Logrosán - Caceres

Defensor de la labor creativa de los gestores culturales, su propuesta personal consiste en traducir las ideas teóricas, filosóficas, a la práctica cotidiana

-¿Cuándo fue la primera vez que oyó la palabra 'masón' o 'masonería'?

-Estudiando a Roso de Luna. Cañamero está más cerca de Logrosán [localidad natal de Roso de Luna] que de Guadalupe.

-¿La masonería tiene una presencia real actualmente en Extremadura?

-Mínima. Es real pero es mínima. A ver cómo explico esto. Existe una logia, la primera logia después de la democracia...

-¿En Cáceres?

-En Cáceres, sí, pero en particular después de este libro que hemos sacado de 'Masonería y Extremadura', para mí el ciclo de curiosidad por la masonería ha desaparecido.

-¿Cuándo supo, a qué edad, lo que quería estudiar?

-Lo supe estudiando COU, el primer año que se estudió COU a nivel nacional. Ese curso, el 1971-72, supe que quería saber qué era el hombre, qué era el ser humano. Entonces Psicología estaba empezando en Madrid y me pareció que lo que más se adecuaba era Filosofía, y por eso estudié Filosofía.

-¿Los ateneos tienen sentido en la la sociedad de la información en la que estamos?

-Yo creo que el Ministerio de Cultura, si se preocupara un poco de la cadena de ateneos iberoamericanos que existen (el ateneo es una cosa española e iberoamericana) creo que podría sacar cierta rentabilidad, por la diferencia que hay y por el significado que el ateneo siempre ha tenido, que es: donde se dice lo que no se puede decir en otra parte.

-¿En Extremadura, vivir fuera de las instituciones es un 'error', como se dice en México cuando se vive fuera del presupuesto?

-Yo creo que soy un ejemplo que indica que se puede estar en un segundo plano de la vida política, (pero en la política porque eres público, eres ciudadano, vives en una ciudad,) y desde luego yo soy testigo de las dificultades que eso tiene, pero también por otro lado, ya a mis años, entiendo que ha sido una experiencia muy enriquecedora porque como decía, me interesa saber qué es el ser humano, y lo he visto en mí y en muchos amigos desde hace tiempo en las trayectorias que cada uno llevamos.

-¿Puede haber cultura sin desarrollo económico?

-Sí. El desarrollo económico en muchos aspectos es un grave error.

-¿Se considera un activista cultural?

-Por supuesto. Pero activista cultural serio. Creo que hay que distinguir un poco. Hay gente que por poner un titular de periódico dice lo que le da la gana, y la gente que lo conoce sabe de lo que va, pero la inmensa mayoría puede ser perfectamente engañada.

-Manuel Veiga se lamentaba hace poco de la falta de un entramado fuerte de sociedad civil en Extremadura. ¿Cree que es así?

-Sí, yo soy testigo de alguna manera de esas dificultades, porque aunque me he movido en actividades culturales desde que llegué a Extremadura (con el premio Felipe Trigo en Villanueva de la Serena y una serie de amigos; luego aquí con el Centro Roso de Luna, ahora el Ateneo, etcétera), en Extremadura, por el criterio de Durkheim, de la demografía -yo por eso ya no me enfado por estas cosas- es que somos pocos, y aquí en Cáceres somos menos. Entonces yo entiendo que hay mucha dificultad. A veces he dicho que en mi actividad cultural, hago lo que los políticos dicen que hay que hacer y que constantemente estás oyendo: hay que fomentar las asociaciones, hay que educar en público, hay que tener público lector, espectador de exposiciones, de espectáculos, de música... Yo he sido gestor cultural. De alguna manera, hacer lo que los demás dicen que hay que hacer. Y para mí la filosofía es eso. Antes leía más, estudiaba más y por la propia filosofía he ido a la acción, a hacerme gestor. De hecho, tú sabes que la Asociación de Gestores Culturales, en gran parte salió de mi cabeza.

-El programa de gestores culturales, en el que participó Ruiz de Gopegui.

-Gopegui y Antonio Ventura estábamos un día hablando de otras cosas y les comenté mi idea y Gopegui dijo, «anda, Antonio, pues esto que dice Esteban es un poco lo que tú y yo teníamos pensado». Exactamente. Y ahora existe esa Asociación de Gestores Culturales. Y ahí se les enseñó fundamentalmente a pensar. Y a crear cosas. Lo que pasa es que burocráticamente todos están colocados ya, pero esa sociedad civil, al hacerlos funcionarios, al ponerlos en una mesa y darles un sueldo, de alguna manera se pierde. Entonces, es la sociedad la que tiene que aprender que hay que trabajar un poco, hay que agachar el hombro, pero solo uno. El otro hombro tiene que ser para después, y en un sistema capitalista, la mejor manera de ir en contra del sistema es trabajar sin cobrar.

-¿Cuál ha sido el momento más amargo, el más duro, de la vida de Esteban Cortijo?

-Pues... (largo silencio). Esta pregunta no me la han hecho nunca. Yo creo que cuando peor lo pasé fue en el verano del 71 en Madrid, donde pisé por primera vez y tuve que organizar mi vida después de haber estado todo el tiempo en un internado donde no tenías nada de que preocuparte. Entonces me encontré con el mundo, cachos del mundo, (escribí entonces unos fragmentos que aún tengo por ahí)... Averigüé lo que eran las colas, buscando el instituto para estudiar; averigüé lo que era la entrevista para buscar trabajo: intenté encontrar trabajo en cualquier sitio, al final lo encontré, gracias a Dios; y creo que ahí hubo un mes y medio bastante duro, hasta que llegó un momento en que todo se estabilizó y entonces entendí que el trabajo y los estudios eran las dos ruedas de mi vida.

