Un bosque de sueño Os pongo este relato que hice hace tiempo. Es un poco más largo de los que pongo habitualmente. Si tenéis paciencia para leerlo os lo agradezco. Lo tengo publicado en pdf en la red. Pero había algunos problemas para descargárselo y lo pongo directamente. LA PROCESIÓN DE ÁRBOLES El otoño llegaba, era casi inevitable. Alfredo no quería que se acabase el verano. Sus vacaciones habían sido increíbles. No le hacía ninguna gracia volver al trabajo, a esa rutina, que más que rutina era tedio. Le esperaban unos nueve meses que se le harían eternos. Antes de volver al Bosque de Las Crisálidas. Alguien en la escuela donde trabajaba como maestro le dijo que allí, a unos cuarenta kilómetros, había unos refugios rurales que estaban muy bien, y el panorama, si no era el paraíso, era una gozada, algo más que naturaleza. Páramos, bosques, valles y ríos. Fauna abundante y hasta cierto punto hasta exótica. Allí se salvaban varias especies de su temida extinción. Ese pueblo era su primer destino, después de cinco años con las oposiciones, al fin, aprobó. Por los pelos, pero aprobó y premio a su escaso bagaje de notas, lo “desterraron” a más de trescientos kilómetros de su ciudad de origen. El no se amilanó, era joven y hasta cierto punto aventurero. Y el lugar en un principio extraño y demasiado rústico, empezaba a gustarle. Los niños a los que daba clase, y en general todos los habitantes del pueblo, eran una mezcla de gente sencilla y sorprendente. Se dio perfecta cuenta cuando a los chicos de diez años les encargó un ejercicio de redacción. Su facilidad para relatar fábulas con animales, su fantasía casi natural, inventaban sobre historias aparentemente intranscendentes y todo ello llegaba a ser hasta misterioso. Un día, al salir de clase, le abordó un anciano, que luego supo que era abuelo de uno de sus alumnos. Le dijo que por su nieto, sabía que era un buen profesor, pero que en el pueblo le veían un tanto entristecido. Sí, se había acostumbrado al pueblo pero en su interior, había esperado algún destino mejor, parecía quedársele pequeña esta villa entrañable a la par que curiosa. Este hombre le dijo algo que le pareció muy, muy raro. Cuando termine el curso, le decía el anciano, vaya unos días a la zona de los valles. Usted necesita ver nuestro entorno, y al buscar en su interior, quizá pueda visitar “El Bosque de las Crisálidas”. Él alucinaba un poco con este señor, ¿Un bosque que tengo que ver en mi interior? El viejo adivinó su extrañeza, y añadió: Ese lugar está en el interior de los valles, bueno en realidad no existe, hay que sentirlo para estar en él. Allí todo lo que buscas, lo encuentras, no materialmente pero cuando vuelves todo es mejor. Y solo puedes volver si eres fiel a sus enseñanzas. No le pareció que dicho sujeto estuviera loco. Pero aunque todo esto no le invitaba a creer ni una palabra. Sintió curiosidad por ese lugar que ¿No existía? Y había que buscarlo, pero bueno, y era un bosque, tendría árboles por lo menos, y crisálidas, debería haber, o al menos habrían estado allí alguna vez. Se le olvidó la conversación y avanzaba el curso. Faltaban dos semanas, una para dar las notas, otra para las recuperaciones y cerrar el curso académico. Entonces unos compañeros le hablaron de la zona de los valles. Como se ha dicho al principio era un lugar idílico, con buena infraestructura turística y calmaba hasta a un mono enfurecido. Era quizás el bálsamo que necesitaba, darse un hartazón a naturaleza y olvidarse de todo un par de semanas. Viajó durante tres cuartos de hora en su coche. Porque de infraestructura turística habría mucha. Pero sobre lo que se desplazaba su automóvil, distaba mucho de entrar en el concepto de