Garcilaso de la vega El temor enajena al otro bando; el sentido, volando de uno en uno, entrábase importuno por la puerta de la opinión incierta, y siendo dentro, en el íntimo centro allá del pecho les dejaba deshecho un hielo frío, el cual, como un gran río en flujos gruesos, por medulas y huesos discurría. Todo el campo se vía conturbado y con arrebatado movimiento; sólo del salvamento platicaban. Luego se levantaban con desorden; confusos y sin orden caminando, atrás iban dejando con recelo, tendida por el suelo, su riqueza. Las tiendas do pereza y do fornicio, con todo bruto vicio obrar solían, sin ellas se partían; así armadas, eran desamparadas de sus dueños. A grandes y pequeños juntamente era el temor presente por testigo, y el áspero enemigo a las espaldas, que les iba las faldas ya mordiendo. César estar teniendo allí se vía a Fernando, que ardía sin tardanza por colorar su lanza en turca sangre. Con animosa hambre y con denuedo forceja con quien quedo estar le manda. Como lebrel de Irlanda generoso que el jabalí cerdoso y fiero mira, rebátese, sospira, fuerza y riñe, y apenas le costriñe el atadura, que el dueño con cordura más aprieta; así estaba perfeta y bien labrada la imagen figurada de Fernando, de quien allí mirándolo estuviera, que era desta manera bien juzgara. |