07-12-09 20:05 | #4066444 |
Por:No Registrado | |
RECORDANDO AVENTURAS 14 de agosto de 1964. Le dio nombre a la Huerta de los Sillones, unos sillones que se construyeron de piedra a la entrada de la misma. Situados alrededor de una mesa, también de piedra, y rodeados de arriates llenos de geranios y rosales y todo ello, a su vez, cercado de una atractiva valla de columnas, hacía pensar que aquella propiedad debió pertenecer a una de las, antaño, familias adineradas de Zarza. Su deterioro actual es fruto de la dejadez de sus dueños, del paso del tiempo y, cómo no, de la mano de algún que otro desaprensivo. La sombra de los álamos que rodeaban el lugar, lo convertían en ideal para pasar el rato y, entre los más variados juegos, planificar como pasar aquellos días del caluroso verano del 64. Era mi turno de vigilancia. Mientras estuviéramos allí no podíamos dejarnos sorprender por el arrendatario de la huerta, pues éste, en multitud de ocasiones había demostrado su mal genio con insultos e improperios que dirigía sin ningún reparo a quienes osaban abrir la verja de entrada y usar “los sillones” como lugar de juego. Lo cierto era que para evitar esto nosotros preferíamos la zona de los canchales del Pilar, pero en aquella ocasión habíamos llegado tarde y las pandillas de San Juan y la Plaza se nos había adelantado. Con el mayor de los secretos decidimos que al día siguiente, día de Nuestra Señora, iríamos a bañarnos a La Pesquera que está en la Rivera, por debajo del Castillo de Peñafiel. No estaba yo muy convencido cuando juramos, juntando las manos como los mosqueteros pero sin espadas, que nadie se enteraría de nuestros planes. Mientras, acudían a mi cabeza las coletillas que me soltaban en casa: “En los días señalados es cuando pasa todo lo malo” o “Mira lo que le pasó a fulanito tal como hoy”, y otras que, a fuerza de oírlas, te frenaban un poco antes de acometer cualquier aventura. 15 de agosto de 1964. Continuará. | |
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10-12-09 15:54 | #4104461 -> 4066444 |
Por:No Registrado | |
RE: RECORDANDO AVENTURAS 15 de agosto de 1964 Una cosa me quedó clara aquella mañana del quince de agosto, jamás volvería a tomar parte en ninguna aventura con mis amigos. Al regresar, posiblemente por culpa de unas ciruelas que habíamos comido, tuve que hacer una parada obligatoria. Te esperamos en el castillo, me dijeron, pero cuando llegué a él habían desaparecido. Sentí un poco de miedo, pero rápidamente volví al camino y aceleré mi regreso. Era casi mediodía. El sol resbalaba por las cuestas de los cerros y sus rayos de fuego se concentraban en el camino que, como una culebra, discurría paralelo a las curvas que el regato seco había trazado en la tierra para abrirse paso hasta la rivera. A ambos lados de la vereda, haciéndola invisible en muchos de sus tramos, una maraña de escobas y taramas que me ganaban en altura, se iban quedando a retazos con mis calzonas y mi camiseta. A los arañazos de mis brazos se unía el picoteo al que me iban sometiendo los resecos cardos y puntiagudos abrojos. En poco tiempo, el color de mis piernas había empezado a coger el color rojo. El calor era abrasador. Tanto que la cabeza empezó a dolerme. Las cigarras no paraban. Sus estridentes chirridos me hacían daño en los oídos. Entonces empecé a darme cuenta de que estaba nervioso y por primera vez sentí miedo. No podía tragar, me faltaba saliva. Cogí una paja y me la metí en la boca. Había escuchado que esto era un buen remedio para situaciones así. No funcionó. ¡Madre mía! ¿Cuándo llegaré a la Cruz de Salvatierra? Pensaba en sentarme a descansar debajo de la encina que había crecido sobre la pared. Pero ni tan siquiera podía ver aún la Fuente de la Escoba. La Fuente de la Escoba. Era otro trago que tenía que atravesar. Había oído muchas veces la leyenda que sobre ella se contaba. Es una robusta fuente romana, en la que mana un agua clara, aunque muy sosa, que cubierta de zarzas se asoma al camino con su gran ojo negro observando a cuantos osan deambular por aquellos parajes. Se dice que una bella doncella mora que vivía en la fuente, atraía con sus encantos y cantos a los viandantes y cuando estos, embelesados, disfrutaban de sus melodiosas canciones, los mataba sin piedad con unas grandes tijeras. Al cabo de un rato, avisté sir remedio la fuente. Era el momento de echar a correr hasta rebasarla, correría hasta la calleja, pero sin mirarla, pues también se decía que se corría más peligro si al pasar junto a ella se cruzaba la mirada con la de la mora encantada. Llegando a la calleja, el camino estaba hecho, la cuesta de los almendros, la viña, la Cruz de Salvatierra, la calleja de los membrillos, el Galaperal y, por fin, el pueblo. Decidido, iba a iniciar la carrera, cuando, ¿Qué pasa? De pronto, delante de mí, como