carretera, y en algunos tramos, aún de camino. La casa rural le decepcionó por fuera. Parecía una alquería mal encalada. Pero cuando vio su interior se dio cuenta de su error. El tema de la cal era una granizada que atacó la fachada unos días antes. Tenía todas las comodidades de un hotel bueno y los anfitriones eran muy campechanos y amables. Dejó sus cosas en la habitación. Y fue a dar su primer paseo. Bajó de la colina donde se asentaba su hospedaje. Y la impresión era favorable. Había tres sendas, a cuál más atractiva. La primera a la izquierda le llevaba a la montaña, la central al valle y la tercera a una llanura elevada, una pequeña meseta frondosa llena de hierba y vida. De pronto se acordó de la conversación de aquel abuelo. Y su curiosidad le incitó al volver a preguntar a sus anfitriones por ese enigmático lugar. El hombre de la casa le dijo que si que ese lugar estaba, no que existía, sino que se llegaba pero que no se iba. También le dijo que si iba en su busca no llevara ni comida ni pensara en cobijo, no lo necesitaría, también que podía estar un día, una semana o un mes. Pero que eso no lo decidía él sino el bosque. Que hay quien dice que después de crear el mundo, Dios dejó ese sitio de recuerdo de su paso por aquí. Que si quería verlo tenía que andar sin rumbo, y perderse, no mirar atrás. Y seguir una senda que aparecería cuando todo, el horizonte, el cielo y el suelo se cerrara y diera paso a una realidad irreal, un mundo que no era mundo. Sino el reflejo de que alguien o algo remediara la propia necesidad. Esa senda enseguida se vería flanqueada por unos árboles, que aunque de apariencia desordenada indicarían el camino, como en una procesión y vería luego, no solo a las crisálidas, que decían que eran ángeles, sino seres mezcla de material e inmaterial, y animales que le hablarían. Alfredo se sintió incluso temeroso de llegar algún día a ese lugar. Le daba la sensación, incluso, de que le estaban describiendo algo que precedía al fatal destino. Siguió con sus paseos, hablaba con las gentes, pero evitaba referirse al bosque, pues no le agradaba mucho entrar en algo tan esotérico. Esa noche soñó con un personaje que le invitaba a subir en su taxi. Estaba en su misma ciudad. Pero recorría calles desconocidas y veía gentes que esquivaban su presencia cuando bajaba del coche. Volvía a subir y pasaba delante de su casa allí, y la veía extraña como si ya no quisiera vivir en ella. Y daba la orden al taxista para que se alejara lo más posible. Que fuera a lo desconocido, que explorara esa ciudad de la que apenas conocía bien algunos barrios. Se despertó, cuando el personaje le dijo: -Puedo llevarte donde quieras, pero al Bosque de las Crisálidas, sólo puedes ir tú. Estaba empapado de sudor, y fue a buscar un poco de agua. Temía que la obsesión negativa o positiva de ese bosque le trastornara. Quizás sea una invención, una historia ancestral, nadie lo habrá visto, ni visitado, será una fabulación inmemorial. Un día decidió alargar más su paseo, y volver al atardecer, casi con la oscuridad. Algo le impulsó a adentrarse más y más en la montaña, subía, bajaba y casi inconscientemente buscaba sendas curvas, parajes casi inaccesibles y de difícil rastreo, entraba en brumas, salía y se dio perfecta cuenta de que era muy tarde y que no podría volver. Entonces dijo, es inevitable, hoy tengo que conocer ese lugar, cuando pensaba eso, se resbaló y cayó, pero no rodando, sino en caída libre, aterrizó en el suelo, pero sin violencia. El horizonte no estaba, arriba no había cielo, ni azul ni estrellas. Y se dio cuenta de que el suelo no era suelo, sino una senda etérea que le indicaba sin indicarle, que subiera una pequeña cuesta. Los