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Zarza la Mayor - Caceres

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16-05-09 14:18 #2270454
Por:Luciano Montero

LA AGITADA MUERTE DEL CANARIO DE DOÑA ESTHER (y 2)
III
Cuando llega la hora de comer, ni siquiera piensan en hacerlo. Llevan toda la mañana turnándose, vigilando la casa de doña Esther. Pero en ningún momento han estado seguros de que la anciana estuviera en la planta de arriba. No han visto alzarse las persianas, ni descorrer las cortinas ni abrir la cristalera de la terraza para ventilar la habitación. No; no han estado seguros de que la mujer estuviera arreglando el cuarto. No tan seguros como para arriesgarse a llevar a cabo el plan. ¡Y casi es la hora del paseo! Se recriminan uno al otro haberse distraído en la vigilancia. Como no pueden hacer otra cosa, deciden esperar y seguir observando.
A las tres y media de la tarde –la hora en que puntualmente sale a pasear la jubilada–, un taxi dobla la esquina de la calle y avanza lentamente hacia ellos. Al llegar delante de la casa de doña Esther, se detiene con un ligero quejido de los frenos. Como si fuera una señal, la anciana abre la puerta de su casa en el mismo momento, sale a la calle con un bolso colgado del brazo izquierdo, y se introduce, silenciosa y pesadamente, en el asiento trasero del coche, que mantiene el motor en marcha.
Enrique y Elvira, que vigilan agazapados como intrusos junto a la verja de la entrada de su casa, no han visto la mirada lánguida que la anciana le ha dedicado a la jaula vacía al pasar junto a ella.
Por precaución dejan transcurrir cinco minutos desde que el taxi arranca y se aleja, llevándose a doña Esther. Saben que sucede algo extraño, pero no pueden pararse a pensarlo. Entonces Enrique, tras cerciorarse de que nadie lo ve, abre la verja de la casa de la anciana –la mujer sólo cierra con llave esa puerta por las noches, antes de acostarse–; entra en el porche y coloca delicadamente al canario Pascual dentro de la jaula –¡situada en el rincón donde da el sol!–, y la cierra enganchando la diminuta aldaba de la portezuela de alambre, como si el pájaro pudiera escaparse. El animal queda patas arriba. Ha intentado varias veces colocarlo en otra postura, pero no lo ha conseguido. Sale apresuradamente, sintiéndose como el asesino que vuelve al lugar del crimen para intentar confundir las pruebas principales del delito.
IV
Durante los tres días siguientes, Enrique se va al trabajo más temprano que de costumbre. Elvira apenas sale a la calle. Cuando tiene que hacerlo, inspecciona primero los alrededores desde una ventana, sale deprisa y vuelve a entrar cuanto antes. Esos días no riega las orquídeas ni los ombligos de Venus. Suspenden los paseos de la tarde, y Enrique aprovecha el rato del café para hacer las compras imprescindibles del día en una multitienda cercana a la oficina.
Ambos saben, aunque se lo callan como para no desencadenar los acontecimientos, que algo raro sucede. Doña Esther no ha vuelto a llamar a su puerta, y ha dejado de salir a pasear.
La pareja lleva tres días padeciendo una picazón de epidemia que los mantiene inquietos, que no los deja parar. Al mirarse se ven culpables, y reconocen por dentro la mayor gravedad del silencio que la de la propia muerte de Pascual.
La mañana del cuarto día, viernes, Elvira no aguanta más. Durante la noche no ha dormido casi nada, y los escasos minutos que la ha rendido el duermevela ha soñado con un pájaro enorme, negro y amarillo, que le perforaba la piel de la espalda con garras finas como agujas. Su sangre ascendía por las patas cubiertas de escamas del animal igual que asciende el líquido aspirado por el tubo transparente de una jeringuilla. El pájaro se relamía el pico, y luego se lo clavaba a ella, una y otra vez, en la nuca, en la cabeza, haciéndole agujeros en el cuello y arrancándole mechones de pelo. Cuando la cara del pájaro se convertía en la cara del perdiguero de Burgos, se despertaba, sudando y sobresaltada. El mismo sueño llevaba tres noches desangrándola.
Por eso la mañana del viernes ya no puede aguantar más, y decide hacerse la encontradiza con doña Esther. A su marido no le dice lo que planea, porque no está segura de poder hacerlo cuando llegue la hora.
