Calzadilla de Los Hermanillos - Leon

Relato………….

Habían transcurrido casi dos semanas desde que partí, una fría mañana de agosto, de Roncesvalles con el propósito de llegar a Santiago recorriendo a pie el Camino Francés.
Me encontraba en San Nicolás del Real Camino, el último pueblo de Palencia antes de entrar en tierras leonesas -que ya en el siglo XI contaba con un hospital de leprosos- y a punto de comenzar mi 14ª etapa.

Me levanté temprano. Ya sabréis por experiencia propia que lo bueno de madrugar es que se contemplan amaneceres increíbles y se disfruta de más horas. Como os decía me levanté temprano, habiendo descansado a gusto en el albergue. Eran las 6,30 de la mañana y después de un buen desayuno, me puse en marcha. Iba a ser una jornada maratoniana de más de 40 kilómetros. Había decidido no seguir la ruta clásica que va por Bercianos del Real hasta el Burgo Ranero y desviarme a la altura de Calzada del Coto -antiquísima vía jacobea que se remonta al siglo IX- desdeñando el camino arbolado que según mi guía “era una delicia para cualquier peregrino” y optando por un páramo -terreno yermo, sin vegetación. Soledad, según el WordReference- al tomar la Vía Trajana hasta Calzadilla de los Hermanillos, continuando por esta misma calzada romana hasta Mansilla de las Mulas que era mi final de etapa ese día. Me animaba poder contar algo diferente y me seducía la aventura de transitar por la mítica calzada.

Los primeros kilómetros del día progresé rápido y pronto alcancé el puente de piedra por el que pasa el río Valderabuey que con la ermita de la Virgen del Puente al fondo forman una imagen de foto ganadora de concurso. El camino me enfilaba directamente hacia Sahagún, y pude intuir su esplendoroso pasado en sus iglesias y monumentos. Pasé por el arco de San Benito y fui dejando la ciudad atrás avanzando hasta el desvío que me llevó a Calzada del Coto. Pasado el pueblo seguí mi andadura hasta Calzadilla de los Hermanillos donde paré en el albergue de peregrinos unos minutos que aproveché para tomar un tentempié mientras mantenía una charla con la hospitalera y recuperaba el aliento.

Agradeciendo la hospitalidad recibida, me despido y sigo sus indicaciones para salir del pueblo y volver a retomar el Camino. Al parecer, en esta etapa todos los peregrinos siguieron de frente hacia Berciano pues no transitaba ni un alma por estos parajes de rastrojos dorados a diestra y siniestra, campos segados de cereales besando los cielos. Hermosos paisajes que con su austera belleza compensaban su solitud.

Según avanzaba el Astro Rey calentaba con más fuerza y ni una sombra donde cobijarme. Estaba advertida, de nada servía protestar. Hoy tocaba asolearse al borde de la insolación. Desde Calzadilla a Mansilla hay 24 kilómetros, un trayecto por terreno llano, monótono, sin poblaciones a su paso, sin vegetación y un Sol de justicia acechando, así que no queda otra que seguir andando sin pausa y ganar terreno. La fatiga empezaba hacer mella en mi cuerpo, en mi ánimo y las reservas de agua disminuían, los kilómetros cada vez se hacían más largos y parecía que no avanzara.

Discuto conmigo misma, inútil pero inevitable en esta situación, me atrevería a deciros que fue saludable y todo hacerlo. -¿No podrían haber colocado alguna marquesina que diera sombra? ¿O un área de recreo donde descansar con mesas y algún árbol? ¿Y ni tan siquiera hay una acequia para poder mojarme los labios? Se lamentaba uno de mis “yos” mientras el otro “yo” le respondía: -¿De qué te quejas mujer? Querías pisar calzada romana pues aquí la tienes en todo su esplendor, disfrútala. Sabías a lo que te enfrentabas, así que calla y anda.

Y andaba, seguía andando, que remedio, si quería alcanzar Masilla de las Mulas mientras me sentía desfallecer, cansada y deshidratada como me hallaba por aquellas solitarias tierras leoninas, con los Picos de Europa a mi derecha como única compañía. Esto me consolaba. ¡Ah, sí! Divisar al fondo de los interminables campos áureos estas montañas sobresalientes me reconfortaba, me alentaba, me daba fuerza, hacían que hubiera valido la pena pasar estas penurias, porque queridos amigos no exagero al afirmar que fue una etapa dura donde las haya.

Ya al borde de la desesperación andaba cuando Masilla apareció por fin. Conforme me iba acercando el camino se transformaba en un estrecho sendero, poco cuidado y lleno de maleza, que apartaba con el bordón, hasta desembocar en una senda de tierra desde la cual ya se adivinaba la Villa, que a su vez me dejó al pie de la carretera. Un gran letrero anunciaba que había llegado a Masilla de las Mulas. La recibí con una alegría llena de dolor. ¡Estaba a las afueras del pueblo y aún había que llegar al centro! -Ánimo, un último sprint. Ahora confía en que en el albergue quede una litera libre donde poner a descansar tus maltrechos huesos, me dije.

Llegué al albergue donde me recibieron con hospitalidad y sí, había literas libres. A Dios gracias. Una vez instalada, tomé una ducha caliente que me sentó divinamente agotada como estaba, que digo agotada es poco, ¡desfallecida! Qué deciros de la humilde litera que me tocó en suerte, me pareció un lecho real. ¡Y que bien que dormí aquella noche!

Y es que una decisión puede resultar tremendamente pesada de llevar y al final de la experiencia nada de lo vivido cae en saco roto para terminar convirtiéndose en un aprendizaje, en una oportunidad de conocerse mejor una misma.

¡Buen camino!

Por………………….Fer Tamudo Escudero