árboles empezaron a surgir. Estaban como le contaron, plantados anárquicamente, pero él sabía perfectamente donde debía ir. Le abrigaban y protegían, pues después de los primeros, eran enormes. Se percató de que algo luminoso, que no era el Sol lucía arriba, pues hacía un rato atardecía. Vio las primeras crisálidas, eran también grandes, las siguieron miles de luciérnagas normales. Y sintió un paz enfermiza, se sentía a gusto, pero como si no fuera este un lugar donde debiera haber osado profanar. Aparecieron dos linces, y se dijo, Dios Santo, estoy perdido. Me van a devorar, cual fue su sorpresa cuando se arrimaron a él ronroneando como dos gatitos. Y su miedo volvió a aparecer cuando le hablaron. -Tienes que confiar en tu verdad, sin embargo, tienes que renunciar a tu realidad. No entendía que querían decirle, pero que importaba, pues desde que entró en ese lugar nada era lógico, pero era extrañamente agradable, casi narcotizante. Avanzó unos pasos lateralmente y se le apareció un ser que no era animal, ni humano, ni siquiera mezcla de ambos, o sea mitológico. - ¿Quién eres? Le dijo no sin miedo Alfredo. - Soy el Destino. Alfredo se sorprendió, no le dijo, soy “tu destino” sino el Destino. Se dio cuenta de que cuando este personaje, lo miraba de frente su rostro parecía femenino, y cuando lo observaba de lado, los rasgos eran masculinos. Continuó dicho sujeto: - Sí, el Destino, no el tuyo, ni el de aquel, ni el mío siquiera. Nadie puede determinar lo que sucederá luego. Yo puedo solo ayudarte a verlo, pero no es algo inamovible: - Tú puedes fraguar tu propio porvenir. Y sacó un espejo ovalado y le invitó a mirarlo. Alfredo no quería mirarlo, ¿y si el futuro era..? ¿Bueno? ¿Aceptable?...¿Terrible? Pero la curiosidad era más fuerte. Y miró, vio el sol en el horizonte y unas nubes blancas y un lago debajo. -¿Qué significa? -No lo sé tú eres tu interprete memoriza la imagen y estúdiala en tu intimidad, saca tus propias conclusiones. Pues vaya explicación, así da gusto ver el futuro, se dijo nuestro amigo. Entro en un claro, pero más que un claro era un pequeño lago, bueno un charco, más que un lago, un remanso de un río de montaña. De esa agua salió un pez, un lucio bastante grande, le miró y le dijo: - A que esperas, sube hacia la cascada, tienes que ver la sonrisa del abeto. Intentaría en lo sucesivo no sorprenderse de casi nada, los peces y otros animales hablaban, los abetos sonreían y la cascada no se bajaba, se remontaba. Se apoyó en una roca y se sintió atraído por el centro del remanso y ascendió por el interior de la cascada, sin mojarse, pero viendo a través del torrente el maravilloso espectáculo del bosque y sus seres. Llegó arriba y vio un abeto pequeño, con sus ramas inferiores ligeramente elevadas hacia el cielo o lo que hubiera encima de ese lugar. Daba la sensación de que sonreía. Cuando oyó una voz ya se dijo que nada le extrañaría de lo que viera. El árbol se dirigió a él. - Soy el Buen Humor, tu hace días que no me consultas. ¿Sabes? te diré que puedes tener el humor que quieras, pero tu vida se reirá de ti, si tu no estás alegre. Alfredo se pellizcó y se dijo, pero bueno que lugar es este, solo le faltaba encontrarse a una piedra que le preguntara la hora. Pero su curiosidad inverosímil, se vio compensada. Cuando abandonaba la vega del río. Allí un sauce llorón le atraía con sus ramas caídas. -Ya déjame adivinar, tú eres el Mal Humor, verdad. - Te crees muy listo, hombrecito, pero te equivocas, yo soy la Tristeza. Si, esa que te persigue. Debes frecuentarme menos, y lamentarte solo de no ser quien mereces ser. No de quien quieren otros que seas. Pero no te olvides de mí, llorar a veces es más tranquilizador que tu