ANECDOTA DEL CAMINO En su libro "LOS PEREGRINOS DEL CAMINO DE SANTIAGO" cuenta Juan G. Atienza la siguiente anécdota: "Una tarde estábamos sentados en los bancos de la iglesia (Santiago de Villafranca del Bierzo) el guarda del monumento y yo, cuando entró un peregrino extranjero que se quedó un instante en el quicio de la puerta. El guarda, Jesús, me adelantó en voz baja lo que sabía que iba a hacer el recién llegado: entraría, buscaría a su alrededor como tratando de encontrar algo y se dirigiría a un punto que me fue señalado, con precisión, donde se hicaría de rodillas y se pondría a orar. Lleno de asombro, vi que el peregrino, hacía exactamente lo que Jesús me había indicado. Cuando salío, me desveló que aquel punto era, según había tenido ocasión de comprobar gracias al péndulo de radiestesia, el que concentraba en grado máximo las energías que contenía todo el templo en distintos grados de intensidad. Jesús había visto repetido el fenómeno día tras día: los peregrinos que llegaban a piea iban, indefectiblemente, a aquel lugar y repetían con exactitud el mismo rito que había realizado el que acababa de salir. Solo entonces nos dimos cuenta de una particularidad. O, al menos, me di cuenta yo: frente al lugar de oración señalado había una columna, cuyo capitel, a seis o siete metros de altura y probablemente lejos de la mirada de la mayor parte de los peregrinos, representaba un auténtico amasijo de serpientes labradas en la piedra. En el mundo religioso celta, la serpiente era la representación simbólica de las energías telúricas, las llamadas wiwres, y se decían de ellas que reptaban bajo la tierra llevando su energía por caminos invisibles y subterráneos que solo ellas conocían |