A media mañana doña Esther sale de su casa, arrastrando con paso cansino el carrito de la compra, de hule cuadriculado y ruedecillas con radios azules. A Elvira, que la espía escondida detrás de la persiana de la habitación de matrimonio, le parece que la mujer apenas tiene fuerzas para tirar del liviano carro, y que en cualquier momento se sentará en el bordillo de la acera para reponerse.
Calcula el tiempo a conciencia, haciendo mentalmente, frente al reloj de la cocina, el mismo recorrido que va haciendo doña Esther camino de la tienda. Cuando su imaginación entra, y se coloca en la cola de la charcutería, su cuerpo sale de casa y recorre a pie el mismo trayecto.
En el supermercado ve de lejos a doña Esther, varada frente a un estante metálico repleto de comida para pájaros, jaulas y complementos para adornarlas. Le parece que la mujer mira con nostalgia los artículos, sin atreverse a tocarlos.
Elvira se coloca contra ella, espalda con espalda, simulando buscar algo entre los sacos de papel coloreado de comida para perros. Tras unos minutos, doña Esther parece resignarse y reanuda la marcha hacia el despacho de pan, arrastrando los pies por el suelo pulido. Elvira reúne el valor necesario con un golpe de respiración, y se apresura a dar la vuelta por el pasillo siguiente para encarar a la anciana.
–¡Ay, doña Esther! ¡Cuántos días sin verla, mujer! –se oye decir, sin creérselo del todo–. Nos tiene usted preocupados.
La mujer deja bascular de golpe el carrito de la compra, como si soltara lastre para mantenerse en pie, y levanta unos ojos desconcertados hacia la cara de Elvira, que se teme lo peor y se prepara para recibir cualquier cosa, parapetándose detrás de su propia mirada, y arrepintiéndose con fuerza de haber provocado aquel encuentro.
–Elvira, hija –saluda la anciana–. Es que ando algo pachucha estos días, y casi no he salido de casa. ¿Y vosotros, cómo estáis?
La joven tiene que aguzar el oído para entender lo que dice aquella voz desangelada, que apenas lleva aire suficiente para salir de la garganta de la vieja, pero al escucharla, Elvira siente un alivio que le conquista el cuerpo. “¡No sabe nada!”, se dice; “¡no sabe nada!”.
–Bien. Nosotros estamos bien, gracias a Dios. Pero, ¿qué le pasa a usted? ¿Cómo no nos ha llamado, mujer?
–Ah; si no es nada. No te preocupes. Estoy bien. Es esta cabeza mía –sonríe la anciana, con una jovialidad antigua–, que debe estar empezando a chochear.
Elvira advierte que el valor que reunió para iniciar la conversación se le agota, como si lo estuviera perdiendo por alguna fuga.
–Eso es el tiempo; seguro. Que anda revuelto y nos pone la cabeza tarumba. Verá como no es nada, mujer. Lo que tiene usted que hacer es pasear y distraerse. No deje los paseos, que le vienen muy bien.
–Sí hija, sí. Tienes razón. A ver si pasan estos días...
Elvira sospecha que los males de la mujer están relacionados con la muerte de Pascual. Está tentada de preguntarle por él, amparada por la circunstancia inhabitual de que no lo lleva, pero en el último momento, dando un tragón que le atora la tráquea, consigue devolver al estómago la peligrosa pregunta que le ascendía por la garganta. En lugar de preguntar se despide alegando prisas. Cuando se aleja unos pasos, mira de reojo cómo la anciana vuelve a tirar del carrito de hule a cuadros, camino del pan.
V
–Esta noche vamos a ir a ver a doña Esther –le dice al marido, en cuanto entra en casa de vuelta del trabajo.
–¿A su casa? ¡Pero cómo se te ocurre! –se alarma Enrique.
–Sí; a su casa. La he visto esta mañana en el súper. Ya, ya sé que traías tú la compra. Pero he ido para hacerme la encontradiza. No aguantaba más esta situación.
Enrique se prepara para oír la sentencia. Y la condena. La sangre huye de su cara.
–No me ha dicho nada –lo tranquiliza su mujer–. Creo que no sabe nada. Pero no veas la cara que tiene: ha envejecido cien años. Dice que está enferma. Fíjate cómo estará, que ni siquiera me ha preguntado que para cuándo...
–Y si no lo sabe, ¿por qué tenemos que ir nosotros a levantar la liebre?
–Nosotros no vamos a levantar nada. Con la disculpa de preguntarle, nos acercamos un momento a su casa, y a ver qué nos cuenta. Me ha dado lástima, la pobre mujer.
A su pesar, Enrique reconoce que deben hacerlo. Además, la incertidumbre los tiene a ambos tan nerviosos, que sus relaciones están empezando a verse afectadas.