refugio del valle. -Bueno uno a cero, parece ser que ni lo que parece ser que es, lo es en este sitio, pero ¿Qué hace ese pájaro con esas piñas?. El pájaro como si adivinara lo que pensaba le dijo: No te detengas, el asunto es entre estos piñones y yo, si no los despedazo, no se esparcirán los que no me coma y no habrá continuidad para los árboles de este paraíso. Era la primera vez que oía la palabra paraíso. Y seguía, ya tenía ganas de salir de allí. Pero le habían dicho que eso no dependía de él, sino de que probablemente un cardo seco le abriera el paso al mundo real. En lugar de eso vio a diez crisálidas, que le decían sin hablar que mirara arriba. Allí vio tres árboles igual de altos, pero de distinta especie, cosa rara en un bosque. Uno era, según la telepatía crisálica, el Pasado, era de hoja caduca, como es lógico, pero sus hojas estaban a punto de caer, aunque fuera verano. Tu vida va a cambiar, ha cambiado y esta cambiando. Mira a los demás, a tus semejantes, aprende no solo de este lugar de ninguna parte. Pasó a la derecha y vio un olivo, era tremendo, como nunca sospechó que pudiera ser alguno de esa especie. Tenía los frutos, abundantes, pero no estaban aún maduros. La cuarta crisálida le comentó, que este árbol era el Trabajo. Le indicó que no fuera impaciente, los frutos cuando están más compactos, es cuando no están maduros. Pero cuidado, deben seguir su curso y madurar. No seas impaciente y toma lecciones de todos, de tus alumnos, de sus familiares e incluso de quienes están por debajo de ti. Bueno se dijo Alfredo, me queda el tercero. La décima crisálida le impidió que se aventurara a adivinar. Ahí tienes la Amistad. Es el más importante de los tres, y de todos los que hay en el bosque. No es el más alto, ni el más espectacular, también puedes llamarlo el Amor, y todo lo que sea concordia y hermosura. Así, después de la explicación, le pareció hermoso dicho vegetal. Tenía hojas, verdes, pero algunas rojizas, frutos de color azul, y era el único donde se podían ver animales. Todo es aquí verdad, pero nada es lógico, te enseñamos, pero no tenemos ningún poder de obligarte a aprender. Ni a seguirnos, Tú eres Tú, y este bosque también es parte de ti, puedes irte si quieres y puedes volver, si sabes encontrarnos. Tu vida es incierta, pero tu personalidad genera bondad, si eres honesto todo vendrá después. Decían a la vez las diez crisálidas, que a la vez que hablaban se convertían en Bellas mariposas, cada una de un color. Alfredo se recuperó en la cuneta del camino que conducía al albergue. Y se incorporó, cuando entró en la casa rural, el dueño le dijo: -Ha estado allí, ¿verdad? Hacía mes y medio que no le habían visto, pero tampoco lo buscaron, pues no le preguntéis por qué, todos lo presumían en el bosque. Y decidió irse a trabajar, le dolía volver a tedio diario, después de recibir esas lecciones de seres maravillosos y de algo que no era ajeno a él, pues ya formaba parte de su persona. No recordaba todo lo que había vivido en ese extraño mundo. Sin embargo cuando necesitaba algunas de las enseñanzas que recibió en el bosque, venían a su mente casi instantáneamente. Sentía, a la vez, necesidad y miedo de volver alguna vez. A veces le gustaría vivir entre árboles parlantes, entre hadas, crisálidas y animales fantásticos. Quedarse allí. En ese sitio no necesitaba dinero, ni poder y su salud era muy buena después de la experiencia. Cuando entró en la escuela por primera vez tras su incursión en “El Bosque de las Crisálidas” se sorprendió de nuevo. Los niños le parecían, por su forma de hablarle, personas mayores. Pero no se dio cuenta de que era al revés. Ahora los comprendía mejor, pues se adaptaba a su mentalidad infantil. No