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Villanueva de la Sierra - Caceres

Poblacion:
España > Caceres > Villanueva de la Sierra
17-09-11 16:00 #8753242
Por:izquierdo

La niña de la noche ( 2ª parte ).
Dice el saber y el dicho popular que el paso del tiempo lo borra todo, y debe ser cierto.

Con el paso de los días el desasosiego, la congoja y las largas noches de vigilia e insomnio cesaron de repente dando lugar a una tensa y prolongada calma.

La rutina del duro trabajo cotidiano y la tranquilidad volvió a adueñarse y reinar en tan maltratado y aciago hogar.

Una nueva primavera llegaba, lluviosa y fresca, acompañada con la feliz noticia y la alegría de un nuevo embarazo.

Los olivos en flor, cernidos de diminutas aceitunas; los trigos altos, verdes y esbeltos, de espigas gordas y cuajadas. Todo era presunción y vaticinio de un buen año. Año de vacas gordas, y cosechas abundantes capaces de atiborrar hasta “los topes” los graneros y “las trojes” de llenar y rebosar hasta el “comuelgo” las descomunales tinajas de latón escondidas en las cuadras y bodegas, ocultas a la vista insobornable de los inspectores de la Fiscalía.

¡Al fín, después de cinco años de miserias, venía un año de nadar en la abundancia!

Nuevos aires, ilusiones y esperanzas rondaron para la gente del pueblo y muy especialmente en esta casa.

Los pesarosos y largos días de estío del verano, llenos de seco y sofocante calor, dieron pasos a los días más tranquilos, apacibles y nublados del otoño.

El desenfrenado trabajo del acarreo, la trilla, el guardar la paja, dió paso a labores rutinarias, más descansadas y llevaderas: recoger los higos “pa capar “ y los desechados para cebar los lechones, el regar el huerto antes del oscurecer… y un poco más tarde al llegar Santiago, las vísperas, preparar los cestos y corchos para la vendimia; revisar y arreglar el viejo carretón de encina para pisar las uvas; limpiar por dentro las añejas tinajas de barro y en caso de fugas lañar, sellar, para después azufrar.

Las tan esperadas fiestas religiosas de la de la Virgen del Carmen se acercaron, y pasadas estas, todo el mundo se entregó, en un constante acarreo de prisas, de ir y venir de acá para allá, en la ingente y dura tarea del vareo, recogida y acarreo de la aceituna, la solemnemente denominada y conocida “aceitunera”.

Los caminos y olivares se llenan de un alegre griterío, sano y bullicio, mientras se escuchaba en lontananza el percutir insidioso del filo de una “aguzada segureja”, empeñada de sacar las rachas con que atizar la lumbre. Cercanos, pasados el arroyo, llega nítido y seco, el golpeo monótono y cadencioso de las varas, tanteando las ramas del olivo para tirar al suelo sus maduros frutos.

Posado y camuflado entre las ramas de un retorcido y lacerado olivo, quizás ya centenario, un pequeño y solitario mochuelo de ojos saltones y pico curvo, balancea su cabeza a diestro y siniestro, mientras se escucha el eco cercano de un… ¡Mio! ¡Mio!

Un viento frio y rebelde agita con denuedo los espesos zarzales del camino en la Calzada, removiendo las hojas secas de los árboles y arrastrando las briznas de hierbas caídas por el suelo que impulsadas por el viento se levantan y convierten en pequeños remolinos circulares de fusca que forman una desenfrenada e incontrolable espiral, que se eleva en un instante hasta el cielo.

El aire de la tarde, silencioso y traicionero se cuela de rondón por los vericuetos del estrecho atajo del sendero de la calleja, y se eleva de improviso, moviendo de forma acelerada y convulsiva las desnudas ramas del “árbol de la bolas” que crece en los Cardales.

Al llegar junto a él, Cristina se detiene, posa la cesta llena de aceitunas en el suelo, y apoyando ambas manos a la altura y al cuadril de su cintura, cierra los ojos, dobla la espalda hacia atrás, y eleva su mirada implorando ayuda al de arriba. Tras duras penas y redoblados esfuerzos consigue inhalar y llenar de aire nuevo, salutífero y fresco, sus agobiados pulmones.

Un rictus de ansiedad, sufrimiento y dolor se refleja en su demacrado y moreno rostro. ¡Está sola!

Nadie se quedó entonces a su lado en auxilio, ni espero, cuando hace un rato, en vez de rebuscar, se apartó unos pasos del camino, para llenar a embozás, en un minuto la cesta en una “parvá” de aceitunas embalsas, arrastradas por las aguas invernales y retenidas entre la pared y el tronco del olivo. ¡ Allá cada cual con su destino!