a cincuenta o sesenta pasos, se empezó a formar un remolino. Pero.., ¡si no hace ni gota de aire! ¿y éste olor?. Me recordaba el olor que desprendía el carburo cuando se mojaba. No entendía nada de lo que estaba pasando. Mi dolor de cabeza iba en aumento. Notaba como mi corazón empezaba a latir de forma desenfrenada. Cerré los ojos para evitar que el polvo levantado por el remolino me cegara y tuve conciencia de que iba a perder el conocimiento. Las piernas se me aflojaron y empecé a caer. Esperaba el contacto con el suelo, adelanté las manos para amortiguar el golpe, pero no caí. Flotaba. Estaba flotando en el aire. Tenía mucho, mucho miedo. Una fuerza extraña me hizo ascender unos metros por encima de los matorrales y, de pronto, en un instante, el escenario era otro. Ah! Me desplazo por una gran planicie amarilla. El aire azota la superficie levantando nubes de polvo amarillo. Veo gente extraña que me mira. Ya no siento dolor ni miedo. No dejan de mirarme. Tengo sueño. El camino que sigo desde el aire se ha vuelto rojo, de tierra roja, de tierra roja y polvorienta, largo, muy largo, veo una casa de adobes, otra, más, más, casas sin techo, casas derruidas y, clavado en el suelo, un gran cartel con signos raros que no comprendo y, debajo de estos signos, unas letras que puedo leer: Ma’lula. 21 de abril de 2004 (Continuará) | |
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11-12-09 10:15 | #4127456 -> 4104461 |
Por:No Registrado | |
RE: RECORDANDO AVENTURAS Bien, bien... | |
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14-12-09 19:46 | #4164518 -> 4127456 |
Por:No Registrado | |
RE: RECORDANDO AVENTURAS ¡Hola aventurero! Estoy esperando que escribas más.¿Qué te pasó? ¿se te cortó la digestión? Me encanta leer estas cosas tan bonitas,bien escritas y lo que más me enorgullece, es que vengan de un paisano. Un saludo y felicidades. ![]() | |
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14-12-09 20:40 | #4165322 -> 4104461 |
Por:No Registrado | |
RE: RECORDANDO AVENTURAS 21 de abril de 2004 Hace ya algunos días que se ha estrenado la película La Pasión, de Mel Gibson. Creo que, teniendo en cuenta la expectación que hay en torno a ella, acabará siendo la película del año. He convencido a mi mujer e hijos para que me acompañen. Nunca me gustó ir al cine solo. Así es que, aunque un poco forzados, han claudicado y también la verán. Hemos llegado temprano, aún no ha finalizado la sesión anterior. Para hacer tiempo, hemos pedido unos cafés que estamos tomando en uno de esos veladores gigantes que ahora proliferan por bares y cafeterías para que los clientes dejen la barra libre. La sala de espera es una exposición de carteles anunciadores de las películas que se proyectaran en fechas próximas. Doy un rápido vistazo y puedo observar que frente a mí, aunque distante, está el de la película que veremos en unos momentos. Mis hijos charlan animadamente sobre el partido de futbol que verán en televisión después de la sesión de cine. Sé que ese es el tema de la conversación, pero no presto atención, tengo la mirada clavada en la cara del Nazareno dibujado en el cartel reclamo de la película. Solo cuando me llevo la taza a la boca y mis labios sienten el contacto del humeante café, salgo de mi estado ausente. Al mismo tiempo, un escalofrío recorre mi cuerpo desde la cabeza a los pies. He sentido una extraña sensación, algo me trasmite el cartel que no puedo explicar. Días antes de tomar la decisión de ir a ver la película, me informe de que Mel Gibson, director de la misma, había basado la historia de la misma en las visiones que tres mujeres, distantes ellas en el tiempo, habían tenido sobre diferentes episodios de la pasión de Cristo. La española María de Agreda, que las tuvo sobre la dislocación de los brazos de Cristo antes de ser clavado en la Cruz, allá por el año 1600, la monja alemana Ana Catalina Emmerich, que por los años 1800 las había tenido sobre la Pasión de Cristo y, por último, ya en el siglo XX, sobre las que tuvo la italiana María Valtorta sobre la resurrección del Nazareno. La sesión anterior ha finalizado y la gente empieza a salir de la sala cuatro. Me llama la atención el silencio con el que parsimoniosamente se va desalojando la sala y puedo, al mismo tiempo, observar como las caras de muchas de las personas que salen reflejan evidentes signos de haber llorado. Me extraña el hecho de encontrarme tan observador pues normalmente no soy así. Ya acomodados en nuestras butacas cargados con sendos cartuchos de palomitas, tras ofrecernos unos consejos publicitarios a media luz, la película da comienzo. Son suficientes las primeras imágenes para pensar que la película promete. La representación del Huerto de los Olivos que se nos presenta en pantalla, en un ambiente frio, envuelto en una tenue neblina iluminada