quiso alarmarse, pero tenía cierta intuición para adivinar cosas y también su suerte era mucho mayor. Cuando llegó el primer puente en el que podía irse a su ciudad, no lo hizo. Consiguió que, tras hablar con muchos ancianos del pueblo, que le indicaran quien conocía mejor el lugar fantástico. Cuando llegó a su casa esperaba encontrarse a un anciano, pero se sorprendió de nuevo. La persona que vivía allí tenía como treinta años, aunque aparentaba algunos menos. Y enseguida adivinó, con la cara de sorpresa de Alfredo, lo que pensaba éste. -Me buscabas ¿No? Y no esperabas a alguien de mi edad. -Bueno no, digo sí. ¿Por qué tan joven y experto en algo milenario? -Quizá menos experto que tú, yo ni siquiera he estado allí. Pero he recopilado experiencias de unas treinta personas que si han estado. A lo mejor puedes también enseñarme algo sobre ese rincón raro. El citado personaje se llamaba Cosme. Era un experto en psicología, profesión que ejercía en el pueblo. Y en sus muchos ratos libres, estudiosos de fenómenos extraños. Alfredo se dio cuenta de que el bosque no era el único fenómeno extraordinario del pueblo. No obstante el bosque si era el origen de los demás acontecimientos especiales. Le comentó Cosme que nadie había contado nunca la misma historia sobre el paraje. Únicamente coincidían en que en algún momento se hacían presentes las crisálidas, en número par, pero nunca igual. También le dijo que en el pueblo, desde hacía dos siglos no aumentaba la población. Nacían exactamente los mismos que morían. Y que nadie había abandonado ese lugar para buscar fortuna en la capital ni en ningún otro sitio. Los únicos que variaban el censo eran los maestros y demás gente que necesitaba el pueblo de fuera. Pero de los naturales no había nunca ni uno más de los que antes estaban. Cuando cambiaban las estaciones aparecían tres estrellas muy luminosas una al norte, otra al sueste y otra al suroeste como formando, al unirlas, un triangulo equilátero. Una cosa que le sorprendía del bosque a Cosme era que nunca aparecían personas. Sólo animales y plantas, y monstruos o seres mitológicos. Entonces Alfredo intuyó algo y se lo comunicó a Cosme. ¿Por qué no trataban de ir dos personas (ambos) al bosque? Las visitas siempre eran de uno en uno. Y eso podría ser sospechoso de que en realidad el bosque fuera una alucinación temporal. Cosme se entusiasmó. Pero se dieron cuenta de algo crucial. El bosque era quien decidía quien lo visitaba. Y aunque fueran los dos, podría decidir que solo uno entrara, o ninguno. Y el camino, ni siquiera se acordaba Alfredo de por donde se perdió. Pues apareció cerca de la casa rural. Lo intentarían en unos meses, cuando cambiara la estación de otoño a invierno. Y Alfredo volvió a sus clases y Cosme a sus consultas. El Solsticio se presentaba claro, aparecieron las tres estrellas. Fenómeno muy extraño, pues en ningún lugar del hemisferio norte pasaba nada parecido. Cosme decidió que se “perderían” en los valles en los que confluyen las coordenadas astrales de las tres estrellas. Es decir en el centro del triángulo. Efectivamente no era donde se perdió Alfredo, pero era una forma de intentar conjugar fenómenos externos con la aparición del bosque. Cuando el sol despuntaba empezaron el camino. No pasaba nada y se hartaron de andar. Volvieron a otra casa rural donde se alojaban. No consiguieron ningún resultado en ese fin de semana. Pero al siguiente era luna llena y pensaron que podría influir. En ese tiempo en el amanecer confluían la luna y el sol durante unos instantes brillando los dos. Y Cosme se fijó en que el sol y la luna daban luz a una montaña casi triangular que proyectaba su punta en una especie de meseta. Se