Al atardecer, reuniendo toda la decisión de que son capaces respirando hondo al unísono, llaman al timbre de doña Esther. El llamador emite el gorjeo de un pájaro. La jaula sigue en el porche, sucia de polvo y abandonada.
La mujer se sorprende al verlos. Los recibe despeinada, en bata y con zapatillas. Elvira le tiende una bandejita de pasteles especiales para diabéticos, envuelta en papel de regalo. Ya en el salón, Enrique se hunde en un sillón orejero, y deja la carga de la conversación a su mujer.
–Esta mañana, con las prisas, no le he preguntado a usted –empieza Elvira, tanteando–; y llevo todo el día preocupada. Así es que le he dicho a Enrique: vamos ahora mismo a ver cómo se encuentra doña Esther.
–Pero por qué os habéis molestado, hijos. Si ya te dije que no es nada. Cosas de la cabeza. Ya sabes: nos hacemos mayores, y un buen día empezamos a desvariar sin darnos cuenta.
–Pero mujer; si usted está siempre como un primor. ¿Qué es lo que le pasa? ¿Ha ido al médico?.
–Sí hija, sí. Fui anteayer. Yo no quería ir, porque de salud me encuentro bien. No me duele nada. Y la diabetes no me toca ahora. Pero llamé por teléfono a mi amiga Pilar, aquella compañera del colegio de la que os he hablado algunas veces, y me dijo que no lo dejara, que a nuestra edad esas cosas hay que mirarlas. Que fuera al médico a contárselo, que para esos casos hay especialistas que te ayudan.
–Nos está preocupando usted –dice Elvira, mirando de reojo a Enrique–. ¿Pero qué cosas son esas? –pregunta, alarmada.
Enrique se deja engullir mansamente por el sillón, abandonándose para ver si consigue desaparecer.
–Es que me da como cosa de contarlo, porque seguro que sólo son achaques de la edad. Pero bueno, como tenemos confianza, os lo diré. Resulta que hace cuatro días ya –recuenta afligida la anciana–, cuando fui a sacar a Pascual al porche, como todas las mañanas, lo encontré muerto en su jaula –los ojos se le humedecen de tristeza. Elvira y Enrique no saben dónde posar la mirada, como si ninguno de los objetos del salón quisiera aceptársela–. El pobre se debió morir durante la noche sin que yo me diera cuenta –continúa doña Esther, recuperándose un poco–. Claro, que ya era viejo. Lo saqué de la jaula, lo envolví en unas hojas de revista atrasada, y lo enterré en el jardincito del porche, donde tengo los geranios. Fui a decíroslo, pero no estabais en casa. Como una tonta me encerré y me pasé toda la mañana lloriqueando de acá para allá. Ya ves, hija: ¡le tenía tanto cariño!
–Bueno, mujer; pero no es para que se ponga usted así –la consuela Elvira, cada vez más desconcertada–. Si ya se sabe, a los animales se les coge el mismo cariño que a las personas. Y cuando faltan... pues una se disgusta; natural. Pero no se lo tome tan a pecho. Antes de nada está su salud.
–No hija, no. Si eso no es lo malo. El pobre se murió y ya está; o eso pensaba yo. Además, no debió sufrir, porque no formó ningún alboroto. Lo habría oído. Ya sabes que los mayores tenemos el sueño muy espabilado. Verás: esa misma tarde, después de comer, llamé un taxi para ir a una pajarería a comprar otro. Y cuando volví a casa... ¡resulta que mi Pascual estaba otra vez dentro de su jaula! ¡Muerto, pero dentro de la jaula! Del susto, el nuevo que había comprado se me escapó volando de las manos. Imagínate, ¡casi me da un soponcio allí mismo! Y eso es lo que me tiene la cabeza trastornada.
Enrique casi ha conseguido desaparecer tragado por el sillón orejero. Sin embargo, él se siente más visible y vulnerable que un panal en la entrada de una osera. Elvira, a quien le tiembla todo el cuerpo por dentro, vuelve a sentir en la nuca los picotazos de barrena del pajarraco del sueño, y nota la humedad viscosa de la sangre resbalándole por la espalda.
–Pero... ¿cómo va a ser eso? –dice–. A ver si es que usted, con el disgusto...
–No hija, no –la corta doña Esther–. Eso mismo fue lo primero que pensé yo: que imaginé haberlo enterrado, pero no lo hice. Entonces me asomé a los geranios. Y allí estaba el agujero, en la tierra, como vuelto a escarbar, y las hojas de la revista rotas alrededor. Así es que, desde hace dos días estoy visitando al médico; a un psiquiatra que conocía mi amiga Pilar, que dice que es muy bueno.