-¿El momento más alegre?

-Ha habido muchos, gracias a Dios. Pero diría que para mí cuando, fregando los platos en el piso en el que estaba en Madrid, pues le dije a la que ahora es mi mujer «oye, tal y como estamos, por qué no nos casamos», y me dijo que sí. (Risas).

-¿Qué haría si le tocase la lotería del Niño?

-Pues haría un centro cultural en Cáceres, sin ninguna duda. Y en eso estoy si conseguimos que de verdad, como me han dicho tanto el PP como el PSOE, que están de acuerdo con mi proyecto de hacer un edificio que sería el gran árbol de Cáceres para alojar al Ateneo y alguna otra actividad, alguna otra asociación.

-¿Las ciudades tienen espíritu? ¿Cuál sería el de Badajoz, el de Cáceres, el de Mérida, el de Plasencia, el de Don Benito y el de Villanueva, por ejemplo?

-Yo diría, como estuve nueve años en Villanueva de la Serena, y en aquel momento cuando yo elegí ir de catedrático al Instituto Pedro de Valdivia, (había muchas plazas de catedrático entonces) lo elegí porque me parecía, y el tiempo lo ha demostrado, la síntesis entre el desarrollo económico y las raíces. Yo creo que las raíces las conserva Villanueva de la Serena y Don Benito ha sido el que ha hecho la eclosión económica. Podríamos decir algo parecido entre Badajoz, que sería el desarrollo económico, y Cáceres, que conserva las raíces. Pero estos conceptos requieren más profundidad antropológica, pero creo que si, que sería la síntesis entre lo que es el desarrollo, la técnica, la industria, etcétera, y lo que es la manera de ser, la esencia, los valores, el saludarse ahora en estas fechas de fin de año, ¿no?, el encuentro... Hay que tener un ocio inteligente.

-¿Cuál sería el espíritu de Mérida?

-Mérida, pues tiene lo que tiene de historia; (probablemente con Medellín le van a quitar la mitad) y respecto a lo moderno que tiene, me parece que es ejemplo de lo que hacen las grandes decisiones... huecas.

-¿Y Plasencia?

-Plasencia es magnífico, por su enclave, por su urbanismo, por el río... Yo creo que es una ciudad realmente encantadora.

-¿Qué libro está leyendo ahora?

-Un librito sobre la infancia de Coetzee, el premio Nobel sudafricano. No me ha gustado mucho, la verdad, porque creía que iba a ser más interesante. Así como el año pasado leí un libro similar de Saramago y me gustó mucho, quizás por la proximidad ibérica, el de Coetzee, no.

-¿Qué consejerías considera más imprescindibles, la de Fomento o la de Cultura?

-Puestos a elegir, y entendiendo Fomento como lo que quiere decir: o sea, facilitar lo que está, no inventar cosas para una noche o un fin de semana, yo diría Fomento. Sería fomentar todo lo que hay que fomentar, y eso lo tienen que decidir no sólo los políticos, los políticos tienen que tomar las decisiones, pero tienen que escuchar a los que saben de eso.

-Viajó mucho en su juventud, que entonces no era tan frecuente. ¿Viajar es una vacuna contra la intolerancia?

-Para mí, y alguna vez lo puse en el librito aquel de la Editora Regional 'Para que vuelvas a Guadalupe', el interés en viajar era fundamentalmente el conocimiento. Y ahora que estoy pasando a limpio cuadernos de entonces, en particular del verano del 72, pues me doy cuenta de que pasaban muchas más cosas de las que yo recuerdo, porque por suerte tomé notas. Quizás porque he viajado bastante. Creo que fui el primer estudiante de Cañamero que fue a Alemania, luego al año siguiente ya fueron otros amigos. A mí por lo menos me ha supuesto un conocer las cosas de otra manera. Estos problemas de aceptación del diferente, porque sea borracho, porque sea mayor, porque sea extranjero, lo he asumido. Lo que no he asumido nunca, y creo que es un razón importante de muchos problemas, es la arbitrariedad, y la arbitrariedad casi siempre viene aparejada de política. Eso yo he debido vivirlo desde niño, sin saberlo, y me he enterado luego de mayor, quizás por la propia represión sufrida en mi familia y en gran parte de mi pueblo, Cañamero, que era eminentemente republicano.

-¿Su familia era republicana?

-Por supuesto. Además mis dos abuelos murieron por eso; bueno, uno por enfermedad, pero de mala manera, y al otro lo fusilaron. Eso de chico nunca lo supe. Pero luego lo he interpretado yo y creo que viene de ahí. Esa arbitrariedad de las familias que hacen lo que les da la gana sin que nadie les tome en cuenta, y creo que aún me sigue funcionando. Para mí, el estado ideal del ser humano es la democracia y refugiarse en ese respeto a las normas. Cuando veo que una norma no se cumple, me sienta fatal.

-¿Es licenciado en Ciencias de la Información, se imagina, por ejemplo, de periodista deportivo?

-No. De deportivo, no; de periodista, sí. (Risas).

fuente: HOY.ES


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