¡ Qué Dios perdone mis pecados, musita para sí, mientras se signa con la señal de la cruz !
¿ Cómo es posible que en su actual estado se encuentre sola ?
¿ En caso de necesitarlo quién podrá echarle una mano ?

Inmersa en semejantes pensamientos, al abrir los ojos, descubre por azar, encaramado sobre las altas y desnudas ramas del solitario árbol, un colorido y diminuto pájaro,” un pelisco”, que ocioso y distraído, ajeno al momento y abandonado a su mundo, va de acá para allá, revoloteando y saltando de rama en rama.

Con andar lento y paso firme, cruzó con ciertos miedos el lugar, pisando con recelo y precaución las embarradas y resbaladizas lanchas del pasil de la Calzada, que permiten el paso de las aguas del regato. Estas, bulliciosas y a raudales bajan de la sierra, atraviesan el prado, y salen abundantes por los agujeros y “ bujardas” practicados a ex profeso en la pared, hasta perderse solitarias y huidizas, más abajo entre las pardas tierras de las viñas y olivares.

Pasado el tiempo, alguna vez se preguntó, dado su maltrecho estado, cómo logró llegar y atravesar el ruidoso puente de la plazuela de la Fuente del Arroyo, que se levanta casi pegado a la pared y altura del molino de tío Pedro, principio o final, según se mire, de la antigua y empedrada calzada romana. En medio del puente, sorprendida, nota como un líquido templado, resbaladizo y viscoso se desliza entre sus piernas, empapa las gruesas medias, y cae al suelo formando sobre la gran lancha un pequeño y amarillento charco.

Camina dolorida y jadeante, asustada, y busca apoyo en la pared de la casa del Barquillero, atraviesa los Corrales, la calle del Estanco y prosigue su camino por la calle del comercio de tío Iluminado, hasta llegar a su casa, sita en las proximidades del albañal que recoges las aguas de la lluvia y aguas sobrantes de las calles adyacentes en la esquina de la panadería de tía Emiliana y las lleva hasta el arroyo del Sagual.

Apenas logra sostenerse en pie y tiene fuerzas las fuerzas justas de agacharse y coger a duras penas en la gatera la llave de la casa para entrar.

Sola, sin aliento, sin nadie a su lado que la ayude consigue remontar las empinadas escaleras y llegar hasta la alcoba, encaramándose en el catre como puede, quedando sumida en la más absoluta soledad y quietud entre la negrura y el silencio sepulcral de la pequeña alcoba.

Embobecida y adormilada, casi inconsciente, su calenturienta y enfebrecida cabeza cree escuchar, un ruido atronador y como el zumbido de un lejano enjambre de abejas. Un barrunto y murmullo de gente, de voces, de idas y venidas inundan la casa.

La profunda y grave voz del médico resuena nítida y vibrante en la habitación. La experta comadrona, la tía Elena, no ceja de dar órdenes, deambulando de acá para allá, y mientras se esmera en preparar unas blancas y anchas tiras de viejas sábanas de algodón, pide que le traigan una palangana de agua caliente, más bien tibia. Los gemidos de contenido dolor y sollozos apagados de la parturienta mujer salen de la estrechez del cubículo y llegan hasta la cocina.
Un hombre moreno, enjuto de cara y piel quemada por el sol, achaparrado, nervioso, espera sentado junto al fuego, mientras sostiene tembloroso entre sus manos el librillo y cuarterón, empeñándose en liar un cigarro.

De pronto y en mitad del cortante y tenebroso silencio se escucha el llanto esperanzador y desgarrado de un recién nacido.

¡Es una niña ¡ ¡ Una niña!, barrunta y cree escuchar entre tinieblas la atolondrada madre.

Poco a poco el manto enmarañado y tranquilo de la noche se adueña del lugar, dando cobijo y amparo a la dolorida madre que sostiene entre sus cansados y amorosos brazos la reciente vida de tan esperada y deseada niña.

¡ Gracias a Dios, después de dos muchachos y el fallecimiento prematuro de la otra niña, por fin ha llegado ella, ¡ Conchi, la niña deseada!
Nadie sabe, ni presume, ¡ Sino del destino!, que de nuevo la alegría indescriptible y dichosa del momento, se verá perturbada muy pronto, y poco tiempo después. se convertirá en un infinito dolor y en una nueva y horrible pesadilla.

***

Los días siguientes fueron todos de alborozos y alegrías. El domingo por la tarde a la hora del rosario fue el bautizo. Una algarabía de muchachos siguió a la comitiva. Al salir, en la puerta de la casa de la madrina se repartieron chochos y flores a las vecinas y desde el balcón se arrojaron a la “repellina” y a manos rotas caramelos, perras chicas, gordas, dos reales, pesetas, monedas de dos cincuenta y puede ser qué quizás hasta “algún duro”.