Luciano Montero Álvarez
Puntos:
16-05-09 21:15 #2272286 -> 2270454
Por:juanchele

RE: LA AGITADA MUERTE DEL CANARIO DE DOÑA ESTHER (y 2)
Excelente el relato Luciano, gracias por compartirlo con nosotros.
Puntos:
16-05-09 21:19 #2272304 -> 2272286
Por:No Registrado
RE: LA AGITADA MUERTE DEL CANARIO DE DOÑA ESTHER (y 2)
menudo rollo
Puntos:
16-05-09 22:05 #2272557 -> 2272304
Por:No Registrado
RE: LA AGITADA MUERTE DEL CANARIO DE DOÑA ESTHER (y 2)



tu si eres un rollo.inculto/a.
Puntos:
16-05-09 23:57 #2273085 -> 2270454
Por:No Registrado
RE: LA AGITADA MUERTE DEL CANARIO DE DOÑA ESTHER (y 2)
me cago en la leche vaya toston!
Puntos:
17-05-09 00:34 #2273239 -> 2273085
Por:No Registrado
RE: LA AGITADA MUERTE DEL CANARIO DE DOÑA ESTHER (y 2)





torpeeeeeeeeeeeeeeeee.
Puntos:
19-05-09 08:15 #2285920 -> 2273239
Por:No Registrado
RE: LA AGITADA MUERTE DEL CANARIO DE DOÑA ESTHER (y 2)
¡Por fin!
Por fin se puede leer algo en este foro que no sean insultos y descalificaciones. Claro es que no todos insultan y descalifican, afortunadamente. Saludos a los que usan el foro como entretenimiento y no como lanzadera de basura.
Luciano, no es justo que tengas guardadas estas cosinas. Las tienes que compartir con los demás. No seas egoista, escribe y compártelo.
¡Ah! Leidos, no tengo mas remedio, algunos comentarios, solo se me ocurre decir que la miel no está hecha para la boca del burro.
Un abrazo.RUFINO.
Puntos:
19-05-09 16:53 #2289561 -> 2285920
Por:No Registrado
RE: LA AGITADA MUERTE DEL CANARIO DE DOÑA ESTHER (y 2)
Genial... da gusto leer cosas así.

Un saludo

Beatriz BBG

Puntos:
19-05-09 19:37 #2291034 -> 2285920
Por:No Registrado
RE: LA AGITADA MUERTE DEL CANARIO DE DOÑA ESTHER (y 2)
pobres burros, ahora no tienen derecho ni a probar la miel,con lo que trabajaban estos animalitos.
Puntos:
19-05-09 19:39 #2291058 -> 2291034
Por:No Registrado
RE: LA AGITADA MUERTE DEL CANARIO DE DOÑA ESTHER (y 2)
si que la prueban tonto. Lo que ocurre es que no saben (o pueden) distinguir el sabor o calidad
Puntos:
19-05-09 20:53 #2291745 -> 2291058
Por:No Registrado
RE: LA AGITADA MUERTE DEL CANARIO DE DOÑA ESTHER (y 2)
si supierais quien se esconde detras del seudonimo rufino mas de uno se quedaria sorprendido de quien es y lo que dice aqui.
Puntos:
19-05-09 21:15 #2291934 -> 2291745
Por:No Registrado
RE: LA AGITADA MUERTE DEL CANARIO DE DOÑA ESTHER (y 2)
¿A ti que te pasa con Rufino?
¿En alguna ocasión te ha ofendido o insultado dentro o fuera del foro?
Si es que si y conoces su identidad, coje la guia de teléfono y actúa en consecuencia.
Si es que no, deja que se llame como le de la gana. Tú no te llamas de ninguna forma y a él no le importa.
RUFINO
Puntos:
19-05-09 23:17 #2293215 -> 2285920
Por:No Registrado
RE: LA AGITADA MUERTE DEL CANARIO DE DOÑA ESTHER (y 2)
rufino, tu das caña a los que insultan y descalifican. Y no te das cuenta que incurres en el mismo error. ( eso si, mas fino).
Puntos:
21-05-09 20:51 #2308612 -> 2293215
Por:No Registrado
RE: LA AGITADA MUERTE DEL CANARIO DE DOÑA ESTHER (y 2)
solo faltaria eso , la miel tambien esta hecha para los que tienen una carrera, como un medioque profesor.........de burros.........
Puntos:
21-02-10 12:29 #4710717 -> 2308612
Por:Jose Manuel Modenes

RE: LA AGITADA MUERTE DEL CANARIO DE DOÑA ESTHER (y 2)
Holaaaa...cuando más Luciano, estamos esperandoooo....
Puntos:
23-02-10 11:21 #4727347 -> 4710717
Por:zahin

RE: LA AGITADA MUERTE DEL CANARIO DE DOÑA ESTHER (y 2)
Es verdad, Luciano, deléitanos con algunas más de tus historias. Me encanta leer todo lo que escribes. Porfa!!! Alguna más...
Puntos:

Tema (Autor) Ultimo Mensaje Resp
LA AGITADA MUERTE DEL CANARIO DE DOÑA ESTHER (I) Por: Luciano Montero 16-05-09 14:15
Luciano Montero
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