Ya no necesitamos alforjas ! “PARA ESE VIAJE, NO SE NECESITAN ALFORJAS” No, este utensilio hace tiempo que pasó a mejor vida. Sólo puede ser contemplado en los museos. Como otros muchos que formaron parte de nuestras vidas, que con el tiempo irían cayendo en el mayor de los olvidos. Es más el nombre de alguno de ellos puede que no le diga nada a los más jóvenes. Las alforjas eran el receptáculo donde los viajeros o arrieros llevaban sus viandas, terciadas en la montura para varios días, cuando se desplazaban a ferias u otros supuestos. Eran objetos preferidos por los descuideros , como pude comprobar allá en mi infancia. Otro 'chisme' que dejaría de tener vigencia hace la tira de tiempo, sería la llamada faldiquera. Una prenda que utilizaron nuestra (nunca bien ponderadas) abuelas, que las portaban colgadas de la cintura, y de uso limitado. Sólo para llevar un par de horquillas uno botones y si acaso un dedal. Cualquier cosa menos dinero. Hoy esta prenda aparece en alguna vieja foto, color sepia y sólo viven en el recuerdo de los muy mayores. La vida moderna ha ido prescindiendo de otras tantas cosas cómo la 'rodilla', esa 'rueda corona' conque nuestras madres trasportaban la carga en la cabeza. Desde un cántaro de agua a una panera. Esta última nada tenia ver con el pan, a pesar del nombre. Era para lavar en las fuentes, previamente llena de agua. El pan se amasaba en la artesa e instalado en el tablero, camino del horno. Eso si, siempre en la cabeza con la polivalente rodilla. Nos fuimos olvidando de lo que significó la levadura que pasaba de mano en mano hasta volver al punto de partida. Siempre en una olla de barro. Desterramos de nuestras vidas las aguaderas y al rucio que las portaba, cuando el agua en pleno estío se encontraba a algunos kilómetros del pueblo. Pasó a la historia el mismo vocabulario que describía a todos estos 'cachivaches' del pasado. Cómo 'pelerina' toquilla coletillo. Nos quedó el recuerdo del prototipo de hombre de la época; traje de pana y sombrero de ala ancha de fieltro. Aun duermen el sueño de los justos muchos aperos de labranza olvidados en cuadras o sobrados y, hoces pinchadas aquí o allá, y medidas de grano, que nunca más van a volver a ser utilizadas, o quizá pasado ya mucho tiempo. Costumbres hay que se resisten a desaparecer. Pero no es el caso del candil de aceite o el fuelle que daba brios al fogón de carbón o a la chimenea. Estas últimas victimas de un repentino ajuste por derribo con la llegada del gas. Esas chimeneas construidas a trabes de los años, alguna con un porte estético considerable, por lo que han sido indultadas de la demolición. ¿ Quien se acuerda ya del imprescindible fogón? Algo tan frágil que puede no quede ni uno de muestra. Discretos y económicos. Ruido a un fuego lento y constante, hechos brasa sin humos sin complicaciones, sólo la atención a que no se quedaran secos. Dicha olla solía ser de barro también. La manera más idónea para preparar un buen potaje. Cacharros de tanta utilidad que desterramos de nuestras vidas a pesar de su utilidad por otros que no les superan, por aquello de las modas. Menos mal que ha sobrevivido el 'brasero camilla', de las tertulias, aunque muy limitado. Popular en los años de las radionovelas. Cuando la velocidad no había trastocado aún nuestras vidas y esta transcurría con cierta lentitud y sosiego. En las tardes mortecinas y frías. El brasero camilla, servia de tertulia. La ventana acristalada un buen mirador para observar a los vecinos en sus tareas con el ganado, subiendo o bajando, servia para algún comentario o cambiar de tema. El acompasado ruido de los cascos de los caballos, una música monótona por lo frecuente.. No, no era una calle sin pulso la nuestra, aunque de corto recorrido, era una calle recolecta y muy animada, por los grito de una buena pandilla de niños ligeros de ropa y mal nutridos. ¿ Eran tiempos mejores o por el contrario? No sabría que decir. Reconocer que estos recuerdos te traen una cierta nostalgia. Debe ser por la edad. |