La añorada y mimada niña, pasó el invierno feliz y calentita, envuelta en la suave y sedosa toquilla de lana, como cualquier otro niño.
¡Crueldades de la vida, de los tiempos y desgracias de los pobres!
La temida y grave enfermedad de la polio, casi endémica en España en aquellos años, la falta de antibióticos, se ensañó y apoderó de la pequeña niña, sumiendo sus grandes y azules ojos en una total obscuridad.

Pobrecita niña, nunca jamás volverá a ver y disfrutar a lo largo de de su vida del dispar y armonioso abanico de color del arco iris, del intenso azul celeste del inconmensurable e intenso amanecer ni a ver la luz tenue, plomiza y dorada de los atardeceres en la próxima Sierra de Gata.

***

Hogaño son tiempos difíciles para los más pobres y las necesidades del sustento familiar hacen que la pequeña niña pase la mayor parte del tiempo bajo las faldas y el atento cuidado y tutela de la abuela Iluminada.

Han pasado ya tres meses desde aquel fatídico día que se diagnosticó la maligna y letal enfermedad que se agarró como una alimaña asesina a sus ojos hasta dejarla ciega.

Hoy, vísperas de la Santa, un sol abrasador, achicharra las paredes encaladas de las casas y las empedradas calles del lugar.

Muy cerca de la iglesia, en la puerta de la abuela, a la sombra, sentada sobre una vasta y raída manta de tiras, tejida lo más seguro en el cercano y conocido pueblo de Torrejoncillo, la regordeta niña pataleo dichosa y feliz ajena a su mal, agitando entre sus manos una pequeña campanilla de cobre que hace sonar. De cuando en cuando lleva sus manos al cielo, como queriendo atrapar el calor de los rayos del sol que bañan su piel, o quién sabe, si consciente ella, del mal que la aqueja, demandara ayuda al que está más arriba.

Escucha atenta las conversaciones, las voces y murmullos, los ruidos y la bulla que hace la gente de la calle al pasar. El andar próximo y cercano de las cabras, el sonar de sus esquilas; el paso de los burros y de mulos; el tañer triste, de llantos de campanas que tocan a duelo, o su volteo alegre y sonoro, llenos de risas y esperanzas al llamar a misa, en los días festivos, que invaden el lugar hasta escucharse en los Llanos, la Tendera, Zurrumica, el valle Melonar y hasta en el Bardal y los altos del Pinche.

A falta de vista, esta mente humana presta a defenderse y a aprender, aviva y despierta sus otros sentidos.

Se empapa de todo: los ruidos del trueno, del viento; el roce suave y fresco del aire, la brisa; el olor de flores y rosas, jaras y tomillos… Se aferra a la vida.

Aislada y prisionera se adaptó a su mundo. Un mundo negro, oscuro y solitario en el que no existía un lugar para los sueños ni la ilusión de un mañana.

¡Cuán agradable resulta cada año la llegada de la primavera, impregnada de cálidos aromas, de olores sutiles, y esos aterciopelados rayos de sol que con su tibio calor despiertan, erizando como pile de gallina su aletargada y dormida piel invernal, preñándola de agradables y placenteras sensaciones.

Eran días alegres y luminosos, de amaneceres llenos de gritos de chiquillos y desde los huertos cercanos, cruzando las altas tapias llegaban inconfundibles los efluvios de las flores, del jazmín, de la flor del azahar y canto alegre de los pájaros en con sus continuo trajinar, acentuados estos días por sus ajetreados y eternos cortejos de amor; el incesantes zumbido y batir de alas de las abejas, y esos atardeceres llenos de recuerdos y nostalgias, sentada en el poyo de la Iglesia, oyendo el aleteo estridente y vigoroso de aviones ( vencejos); el piar ensordecedor de los pardales, y ese vuelo majestuoso y raudo de almiroches, todos a la vez, sobrevolando la esbelta torre de cantería y la explanada de la Iglesia.

En ocasiones, cuando la quietud del lugar lo permitía, hasta sus finos oídos llegaba nítido el sonido continuo del caer del agua sobre la losa del cercano Pilar de la Iglesia y las conversaciones animadas y entretenida de la gente que se acercaba a por agua hasta allí para llenar los cántaros.

Su innata curiosidad fue en aumento y no dejaba de preguntar ni un instante, el ¿ Cuándo y el porqué de las cosas? ¿ Qué era esto? y ¿Qué es lo otro?

Su inquieta imaginación fue dando vida y sentido a su mundo peculiar, oscuro, sin luces, llenos de sombras, sin necesidad de que todo aquello que escuchaba y percibía debía de semejar la realidad. Su mundo era imaginario, virtual.

