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Villaescusa de Haro - Cuenca

Poblacion:
España > Cuenca > Villaescusa de Haro
24-01-08 19:23 #655719
Por:Luz gonzalez

La buena gente de Villaescusa
Alfredo

Tarde de verano de un día de fiesta. Los hombres juegan a las cartas en el Casino.
Después de comer, todavía con el bocado en la boca, vienen a tomar el café mientras las mujeres recogen la mesa. Tienen partida de mus y no está bien hacer esperar.
Los cristales de los balcones están abiertos para que pase el aire. El murmullo de las conversaciones se oye desde la plaza.
Entre partida y partida alguno se levanta y se asoma afuera. A pesar de las ventanas abiertas, el interior está lleno de humo. Se agradece una bocanada de aire fresco.
Los hijos de la hermana Adela, propietaria del Casino desde que murió su marido, sirven las mesas. Un café, que vale una peseta, y algunas rondas de coñac o de anís. Y el vaso de agua, con o sin el azucarillo. Así, cada uno lo deja a su gusto. Hay quienes lo quieren menos cargado y más dulce, otros, los que gustan de tomarlo más negro, beben del vaso después.
Unas mesas piden manta y baraja , otras un tablero de ajedrez o las fichas del dominó.
Para echar la brisca hacen falta al menos cuatro. Si no hay partida, es decir, si alguna mesa se queda impar con menos de cuatro personas, entonces juegan al dominó. Los que lo hacen al ajedrez son muy pocos.
Se oye la música de la banda de música que se está organizando para ir a la procesión del Cristo. Los músicos también han ido a tomar café al Casino. En fiestas lo hacen hasta algunas mujeres. Pero éstas no juegan a las cartas ni se sientan en las mesas. Se quedan de pie en el mostrador, se toman un refresco de zarzaparrilla, charlan un poquito y se van.
En cierto momento, cuando ya se acerca la hora de la procesión, se escuchan risas y un jaleo que no es el habitual en la plaza. Alfredo, uno de los del bar se asoma al balcón. Lo que ha visto le ha cambiado el semblante, de por sí tranquilo. Se encamina a la salida, rojo de indignación y baja las escaleras de tres en tres.
Abajo, un hombre cruza la calle con una caterva de chiquillos detrás de él. Lleva un cartel colgado del cuello en el que han escrito: “He robado uvas. Soy un ladrón”. La gente se ríe como y vocifera como si aquello fuera un espectáculo de circo. Hay quién viene detrás de él, gente respetable del pueblo, haciéndole burla. Entre la chiquillería están los hijos del hombre al que acusan de ladrón.
Las voces de Alfredo pidiéndole al hombre que se quitara aquel cartel ha levantado la curiosidad de los demás clientes del casino que se levantan y se asoman a los balcones a ver lo que ocurre.
El hombre, mira hacia arriba acobardado. No sabe a quien tiene que obedecer: si al alcalde que le ha ordenado ir con ese cartel por la calle y luego a la procesión, o a Alfredo que le dice que se lo quite.
Se queda quieto en medio de la plaza, llorando como un muchacho.
En cosa de unos momentos se ha parado el juego, los hombres se han levantado de las mesas y se agolpan en los balcones a mirar qué pasa en la calle. Alfredo, mudo de indignación, le ha quitado el cartel al hombre y lo ha hecho trizas. Se guarda los trozos y muy serio ahuyenta a los chicos: “Vais a reíros de vuestro padre”, les grita. Y al hombre, en voz baja le pide:
-Ahora te vas a tu casa y no salgas hasta que no recuperes la compostura. Vete. Delante de mí, nadie se ríe de un hombre honrado.
A los que miran desde el balcón les muestra el cartel roto que sostiene en la mano:
-Y vosotros, le decís al que se lo haya puesto, que venga y me lo ponga a mí, a ver si se atreve.
Se hizo un silencio y Alfredo subió al casino cómo un héroe indignado. Nadie se atrevía a levantar la voz. Algunos volvieron a las mesas de juego y otros se marcharon para la iglesia antes de que empezara la procesión.
Dicen que el alcalde que iba delante junto al cura presidiendo la comitiva de las autoridades delante de la imagen, miraba hacia atrás como si buscara a alguien entre la gente. Uno de su camarilla se acercó a él y le dijo algo a la oreja. Le cambió la color. Se puso amarillo de la rabia. Luego se le fue pasando y recuperó su color normal. Desde ese momento dejó de mirar para atrás y s concentró en marcar el paso.
Al poco tiempo los jóvenes del pueblo reunidos en el casino discutían qué obra podían elegir para hacer teatro. Era costumbre hacer una o dos obras al año. Alfredo se acercó al grupo y les sugirió un entremés de Cervantes, el titulado “La elección de los alcaldes en Daganzo”, ése en que después de valorar las habilidades de cada candidato, eligen como alcalde al que mejor hubiera rebuznado. ¡Ni se dieron por aludidos siquiera!
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