por una luz de una luna gris azulada, me cautiva desde el primer momento. La música, interpretada magistralmente con instrumentos tradicionales indios y árabes, fluye como un lamento reproduciendo unos sonidos seductores y hermosos pero al mismo tiempo extraño. Las voces corales de fondo van dotando a las melodías de una fuerza inusitada. Todas están interpretadas en arameo y esto, aún, da más misterio a todo el conjunto que se está ofreciendo. El dramatismo se intuye. El drama va a dar comienzo. En mi butaca, con la mano de mi mujer entre las mías, voy leyendo los primeros subtítulos que traducen las palabras arameas de Cristo. No es preciso apresurarse en la lectura. Sin encontrar explicación alguna y en contra de mi voluntad, algo me hace cerrar los ojos. ¡Dios! ¡Algo extraño me sucede! Con los ojos cerrados, sin necesidad de leer los subtítulos que ahora traducen el dialogo que mantienen Cristo y el apóstol Pedro, entran en mi cabeza como si de castellano se tratara. ¿Cómo es esto posible? Jamás he tenido contacto con el arameo. Tal es mi temblor que mi mujer lo nota. ¿Qué te pasa? Nada, nada, le contesto. (Contiuará) 15 de agosto de 1964 | |
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16-12-09 20:20 | #4188589 -> 4165322 |
Por:No Registrado | |
RE: RECORDANDO AVENTURAS 15 de agosto de 1964 Abrí los ojos sin mover un solo músculo del resto de mi cuerpo. Me encontraba tendido en el suelo. No sabía que podía haberme sucedido. Vagamente recordaba que me dolía mucho la cabeza, que me había mareado, que había dado con mis huesos en el suelo, pero nada más. Hasta mi llegaba el murmullo de personas a las que no podía ver. Hablaban entre ellos y pude oír cómo se preguntaban entre ellos por la identidad de mis padres. Me incorporé hasta quedar sentado e inmediatamente se acercaron a mí. Son dos hombres y una mujer. Uno de los hombres y la mujer son matrimonio, los conozco, son pastores del pueblo que trabajan en una finca cerca de Piedras Albas. El otro era hijo de estos, pues cuando se dirigía al hombre mayor lo hacía llamándolo padre. ¿De quién eres tú? - me preguntó la mujer para confirmar lo que ya habían adivinado. ¿Qué haces por aquí? - ¿Con quién has venido? - ¿Y como has llegado hasta aquí? - No paraban de preguntarme. El hombre mayor me ayudó a ponerme en pie y me preguntó por mi edad. Aturdido, todavía, le contesté que tenía once años y que venía de bañarme de la rivera. Los tres se miraron. ¿Qué rivera? – dijo el hombre mayor. ¡Pues no está lejos la rivera! – dijo la mujer. ¡Pero criatura, si estamos al lado de Piedras Albas! –continuó. No te preocupes, hemos dado aviso a la Guardia Civil y ellos te llevaran a casa. No entendía nada, solo sabía que me había buscado un gran problema y que esto, sin remedio, traería consecuencias serias para mí. La silueta del Land-Rover se recortaba en el horizonte apareciendo y desapareciendo a medida que se acercaba por la ondulante carretera. Los guardias eran de Zarza la Mayor. El conductor del Land Rover, con gorra roja, era el padre de Tinin, un muchacho que iba conmigo a la escuela de Don Agustín. ¡Venga danzante! ¡Al coche! Fue el saludo que me hizo el otro guardia. ¿Te duele la herida? - me preguntó el padre de Tinin. Yo no tengo ninguna herida - le contesté. Entonces, lo que tienes en la nuca, ¿Qué es? Pasé mi mano por dónde decían y, efectivamente, palpé mi pelo reseco, sin lugar a dudas era sangre, había sangrado y aunque no sentía dolor alguno comencé a llorar. No podía más, era demasiado para mi corta edad. Necesitaba que alguien me explicara lo que me estaba sucediendo. Sobre todo, quería ver a mis padres, ellos me darían lo que más necesitaba en aquellos momentos, protección. El Pilar, la fábrica, la Cruz de los Caídos, San Juan, La Iglesia, la Plaza del Rollo, el Altozano, mis padres. Se me mezclaban dos sentimientos, el miedo y el ansia de abrazarlos. Allí estaban, en la puerta del cuartel, junto al Teniente. Mi madre llorando, mi padre con los brazos cruzados en posición de espera. Creí averiguar el significado de su postura, pero más tarde comprobé que me había equivocado. En la cruz del Altozano, dos de mis amigos, dos de los que me habían “abandonado” en el camino. Seguro que también esperaban un desenlace más violento para mí. Con la mirada les demandé una ayuda que sabía no podían darme. Reflexione y me dije: Que sea lo que Dios quiera. Pensándolo bien, no había hecho nada malo, por lo tanto no debería temer nada de nadie. Bueno, una buena reprimenda estaba más que justificada, sobre todo si aquellos dos se habían chivado. (Continuará) El año pasado, mayo de 2008. | |
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EXTREMADURA: RECORDANDO A GALAN Por: No Registrado | 23-02-09 12:03 No Registrado | 0 |
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