¿ Cómo vería y qué sería para ella una mariposa, una flor, un amanecer o una puesta de sol ?

¿ Acaso, guardaba de su lejana infancia el recuerdo y el color de las cosas?
Nunca se sabrá.

Durante algunos años su entorno estuvo limitado a los alrededores de la casa de la abuela, a las escaleras y al poyo de la cercana iglesia. Eran días de gentío y bullicio alegre con las campanas al vuelo en los días de fiestas, bodas y bautizos y otros veces eran serios, recogidos, silenciosos y lúgubres con las apagadas campanas doblando a duelo y entierro.

Toda mujer a lo largo de su vida, debe y desea vestir de blanco al menos cuatro veces: en el bautismo, la comunión, la confirmación y el más importante quizás, en el día de su boda.

Ella sólo lució los tres primeros y el cuarto el de la boda, no hubo tiempo a tal. Nunca un mozo mostró interesó por ella y si alguno lo hizo su madre de inmediato lo apartó. Es su confusa imaginación y en sus sueños revolotearon extraños y vagos pensamientos de pasión e imprecisas necesidades de amor.

En su juventud, algunos días la angustia y las dudas la embargaban. Fueron años difíciles llenos añoranzas y tristezas.

¿Porqué?, se preguntaba llorosa.
¿No dicen que el amor es ciego?
¡Yo soy ciega!

La realidad es que por suerte o desgracia jamás llegó a sentir el dulce sabor a miel del verdadero amor, ni llegó a sufrir el amargo sabor a hiel del desamor.

Con el paso de los años, y el cambio de estación, la llegada del otoño y los hielos del invierno la sumen en un profundo decaimiento, congoja y una duradera tristeza, volviéndose a veces arisca y desconsiderada con la gente de su entorno y los vecinos.

Hoy cercana a los sesenta,peina canas y se la puede ver ociosa y tranquila, sentada como siempre junto a las puertas de la casa de sus padres, saludando a la gente que pasa por su calle y le pregunta como siempre.

Conchi, ¿ Cómo estás).
¿ Cuándo viene el de parla?

Una ingenua, inocente y marcada sonrisa de felicidad se refleja en la redondez de su cara, mientras la ausente mirada de sus ojos apagados, parece perdida en la quietud y soledad del inmenso cielo.

( A los entusiastas y fieles amigos de este foro).
Puntos:
17-09-11 21:12 #8754574 -> 8753242
Por:manolo trapote

RE: La niña de la noche ( 2ª parte ).
! Que homenaje más bonito ! Te felicito Izquierdo. Tienes una
sensibilidad extraordinaria.
Y una capacidad narrativa fantástica.
Enhorabuena.
Un abrazo.
Manolo
Puntos:
18-09-11 11:10 #8756125 -> 8753242
Por:Vicente46

RE: La niña de la noche ( 2ª parte ).
Rozas la excelencia Izquierdo.

Saludos

Vicente.
Puntos:
18-09-11 12:35 #8756471 -> 8753242
Por:rubarias-

RE: La niña de la noche ( 2ª parte ).
Como siempre,un toque de calidad.
Un saludo.
Puntos:
18-09-11 23:24 #8759643 -> 8756471
Por:Moragalla

RE: La niña de la noche ( 2ª parte ).
Gracias Izquierdo por acercarnos unos minutos a un pasado tan cercano y sobre todo gracias por este homenaje tan bonito y tan sentido hacia esa persona a la que la vida trató (trata) de modo tan injusto.

Saludos.



Guiñar un ojo
Puntos:
20-09-11 18:40 #8778316 -> 8759643
Por:VETON3

RE: La niña de la noche ( 2ª parte ).
¿Con que Cristina,eh Izquierdo?.
Estar privado de la vision no solo te veta de percibir la infinita variedad de longitudes de onda visibles sino tambien de la transparencia del agua a la vez que sesgados de una plena concepcion espacial y por ende de su engranaje total en el Universo.
Siempre lo he visto como una discapacidad horrible,en alto grado limitante.
Aquel virus frustro las esperanzas de miles que osaron nacer en una España subdesarrollada.

Muy bueno Izquierdo.

Saludos

Veton
Puntos:
20-09-11 23:02 #8780295 -> 8753242
Por:navalajara

RE: La niña de la noche ( 2ª parte ).
Realmente magistral amigo Izquierdo. Felicidades.


Queria proponerte un reto... ¿Podrias hacer un relato sobre el
"verdeo" desde sus inicios hasta nuestros dias, en el que reflejaras
los avatares que se han ido sucediendo en esta sufrida actividad?

Saludos.


Navalajara.
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