dirigieron allí y subieron y al bajar pasó lo que esperaban. Esta vez en lugar de bajar en caída, se elevaron. Desapareció todo el paisaje y en lugar de encontrarse en la entrada del lugar entraron en un claro que daba la sensación de que era el centro del bosque. A Alfredo no le recordaba nada el espectáculo de ahora a su experiencia anterior. Cosme estaba aturdido. Un sinfín de colores y de extraños seres, y muchos animales, se colocaron como si estuvieran en una formación. Las crisálidas se hicieron presentes, esta vez en número de doce. Entonces Alfredo y Cosme intuyeron a la vez que no era casual que estuvieran en el claro y con todos los seres del bosque ordenados y expectantes. Eso era como un tribunal. ¿Qué queréis? Preguntaron todas las crisálidas al Cosme. Y él replicó, para que lo preguntáis, seguro que lo sabéis. Alfredo se asustó de esa osadía, podría costarles cara. –Efectivamente, lo sabemos, queréis saber más de lo que queremos que se sepa. No os dais cuenta de que esto no es un paraje abierto sino escogido. De que la felicidad es algo cierto pero difícil de encontrar. Os hemos escogido, bueno escogimos al profesor, para que fuera feliz. Sabéis lo que harán si encuentran la “puerta” los humanos poderosos? No querréis que desaparezca esto ¿No? Todos los que han entrado nos han respetado. Tú estudias la mente humana y sabes como funciona. Esto es algo para aliviar y premiar a personas. Somos la solución no un problema. Cosme quiso hablar, y calló al ver como una de las crisálidas bajaba de su refugio y se plantaba delante de él. No pudo soportar su mirada, era como ver cara a cara al sol. A pesar de que no brillaba, se giró y agachó el torso. Alfredo estaba paralizado, quizás los fulminarían en el acto. Entonces Cosme se incorporó, y dijo, lo comprendo así se hará. Había recibido unas instrucciones de la Crisálida telepáticamente. Entonces Alfredo, que no oyó nada de lo que dijo Cosme temió que los estaban desintegrando. Pues todo se volvió blanco y centelleaba a su alrededor. Ambos aparecieron a unos siete kilómetros de donde habían accedido al bosque. Entonces Alfredo respiró hondo. Y ni siquiera le pediría explicaciones a Cosme, se contentaba con estar íntegro. Sin embargo este se las dio. Cosme debía irse del pueblo, y no comentar con nadie que habían encontrado la puerta permanente al bosque. Alfredo podía volver a visitar el paraje, pero no comunicarlo a nadie. Era no obstante extraño le indicó la crisálida a Cosme que escribiera sobre todo lo que vio, y le habían contado. Y que depositara sus manuscritos en cierto árbol del valle. Así lo hizo unos años después y cuando se dio la vuelta los libros desparecieron. Alfredo no quería volver a visitar el bosque. Un día mientras paseaba por las afueras del pueblo se sintió perdido. Y tropezando en vez de chocar con una roca, la atravesó y entró en el bosque. Pasó allí varios días. Su temor despareció. Durante años volvía allí y conseguía más felicidad y mejores aptitudes. Cosme siguió en contacto con Alfredo, pero no visitó más los parajes. Y, cuando escribió todo lo que sabía sobre el bosque, desapareció, como por encanto de su mente. Las crisálidas no están, vienen pero no las traes, te miman y te advierten. Brillan en el cielo, como las tres estrellas. Te ven, pero puedes cegarte con ellas. Son especiales y necesitan un bosque para su residencia. Nunca te exigirán, aunque tienen mucho poder. No las descubras, pues romperás su fina protección y no se convertirán en mariposas. Sigue tus caminos, pero busca intersecciones, atajos y recovecos. Vive, pero sueña, ama pero también comprende. Y busca el bosque, las crisálidas y sus encantos. Hay una puerta pero está en tu mente. |