Una historia divina 4 -Basta, basta, -gritó Dios aunque satisfecho con tanto orgullo expresado por Nacido- si sigues así me echarás la barraca abajo. Todo cuanto dices es rigurosamente cierto, pero no hace falta que te extiendas tanto. Cuando creé el mundo procuré repartirlo todo, pero alguna tarde, agotado con tanta creación, se me fue la mano en la concentración del bien o del mal. En Anciles me pasé en lo bueno, prueba de ello es que todos acaban aquí. Si ahora se airea este desequilibrio, la puñetera envidia generará un conflicto tierra-cielo de dios te ampare ( y te lo digo yo que, como autor, soy el menos indicado). Por lo tanto calla ya con lo de su gente y pasa a otro tema, que hoy no tengo el cuerpo para líos; pero te confieso que estoy sorprendido, ¿cómo sabes tanto de su gente? -En el foro está todo escrito –respondió Nacido un tanto desconcertado de sorprender al mismísimo Dios- En otro momento te hablaré de lo que cualquier humano como yo puede descubrir y aprender en él. Perversa, que levantada y con el brazo en alto se disponía a quejarse del desequilibrio descubierto, apenas satisfecha por la justificación, volvió a tomar asiento y dijo entre dientes a Cibeles: -Siempre he oído decir que todos somos iguales, pero está visto compañero que hasta Dios tiene mucho que callar en eso de las igualdades. Lo escuchado referido a que los ancileños los ha hecho buenos a todos... ¡no me parece nada justo! Y esto demuestra que en todas partes cuecen habas. -Cocidos tengo yo los huevos, con perdón –le respondió Cibeles con voz imperceptible- y mi desgracia es no haber nacido en Anciles, porque cuanto más lo conozco más lo deseo. -O se callan ustedes o mando desalojar la sala –gritó Dios con personalidad de juez reivindicativo- de momento sólo Nacido debe hablar aquí. Los demás respondan exclusivamente a lo que se les pregunte y cuando se les pregunte. Usted, Cibeles, ¡siéntese sin cruzar las piernas que esa no es postura de estar frente a un juez!. -Ay amor mío, -pensó Cibeles muy para sus adentros- si tu supieras en que posturas me pongo cuando estoy frente a otros jueces... Pensado esto y antes de que Cibeles tuviese tiempo de adecentar posturas, sólo por un cortísimo instante, se oyó algo parecido al estruendo de un enorme trueno sin que nadie atinase de donde salía, pero que a todos les recordó al aviso que en la plaza de toros, el Presidente de la corrida hace llegar al torero antes de que se vea sepultado bajo una nube de almohadillas. Sólo Cibeles estaba seguro del motivo y se prometió cuidar hasta sus pensamientos mientras estuviese allí. La tarde iba cayendo tontamente. Golondrinas blancas chirriaban enloquecidas atrapando en pleno vuelo mosquitos con sabor a miel. Ángeles niños jugaban al escondite saltando de nube en nube. Un serafín adulto invitaba a merendar empanada de sonrisas a una ángela coqueta ya entrada en años, mientras los altavoces de ambiente dejaban en el aire suaves acordes de música de liras. Una pareja de arcángeles fontaneros taponaba una importante fuga de felicidad de la traída general, mientras, algunos santos tejían coronas de laurel para las próximas fiestas de carnaval. Muy cerca, una cuadrilla de almas jóvenes se engominaba la cabellera recién teñida antes de salir de marcha... A Dios el cinturón cada día le quedaba más pequeño y le iba apretando más y más a medida que aumentaba la satisfacción que sentía al contemplar tanto orden establecido y disfrutado. Como la penumbra iba ganando terreno, lo inmediato era encender las luces del Paraíso por lo que el ángel luciérnaga corrió pasillo adelante en busca del interruptor. Pronto volvería a hacerse la luz. (Continuará...)
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