde
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